10: Heridas.

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Me deposita sobre la cama y de inmediato se deja caer sobre ella, murmurando cientos de malas palabras. La señora Emeliette lo ayuda a subir y lo deja caer a mi lado antes de ayudarme a recuperarme. Con un vaso lleno de agua con hielo me hace recobrar los sentidos y miro a mi lado a Adam, que está casi desangrado.

Con la camisa llena de sangre, las manos y el brazo izquierdo, y además la cara. Su aspecto en vez de causarme temor, me hace sentir culpable de esto.

Bajo de la cama y voy casi corriendo a la cocina por trapos y agua. Lleno un balde con hielos y agua y caliento dos paños con una plancha. Luego regreso a la habitación. Me arrodillo a su lado y le pido a Emeliette que nos deje solos. Ella me dice que estará en la cocina y se va cerrando la puerta detrás de ella.

Quito la camisa de su cuerpo, y me ordeno a mí misma a concentrarme en las heridas y no en lo marcado que tiene el pecho; lleno de cicatrices y músculos bien definidos, con curvas casi perfectas. Meto uno de los trapos que no están calientes en el agua fría y le obligo a abrir los ojos. Poso el trapito y con cuidado limpio la sangre. Él grita casi agonizando y me mira molesto.

-Te va a doler -me encojo de hombros.

- ¡Casi no lo noto! -replica en tono irónico.

-No uses ese tono -lo regaño.

Limpio con cuidado la siguiente herida y él se estira, golpeando nuestras cabezas con fuerza. Me quejo un par de segundos, pero me gana la risa. Rio y rio hasta que el estómago me duele. Él me mira molesto.

-No te rías. Me ha dolido.

-A mí también me ha dolido -replico-. Pero ha sido muy gracioso.

- ¡No me hagas esto! -refunfuña cuando pongo los paños calientes en las heridas, para que no siga sangrando-. ¡Ah, maldita sea, duele!

-Lo siento -murmuro, y con ello también me disculpo por haberlo traído a esto.

-Si no hubieras salido de casa no hubiera pasado esto -gruñe.

-Si no me hubieras tratado mal y hubieras hablado con decencia no me hubiese escapado -replico en el mismo tono.

-No te hubieras metido a mi cuarto, entonces -continúa-. Es prohibido.

-Si no me hubieras tratado tan mal, hubiera dormido y no hubiese necesitado ir a tu maldito cuarto -gruño-. ¡Siempre tienes que complicarlo todo!

- ¿Yo? ¡Si fueras más obediente todo sería más fácil!

- ¡Si fueras menos gritón, grosero, e intimidante esto sería más fácil! -grito también.

- ¡Pero si te he tratado muy bien!

-No, no lo has hecho. Tus hijas, la señora Emeliette, Angie, Víctor y Antonio me han tratado bien -replico-. Tú solo te has encerrado en tu oficina a darnos órdenes, como si fuéramos perros y nos gritas. Ni siquiera les dices por favor o gracias.

-Trabajan para mí, no lo necesitan.

-No lo necesitan, pero lo merecen -lo señalo acusatoriamente.

- ¿Has dicho que querías hablar conmigo? -cambia rápidamente de tema.

Hago ademán de limpiar el «desastre» que hemos creado y me levanto para dejar las cosas a la cocina. Me detengo en la puerta y con voz cansada digo:

-Sí, quería.

En la cocina dejo el balde y lavo los trapos con jabón hasta que queden sin sangre. Emeliette me observa desde su lugar y me dedica una sonrisa a medias.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora