29: Helena.

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- ¿Te encuentras bien? -pregunta y yo le dedico una sonrisa corta.

-Sí, no te preocupes -doy un sorbo a mi bebida-. ¿Irás al pueblo?

-Sí, ¿necesitas algo?

-No -respondo segura-. Ve.

Sean posa sus labios sobre mi frente y tras haber desaliñado mi cabello, se marcha. Me acomodo en la silla y miro a mi alrededor; solitaria, vacía y seca. La casa parece sentirse tal como yo lo hago.

Las sombras de la risa de mi padre están en cada esquina, las sombras de las cosas que Adam me decía están aún en mis oídos, las sombras de los golpes de Samuel están aún en mi cuerpo y las sombras del dolor... esas simplemente están, y me terminan de destruir.

No hace más de dos semanas que vivimos oficialmente en la mansión (solo Sean y yo) y ya que él se va al pueblo a buscar trabajo, yo no tengo mejor opción que quedarme en ella, a la espera de alguna idea que me ayude a salir adelante. No quiero hacer nada, no ahora. Me siento inútil, triste, sola y despechada. Mi padre -aunque no fuera el mejor- me mantiene pensando en lo poco que aproveché su cariño y es casi demasiado obvio que no dejo de pensar en Adam.

Descubrí una pequeña motocicleta en el garaje, es una vieja Vespa 98, pero me ha gustado y he aprendido a manejarla con rapidez. Hace unos tres años saqué mi licencia para conducir y los papeles de la pequeña ahora son todos míos, por tanto, soy libre de usarla. No lo hago.

Decido que lo mejor es no quedarme sentada haciendo nada, así que limpio la extensión de la casa aunque ya esté limpia. Me toma una hora, más o menos, y luego no sé qué más hacer. Podría ver las plantas, pero las vi hacía unos veinte minutos, podría encargarme de sacar la basura, pero Sean ya lo hizo, podría encargarme de lavar los trastos, pero ya lo hice, podría hacer cualquier cosa, cualquiera, pero ya lo he hecho todo.

Me imagino yendo de nuevo al mercado. Vendería rosas y ganaría solo un poco, pero sería feliz haciéndolo, y ya que las rosas que recién he plantado no estarán listas tan pronto, decido que lo mejor es iniciar vendiendo algo de comer. Saco todo lo necesario para hacer Musse's de chocolate y me dedico toda la tarde a preparar los suficientes para comercializarlos mañana.

Por la noche preparo la cena y se la dejo a Sean sobre el desayunador antes de irme a acostar. Ceno un poco también y me voy a la cama.

Consigo dormir un poco, puesto que el que Sean no llegue temprano me hace pensar miles de situaciones espantosas, además de que el recordar a mi padre me pone los pelos de punta. Una extraña sensación en el estómago es también la culpable de que no duerma. Y no tardo mucho en devolver casi toda la cena en el baño. Pienso en las veces que he hecho eso y me muero de ganas por ir al hospital, pero sé que solo debe ser algún virus extraño.

Vuelvo a la cama, pero no duermo. Y por la mañana me cuesta levantarme. Sean me avisa que saldrá y aprovecho para que me lleve también en el auto que compró hace una semana, más o menos. Él no se niega y me ayuda a cargarlo hasta el pueblo, donde abro mi viejo puesto de rosas.

Las personas murmuran una infinidad de cosas y hasta dicen que todo pudo haber acabado entre Adam y yo. Muchos de ellos no se equivocan, y eso me duele. Otros murmuran que él se cansó de mantenerme y me ha mandado a trabajar, aunque algunos se retractan porque son conscientes de que Adam tiene demasiado dinero como para necesitar del poco dinero que le puede ofrecer algo como esto.

Durante todo el día Branden no aparece, aunque sí veo a Amelia. Ella me da sus condolencias por lo de Adam, pero no menciona nada más. Hablamos sobre trivialidades, cosas que pasan y sobre su maravilloso viaje con Branden a Dubái. Yo me alegro porque ella haya por fin conseguido el amor y ella me dice que, aunque no lo crea de ella, yo no debo desesperar, ya vendrá el correcto.

Me abstengo de decirle que en realidad Adam era mi correcto, mas todo fue y ya no es. Y dudo mucho que vuelva a "ser".

Por la tarde, ya no tengo nada para vender, así que Sean pasa por las cosas y me pide que pasee por el pueblo mientras él busca algo que se le ha quedado en la oficina de su amigo Bruno. Me paseo por el mercado durante un largo rato, comprando cosas que faltan en la casa.

Y entonces la veo. Ella camina con decisión hacia mí y yo me volteo dispuesta a no hacerme de problemas.

- ¡Amaia, espera! -grita.

Hago como si no le escuchara y sigo mi camino. Estoy a poco de llegar a un lugar bastante poblado, así que cabe la posibilidad de perderla entre la gente, pero ella es más rápida y me toma del hombro sin ser muy brusca.

- ¿Amaia? -pregunta.

-Con ella habla -respondo, en tono profesional.

-Bueno, eh... yo soy Helena Boulette -dice-. No sé si has oído de mí, pero... la cuestión es que necesito hablar contigo.

- ¿Conmigo? -cuestiono intrigada-. No, creo que te has confundido de persona.

-Eres Amaia Foissard, la hija de Bernard Foissard. Es contigo con quien deseo hablar.

-Definitivamente soy la hija de él -respondo-. Pero no hay algo de lo que usted y yo podamos mantener tema o siquiera, contacto.

-Adam Voinchet -alza una ceja, cruzándose de brazos-. Por favor, permíteme...

-Adam Voinchet -repito intrigada-. No, definitivamente no tenemos nada de qué hablar.

-Esto... te juro que no es lo que crees. Por favor, déjame explicártelo. Sé que todo se resolverá y estarán mejor, es algo que...

-Amaia -Sean suena el claxon del auto y yo suspiro.

-No puedo, lo siento. Adam Voinchet y yo no tenemos nada que ver. Y con usted mucho menos.

-Yo sé que todo acabó -dice y se siente como miles de dagas en el estómago-. Pero de verdad debemos hablar. Te conviene.

- ¡Vamos, Amaia! -exclama Sean.

Miro con desesperación a Helena. Sus manos están aún clavadas en mis hombros y me mira con expresión suplicante. No quiero ceder. Adam y yo ya no tenemos nada que ver, aunque me duela terriblemente mal. Él ya no me quiere a su lado y eso yo puedo entenderlo, no puedo forzar al amor. Pero ya no necesito más desorden en mi vida.

Desde que Adam Voinchet apareció en mi vida, todo cambió. Mi manera de ser, mi manera de todo, él me cambió en dos ocasiones. La primera; me hizo mejor, me hizo fuerte y me hizo creer que todo podría ser de verdad mejor, me hizo creer que de verdad detrás de cada arco iris hay una olla de oro. Pero no lo es.

Detrás de cada arco iris lo único que hay es una gran tormenta que lo destruye todo a su paso. Y ya no quiero permitírmelo.

¿Y si me quiere pedir que me aleje? ¿Y si me amenaza con matarme si me acerco a él? ¿Y si...? No puedo. Y se lo hago saber con palabras sencillas.

-Por favor, es de suma importancia. Hemos descubierto algo que... esto no puede quedar así.

-Para mí Adam es un caso cerrado, Helena. Estás bien con él y yo bien alejada. Así que, por favor, no me pidas este tipo de cosas.

Suelto su mano y la dejo ahí plantada antes de subir al auto de Sean.

- ¿Quién era ella?

-Una conocida.

- ¿Qué te dijo?

-Quiere hablar sobre el dolor. El más profundo y terrible de los dolores.

Sean me mira extrañado, pero no rechista. Es una de las cosas que amo de mi hermano. Es de las cosas que más aprecio; el silencio para pensar.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora