30: Amelia.

4.4K 385 3
                                    

No es un día cualquiera. La mayor parte de los habitantes de Pèrouges parecen haberse puesto de acuerdo para visitar el mercado y una horda de turistas se ha desatado por el pueblo. Casi todo el musse de chocolate se ha ido y ahora, que es tarde y hace calor, ya no hay muchas personas.

No me molesta en absoluto el que las personas estén trabajando, estudiando o descansando, me molesta el que es muy probable que todo el musse que sobra termine dañado.

He tratado de mantener mi mente ocupada, para no pensar en las cosas que me tienen de esta manera; ojerosa, cansada, gorda y enferma. Me trato de evitar pensar en Samuel y la mayor parte del tiempo lo consigo, hasta que siento una extraña punzada en el estómago, trato de evitar pensar en mi padre, pero cada vez que una moneda cae en el tarro que me he propuesto llenar, siento una extraña felicidad, esas ganas que me daban de ir y decirle "No te preocupes, padre, ya volveremos adonde tú quieres estar", pero me es imposible no llegar a desilusionarme al recordar que eso no va a ser posible. Y entonces me ordeno no pensar en Adam, pero lo recuerdo; cómo me sacó de este lugar y me llevó a su mansión, cómo me hizo temerle, cómo me hizo amarle y las cosas que hacía. Mi estómago revolotea de solo recordar lo maravilloso que fue conmigo y... caigo en cuenta de que ya no es. No es que ya no lo es, es sencillamente, que ya no es, ni será, y probablemente, ni siquiera fue.

Me decepciono de solo querer volver el tiempo atrás y no poderlo, y las náuseas y los mareos no se detienen.

Cierro uno de los platos plásticos y lo echo a la basura antes de sentarme en la silla que he traído. Amelia viene casi corriendo hacia mí y se sienta en la silla que mantengo, con la ilusión secreta de que Branden vendrá y discutiremos.

- ¡Amaia! -dice-. ¿Qué tal todo?

-Hola, Amelia -digo yo-. Lo normal, la verdad es que la mañana estuvo mejor.

- ¿Qué tal si vienes a mi casa a cenar? -Pregunta-. Branden ha dicho que no es tan mala idea y ya que se ve que tu hambre va en aumento, podrás bañarte en montañas de comida. Habrá una cena de felicitaciones a su padre, por un logro en la empresa.

-No creo que sea buena idea -respondo-. Acuérdate que Branden, el señor Martier y Adam son muy buenos amigos y yo no quiero que todo termine por arruinarse.

- ¡Vamos, por favor! -exclama-. Así no tendrás que cocinar para Sean.

-Me gusta cocinar -me encojo de hombros-. ¿Qué haces en la ciudad y no alistándote para la fiesta?

-He venido de carrera a visitarte y pedirte que vayas -dice y achina los ojos-. Guau, ¿es mi imaginación o estás más gorda?

-No, no es tu imaginación -gruño-. He estado comiendo demasiado, es la ansiedad y las ganas de distraerme de alguna forma, no te preocupes.

-De acuerdo -se encoje de hombros-. Entonces... ¿vendrás a la cena?

-No lo creo -admito-. Si cambio de opinión, te aviso.

-Puedes llegar cuando te plazca. Adam no será un obstáculo, créelo -sonríe-. No lo he visto hace mucho, pero dice mi suegro que está un poco cambiado. Ah, pero sí sé que ha vuelto su exmujer.

-Sí... lo ha hecho.

-No te preocupes -toca mi hombro-. Dejaré una silla para ti en la mesa de Treena, en la que yo me sentaré, porque no me gusta estar entre mi suegro, Branden y Adam.

-Sí, claro -sonrío.

Ella se queda un rato más hablando conmigo y luego decide que es hora de irse. Yo también decido que es hora de irme a casa y preparar la cena para Sean y para mí. Meto las sillas y saco los postres antes de cerrar con llave y candado el puesto. Justo estoy por tomar del piso los boles con el musse cuando dos manos con las uñas rosas las toman y me veo en la obligación de levantar la vista.

Helena me observa desde arriba y sonríe con amabilidad. Me levanto del piso y le sonrío débilmente antes de tomar los boles en mis manos.

-Muchas gracias -digo y ella me mira fijamente.

- ¿Podríamos hablar? -Pregunta-. No aceptaré un no por respuesta, si no es hoy, será mañana y hasta que aceptes hablar conmigo. Es algo importante, necesario, te juro que no será más de una hora.

-No es buena idea -respondo-. Me han avisado de que Adam estará en el pueblo y mi hermano pasará por mí en un par de minutos.

Miento. Sean me ha dicho que no podrá pasar temprano por mí y he decidido perder el tiempo cabalgando a Madame por las colinas mientras me despejo la mente. Helena me nubla la mente de pensamientos insanos.

Ella es hermosa, aparenta unos treinta y pocos años -como Adam-, se viste muy bien y su voz es tan dulce que podría ser chocolate. Su cuerpo es muy esbelto y para ser madre de gemelas, su figura es muy definida. Yo estoy engordando, tal vez no mucho, pero no me gusta cómo estoy volviéndome; maltratada, como si el mundo de pronto no tuviera sentido.

No puedo con la presión, son dos muertes y la pérdida de alguien a quien amé. No me hace sentir mejor el que Helena desee hablar conmigo, pero sé que seguirá insistiendo, ella misma lo ha dicho. No quiero topármela día con día y perder la paciencia, la poca que me queda.

-Hay un pequeño café cerca -dice y ríe-. Creo que es el único. Adam no se acercará a esa parte de Pèrouges, además, yo puedo irte a dejar; tengo un auto y...

-Está bien -término por decir-. Te daré cuarenta minutos, no más.

Ella, para mi sorpresa, casi salta en su lugar al escucharme decirle aquello. Me quita de las manos los boles y me guía hasta una cafetería que solía visitar muy seguido mi padre para tener citas con mamá cuando eran jóvenes. Y hasta la fecha -casi veintiséis años después- sigue trabajando. Ahora es un lugar muy histórico y muy visitado.

Helena se sienta en una de las sillas de una mesa ubicada en la parte de afuera y me dice que me asegure de que nadie va a escucharnos. Veo a cada lado, en busca de personas, pero la tarde está tan calurosa y aburrida que no hay nadie ni siquiera cruzando las calles.

-Primero, quiero saber cómo estás llevando todo esto -dice-. Lo de tu padre debe ser algo espantoso y lo de tu hermano debe ser... ay, no me gustaría estar en tus zapatos, de verdad.

-Supongo que lo estoy llevando bien -digo-. Siempre tuve en cuenta que moriríamos y lo peor de esto es el haberme acostumbrado a su presencia, pero lo hago bien. Es un momento que ya esperaba.

- ¿Y qué tal lo de Adam?

-Helena...

-No, está bien, no me contestes eso -suspira-. Debe ser muy difícil. Me refiero a todo, no solo lo de Adam.

-También extraño a Nanette y Naiely.

-Agh -rueda los ojos-. Molestan demasiado. A veces no consigo soportarlas, creen que soy su tía, o algo así, imagínate si supieran que soy su madre; no me dejarían en paz.

Siento una horrible punzada en el pecho. Cómo detesto que hablen de esa forma de los niños, ¡de sus propias hijas! Es una descarada, una desgraciada y una vagabunda. Ni siquiera merece el tiempo de ser escuchada, al menos, no quiero seguir haciéndolo.

-Olvida eso -dice-. Vengo a aclarar unas cosas.

-Si me vas a amenazar para que me aleje de Adam, no te preocupes, te ama demasiado y yo salgo sobrando, así que no me le acercaré.

-No es eso -se cruza de brazos-. Quiero que recuerdes el día en el que te hirieron tus tres hermanos... vuelve a esa tarde, por favor, yo te aclararé la mente.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora