6: Baile.

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- ¿Entonces ya no trabajarás en el mercado? -Pregunta, mientras seguimos bailando.

-Es bastante probable que no lo haga.

-Oh -asiente con la cabeza, como si estuviera decepcionado-. Entonces yo ya no tendré que escaparme de la escuela.

No puedo evitar dejar salir una pequeña carcajada.

-Eso es bueno -digo-. Podrás estudiar y así.

-Pero ya no te veré...

Me encojo de hombros, y entonces veo cómo Adam nos separa.

- ¿Podría bailar con ella? -cuestiona, y Branden se aleja.

Me toma las manos y me atrae hacia él con brusquedad. Sin querer, de mis labios se escapa un pequeño quejido y siento que todas mis entrañas se aprietan. Es casi dos cabezas más grande que yo, sus manos son demasiado grandes y sus pies se mueven demasiado rápido para poder seguirle el ritmo.

Trato durante un largo tiempo, de seguir sus pasos, sin embargo, termino por cansarme y pedirle que mejor me siga, mientras una hermosa canción con un bajo empieza a sonar.

-Aléjate un pequeño paso -le ordeno, y él lo hace-. No me agarres tan fuerte, y da pasos pequeños.

Yo coloco mi mano derecha en su hombro y la izquierda sobre su mano fría, mientras él coloca la mano libre alrededor de mi cintura, con mucho cuidado. Entonces nos guío lentamente, hasta que lo acostumbro a mi paso, con cuidado y más cómodo.

- ¿Puedo saber de qué hablabas con Branden?

-De muchas cosas -respondo.

- ¿Cuáles?

-Mi familia, mis hermanas, tú, yo, el mercado y esas cosas -explico.

- ¿Estaban hablando de mí? -alza las cejas.

-Relativamente. Me preguntó un par de cosas, como qué veía en ti, por qué me casaba contigo y eso -me encojo de hombros-. La mayoría no las respondí, pero tal vez alteré un poco la verdad.

-Siempre que no haya quedado mal, estoy bien.

No consigo saber cómo responder a eso, así que no digo nada más mientras bailamos. Sé que muchas personas nos ven como si fuéramos un fenómeno y eso hace que Adam se ponga en guardia, tenso y furioso.

Durante un largo rato, observamos a las personas bailando, y en ese lapso de tiempo, muchas personas me piden bailar con ellos, pero Adam ni siquiera me deja separarme de él. Cuando llega la hora de la cena, nos sentamos y me sorprendo de que nuestra mesa esté muy cerca de la mesa en la que se encuentran mis hermanos y mi padre, y aunque me ven, no se inmutan.

Branden habla junto a Valentín, Adam habla con el señor Martier y yo me quedo en mi lugar, sentada sin nadie con quien hablar. Pienso en lo feliz que estaría con un libro entre mis manos, leyendo la parte del desenlace, esperanzada por la pareja, el descubrimiento de un misterio, o por alguna locura adolescente. No puedo sentirme más triste de estar en este lugar, al lado de un hombre que me usa como un premio exhibicionista, de dos hombres que hablan sobre quién está más hermosa y de un señor que festeja algo de lo que yo no estoy alegre.

Tras haber cenado, todo el mundo vuelve a la pista, Adam se va con otra señora y me quedo nuevamente sola, y esta vez, no está Branden para acompañarme a hablar. Me siento sola, aunque el lugar esté lleno de personas, me siento sola y es irónico.

Estar sola en el ático de mi casa, con una lámpara y galletas que el panadero me regala, leyendo un libro, me hace sentir bien, cómoda y acompañada de cierta forma. Estar en medio de un montón de personas, con música llenando cada rincón, sonrisas y risas altas, gritos y alegría perteneciente a otras personas, solo me hace sentir... yo simplemente no encajo en este lugar.

Adam consigue zafarse de la señora y vuelve a mí. Me avisa que es bastante tarde y que debemos volver a la mansión, y yo no refuto. Nos despedimos del señor Martier y vamos al auto directamente. Nuevamente, Adam me coloca el cinturón de seguridad y conduce como un loco por las carreteras.

- ¿Estás bien? -pregunta, en cuanto aparca frente a la fuente de su mansión.

Yo asiento con la cabeza y sonrío levemente para no decirle la verdad. Si estuviera mal, o bien, a él no va a importarle del todo. Fingirá que le importa, y zanjara el tema.

-No pareces bien -dice-. Sé que es difícil cambiar de familia, pero...

-Mi familia siempre serán ellos -lo corrijo.

-Cambiar de entorno -se corrige-. Sé que es difícil cambiar tu entorno, pero estarás bien. Te he dicho que no te haré daño, no te obligaré a nada malo, no nos casaremos y no te pediré nada, además de que trates bien a mis hijas y me acompañes a esos lugares.

- ¿Por qué necesitas alguien que te acompañe a esos lugares? -pregunto-. ¿Por qué es necesario que te acompañe, si soy menos que nada?

-No digas eso -replica-. No digas ese tipo de cosas. Todos somos más que todo. No es necesario que me acompañes, simplemente quiero que lo hagas. Nunca te vi en ningún lado, pero a tus hermanas sí, y conocía a todo el pueblo, menos a ti. El mundo debería saber quién eres.

-No quiero pelear -suspiro-. No quiero responderte o cambiar tu opinión.

-Está bien -asiente con cabeza-. Si quieres, mañana puedes acompañar a Emeliette al mercado. Irá temprano, así que debes levantarte muy tempra...

- ¡¿En serio?! -Pregunto, genuinamente alegre-. ¡Oh, por favor, sí! ¡Muchas gracias, Adam! Digo, señor Voinchet.

-Está bien, dime Adam -sonríe, aunque parece incómodo de hacerlo-. Si te hace feliz ir a las nueve de la mañana al mercado, hazlo.

Rasca su cabello y baja del auto. Yo bajo también y lo sigo hasta la entrada, donde Angie me espera para mostrarme qué debo usar para dormir. Yo le digo que sé qué usar para dormir y que no debe estar desvelándose por este tipo de cosas, porque no son necesarias. La mando a descansar, como una orden y me pongo mi pijama favorito tras quitarme todo el maquillaje y el sudor del cuerpo. Guardo las joyas en su lugar y saco el libro que Arthur (el señor de la biblioteca) me prestó.

No duermo leyéndolo, la trama y lo que pasa es tan atrayente que me resulta casi imposible dormir. Y Angie me encuentra leyendo al lado de la ventana, con un foco que encontré en la cocina cuando iba por algo de agua. Parece que casi le da un infarto con el grito que pega.

Adam llega a la habitación como un rayo en cuanto escucha el chillido de Angie y frunce el entrecejo al ver que, en realidad, todo se encuentra en orden.

- ¿Qué pasa, Angie? -le pregunta.

- ¡Pero mire a esta señorita! -exclama-. Se supone que debe estar dormida, y me la encuentro con ese libro en las manos. ¡Y esas enormes ojeras!

Él se acerca adonde me encuentro y me mira, luego ve el libro y me lo quita de las manos sin pedir permiso.

- ¿De dónde has sacado este libro? -Pregunta-. La biblioteca está cerrada.

Yo me levanto y se lo quito también, me acomodo el cabello y finjo verme al espejo tras poner un pedacito de hoja como separador de página.

-Me lo ha prestado el señor Arthur -respondo-. El señor de la biblioteca.

-Yo tengo ese libro -advierte, rascando su cabello-. Creí que habías entrado a la biblioteca.

-No hago cosas que no están permitidas. Lo único malo que he hecho fue tomar el foco del desayunador -explico-. Y lo siento.

-No sabía que te gustaran los clásicos -murmura-. Está bien, no te preocupes, también es tu casa. Pero no te desveles leyendo, a Angie no le gusta ver ojeras en las personas, es como ver una enfermedad terminal.

-Lo siento -musito.

Angie me ayuda a elegir algo para vestirme mientras me cuenta de que ella cuidó de Adam desde que tenía ocho añitos, y que él también amaba sentarse a leer durante horas, noches y largas tardes libros clásicos de la literatura francesa y que a veces, le dolía en el alma enviarlo tan cansado a la escuela, pero que no podía hacer mucho por aquello.

Para cuando termina, la señora Emeliette pasa por mí y Víctor se encarga de llevarnos al mercado.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora