16: Limpieza.

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Tomo su mano con fuerza y veo a la mujer frente a nosotros. Él parece estar atento a lo que ella dice, sin embargo, yo estoy más atenta en quien está en la caja registradora. Sus ojos parecen clavar dagas en mi cuerpo y no le falta rodar los ojos al ver mi mano sobre la de Adam. Él ni siquiera sabe qué pasa y no se lo diré. Estoy seguro de que ni siquiera notará que Anabelle y Amelia nos miran a lo lejos, acompañadas por Branden, quien tampoco sabe que estoy junto a Adam en la tienda de cosas prácticas para decorar el hogar.

La mujer frente a nosotros finaliza su discurso acerca de las pinturas y decido que es mejor ignorar a mis hermanas. Adam parece debatirse entre la pintura blanca y la pintura verde claro.

- ¿Tú qué dices? -pregunta.

- ¿Cuál te gusta más? -pregunto yo.

-No lo sé, me dan igual -se encoje de hombros.

-La blanca -respondo a la mujer.

Ella anota la pintura blanca en la lista de cosas y pasamos a ver las cortinas. Con ellas no nos hacemos mucho rollo, unas cortinas de color rojo y otras blancas y listo. Compra pintura para muebles, cuadros nuevos y sábanas también. Y entonces llega la hora de pagar.

- ¡Amaia, Adam! -grita Branden del otro lado de la tienda.

Maldigo en mi interior al escucharlo venir con rapidez hacia nosotros, también tomado de la mano de Amelia y nos sonríe con amabilidad. Abraza amistosamente a Adam y a mí solo me da una sonrisa corta.

- ¿Qué hacen por aquí? -pregunta.

-Comprábamos algunas cosas para nuestra casa -responde y me sorprende que recalque la palabra nuestra en la oración-. ¿Ustedes?

-Comprábamos cosas para mi casa -explica Branden-. Amelia vendrá a vivir en poco tiempo conmigo y hemos decidido darle una buena bienvenida.

-Felicidades, Amelia -digo con toda sinceridad.

-Gracias -responde, como si yo fuera una cosa repugnante-. Branden, iré a ver... mmm... algunas cortinas.

Él asiente con la cabeza y la deja irse junto a Anabelle. Adam y él sostienen una larga conversación incluso cuando ya ha pagado, hablan sobre los preparativos de la boda y se dicen un par de bromas que ni siquiera logro entender. Nos despedimos amistosamente y regresamos al auto como si nada.

- ¿Deseas pasar por algo al pueblo? -Pregunta, colocándome el cinturón de seguridad-. ¿Ropa? ¿Zapatos? ¿Comida? ¿Alguna extraña cosa que desees?

-Nada en absoluto -respondo con seguridad.

Él asiente con la cabeza e inicia a conducir fuera del pueblo. El camino es corto, en comparación a la cantidad de veces que hemos recorrido estas carreteras y resulta cómodo viajar con Adam.

En casa, lo primero que hacemos es limpiar el piso y sacar los muebles de madera al patio trasero -mesitas de noche y una mesita céntrica-, sacamos las cosas que están sobre la pared y las dejamos en la sala, prometiéndole a Angie que lo limpiaré cuando terminemos. Quitamos las cortinas, las sábanas y algunas cosas inservibles del baño, botamos los cuadros que están rotos y nos dedicamos a revisar el armario.

Adam saca una llave de una cajita bajo la cama y abre la puerta del armario al lado del baño, y me sorprendo al encontrar una cantidad exuberante de cosas de mujer, retratos, fotografías, un par de bicicletas, disfraces y cosas que no pudiese imaginarme. Él enciende la luz y el polvo es lo que más llega en ese lugar.

- ¿Este era su... armario? -pregunto, refiriéndome a Helena.

-Era nuestro armario -me corrige-. Al final lo ocupé como una bodega para cosas del pasado. Quiero botar todo esto.

-Siempre podríamos usar algunas cosas -le digo-. Pasear en bicicleta no suena tan mal y puedes donar su ropa, muchas personas podrían necesitarla, puedes vender algunas cosas y así...

-Resulta imposible no sentir que no te merezco -besa mi sien y entra al lugar-. Y ya que yo no tengo tiempo de obsequiar esto, puedes hacerlo tú. Conoces el pueblo mejor que yo.

- ¡Eres increíble! -exclamo encantada.

Pasamos casi una hora entera sacando las cosas de Helena y poniéndolas en una caja de cartón grande. Adam bota todos los cuadros y las fotografías de ella, mas yo robo su álbum de fotografías de boda y lo guardo en mi habitación para que luego no se arrepienta. Quitamos las alfombras y las telarañas del techo, y cuando llegan las cosas que compró, nos ponemos manos a la obra.

Ponemos periódico en todo el piso y pintamos las paredes con cuidado, él se encarga de pintar el techo y yo sostengo la escalera con cuidado. Cuando se cansa, sé que es mi turno de pintar el techo de la habitación. Subo las escaleras con cuidado y trato de pintar.

-Que lindo trasero -silba él-. No me dijiste que la vista desde aquí era tan buena, mi querida Amaia.

-No digas tonterías -no puedo evitar reír y entonces mi brocha cae en su cara.

Se queja y me llena de pintura las piernas, y me dice que nunca más volverá a piropearme, mientras ríe a carcajadas.

El almuerzo lo comemos bajo el árbol, porque peligramos de manchar el piso y el comedor todos llenos de pintura. Angie nos felicita por haber pintado tan bien el cuarto y nosotros no podemos estar más orgullosos de nosotros.

Aprovechamos luego del almuerzo, para pintar las mesitas de noche y sacar todas las cosas que no le servirán. Luego volvemos al cuarto y limpiamos el piso con mucho cuidado, porque aunque la pintura ya está seca, ha quedado fresca y sería muy fácil arruinarla. Ponemos los muebles y arreglamos juntos su cama. Limpiamos el baño y él se encarga de poner los cuadros y las cosas que tenía en el cuarto.

Y se me encoje el corazón cuando veo que pone la fotografía en la que parece que nos besamos sobre su mesita de noche, parece patético que ese día sentía un dolor espantoso en el pecho, y aunque no esperaba que las cosas fueran así para nosotros, me alegro de que haya pasado.

Él me dice que descanse un poco y me avisa que estará en su oficina resolviendo unos asuntos con Antonio, pero no lo hago. Limpio la sala, porque la llenamos de polvo, saco las bolsas de basura y me encargo de guardar el álbum de sus fotografías de boda con Helena encima un reglón alto del armario que solía ser de ellos, también le ayudo a Emeliette a preparar la cena, y me felicita por haberlo hecho limpiar no solo su cuarto, sino también sus recuerdos sobre Helena. Yo le digo que todos los tenemos, tenemos pasado y que el suyo con Helena no me molesta.

A él no le podría molestar el hecho de que hace mucho tiempo Branden y yo hubiésemos "salido" no oficialmente, o que haya vendido rosas en el mercado, que no sea rica, que también he cometido errores. Yo sé que el pasado no se borra, y más que nadie quisiera borrarlo, pero está todo bien.

Los recuerdos son algo con lo que todos cargamos, por ejemplo, nuestra primera vez; manejando una bicicleta, yendo a la escuela, nuestra primera pelea o algún momento vergonzoso, y no se pueden borrar como queremos. Los buenos sirven para recordarte que solo una vez sucederá aquello y los malos que si haces de nuevo aquello, se repetirá y peor. Está bien, es bueno.

Por la noche, cenamos juntos en silencio, luego subimos al ático y ahí inicio a leerle el libro que había quedado de leerle. Encantado, esta vez se sienta en el piso y yo me siento en medio de sus piernas. Leo y leo, y leo hasta que los ojos me pesan.

Ambos nos encerramos en nuestros cuartos cansados, nos acostamos en nuestras camas y descansamos, pero antes; nos besamos con cariño, cariño de verdad.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora