4: Castillo.

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Es lo más parecido a un castillo que he visto en mi vida. En las montañas más altas de Pèrouges, se encuentra una mansión de color vino, con aspecto rudo y frío. Es grandísima, como un castillo y su propietario es nada más y nada menos que Adam Voinchet; el hombre con el que ahora viviré.

Las puertas grandes se abren con un pequeño botón en el auto del señor Voinchet, y en la entrada están un par de personas. Dos señoras de aspectos muy amables, dos hombres bastante viejos y serios, un perro precioso y dos niñas que parecen ser gemelas. Son increíblemente hermosas; de cabellos rubios, ojos azulados, vestidas de la misma forma.

Bajo del auto un par de segundos luego de que el señor Voinchet lo haga. Y entonces todos vienen sobre mí. El perro empieza a olfatearme y las señoras alejan a los hombres.

- ¡Mira, mira, la joven Amaia! -Exclama a la que conozco por Emeliette, la señora que va de compras muy seguido al mercado-. Ay, mi pequeña Amaia.

- ¡Y qué hermosa que es esta niña! -Expresa la otra señora, toqueteando mi cabello-. Yo seré tu doncella, te ayudaré hasta que te adaptes a esto, pequeña. Me llamo Angie.

Su piel morena y llena de lunares me hace acordarme de las señoras más amables de México, lugar al que logré ir cuando estaba en tercero de secundaria gracias a un viaje que hizo mi padre, donde perdimos a mamá. Luce tan cálida como las otras señoras que conocí, y su nombre, a pesar de ser francés, me hace querer ajustarlo al español mexicano.

-Yo soy Víctor -saluda uno de los hombres, de tez más oscura-. Soy el encargado de llevarte y traerte adonde quieras ir, de buscar lo que necesites y no dejar que Angie se pierda.

-Yo soy Antonio -el otro señor me saluda, éste tiene barba y cabellos blancos a diferencia de Víctor-. No me necesitarás, pero era necesario que me presentara.

-Yo soy Amaia -me presento, aunque sé que me conocen-. Y... yo... pues... yo trataré de ayudarlos, en lo que pueda.

Todos ríen, y entonces aparece Adam del otro lado del auto, llamando la atención de las gemelas. Ambas corren hacia él y lo llenan de abrazos fuertes, y no es sino hasta que escucho que chillan «¡Papá!», que noto el verdadero parecido a él y lo mucho que me sorprende que tenga hijas. Y probablemente esposa.

¿Entonces qué hago yo aquí?

Emeliette gruñe y les ordena a Víctor y a Antonio que la sigan hasta la cocina. Se despiden y me dejan con Angie, Adam y las pequeñas gemelas que no paran de darle amor a su papá, cosa que me hace querer golpearme; es decir, pensé que él era un hombre grosero y recto, serio y centrado, sin embargo, al ver la sonrisa en su rostro y lo iluminados que están sus ojos al ver a sus pequeñas, se me hace un nudo en el pecho.

-No se han presentado, señoritas -les recuerda a las niñas-. Como lo han practicado.

Las dos niñas bajan a regañadientes de los brazos de él y se acercan a mí. Me veo obligada a ver hacia abajo para poder verlas mejor y sonrío enternecida al ver que son exactamente iguales, aunque una de ellas tiene los ojos casi verdes y la otra, azules.

-Soy Naiely -de presenta la de ojos azulados-. Me gusta jugar, cantar y que me lean libros.

-Yo soy Nanette -ahora se presenta la de ojos verdosos-. Me gusta jugar, bailar y hablar en otros idiomas.

Alzo las cejas sorprendida, porque son bastante pequeñas para decir tantas cosas tan increíbles. Apostaría que tienen cinco años, como mucho. Pero son realmente hermosas.

-Bueno, yo soy Amaia -me presento con ellas-. Me gusta jugar, cantar y bailar, leer y hablar en otros idiomas también.

- ¿Me leerás un cuento? -cuestiona Naiely.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora