25: Sospechoso.

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Adam se queda justo en el umbral de la puerta y me mira, con las manos metidas en las bolsas de su pantalón. De repente, siento la necesidad de abrazarlo fuerte, y no sé por qué.

- ¿Está todo bien? -Me pregunta y yo asiento con la cabeza-. No pareces muy afectada.

Me siento en la cama y suspiro.

-No lo estoy -admito-. No me malinterpretes, es muy difícil haber perdido a un hermano, lo quise mucho, pero... pero me siento bien.

Él no se atreve a pasar al cuarto, solo sonríe mientras me mira desde su lugar. Resulta casi dolorosa la manera en la que me observa, con pasión, cariño, admiración, dolor y... amor. No sé si es una idiotez, no sé si de verdad es amor lo que veo, pero me gusta cómo me hace sentir eso.

-Nunca le deseé el mal -expreso, avergonzada-. Me sentía terriblemente mal por todo lo que me hicieron y sentí un poco de rencor, quizá... pero nunca quise que muriera.

-Lo sé -se anima a pasar y se arrodilla frente a mí, entre mis piernas.

Me abraza por el torso y besa mi estómago, alborotando la brillantina, los caballos y los elefantes en mi vientre. Yo paso mis manos por su cabello y masajeo su cuello. No sé si es amor lo que siento, pero resulta que me hace sentir débil ante él.

-Yo sí me alegro de que ya no esté más en la faz de la tierra -dice y sus palabras me causan una extraña sensación fría en la espalda-. Lo detestaba.

-No digas eso -pido-. Era mi hermano, luego de todo.

-Lo siento -me mira a los ojos cuando lo dice y tengo la extraña sensación de que se disculpa demasiado por solo unas pocas palabras.

-Está bien -beso sus labios con amor-. ¿No crees que deberíamos volver al picnic?

Él se levanta y asiente con la cabeza. Entrelaza nuestros dedos y me guía hacia el jardín nuevamente. Todos preguntan qué fue lo que pasó y para no preocuparles, Adam dice que ha sido un error de paquetería, que han traído unos perfumes a la casa equivocada. Yo apoyo su mentira sin decir mucho y dejamos que el tiempo pase mientras almorzamos.

La tarde entera jugamos como niños, comemos y hasta bailamos como locos junto a las gemelas. Ellas cantan y bailan para nosotros y las coronamos como princesas del "castillo" Voinchet.

En la noche, todo vuelve a la normalidad. Mis pensamientos los nublan Adam y Samuel, pero quien empieza a ganar la guerra es Sam. No puedo ni siquiera imaginarlo en una de esas cajas de madera pulida, sin pulso, sin respirar, pálido con la carne muerta, con el cuerpo y el alma muertos. No puedo imaginarlo muerto y punto.

Cenamos juntos; Naiely, Nanette, Adam y yo, y me encargo de que luego de la cena, las gemelas estén limpias y listas para ir a la cama. Les leo un poco y dejo que me cuenten acerca de su parte favorita del día, y cuando se duermen, me quedo en silencio.

Mientras me meso en la silla de madera, las veo dormir con una sonrisa gigante. Me imagino lo mucho que Adam las quiere, porque yo de verdad lo hago. Sé que no conozco el dolor de su madre biológica al haberlas dado a luz, pero es como si a mí me hubiesen costado.

Es imposible no amar su inocencia, sus voces, su belleza, su inteligencia y maneras de ser. Aunque pequeñas, llenas de inteligencia y belleza, aunque no mías, realmente amadas por mi persona.

Una hora luego de que ellas se duermen, subo al ático a leerle un poco a Adam. Él se sienta a mi lado, con cuidado, y me deja leer sin irrumpirme durante todo el tiempo, cosa que es muy extraña en él.

Luego de unos tres capítulos, decidimos que es hora de dormir. Nos encargamos de apagar todas las luces y nos acostamos en la cama juntos. Su manera tan lejana de ser conmigo me pone los pelos de punta y me hace preguntarme qué tengo. Mientras él se pone su pijama, yo me observo en el espejo con detenimiento.

Una cicatriz nueva y no muy bonita surca la orilla de mi ojo derecho, una línea morada atraviesa mi nariz y tengo más cicatrices en el estómago. No me gusta del todo cómo luzco, pero tampoco me acomplejo, me siento bien y estoy viva, que es lo realmente importante.

Pienso en mi comportamiento últimamente, no soy exigente, le he dejado su espacio para trabajar cuando ha sido necesario, he cuidado de mí y de las gemelas, he procurado no hacer mucho esfuerzo y maniobras para no molestar su paz interior, y hay algo que me dice que ya no es lo mismo. No sé por qué.

Al salir del baño, él está acostado, con los ojos cerrados, sumido en un profundo sueño. Me acuesto a su lado y lo abrazo. Él no me aleja y eso me parece suficiente, así que consigo cerrar los ojos e intentar dormir.

Durante toda la noche él se queda quieto y todos mis sentidos se disparan. No es el hecho de su quietud, no es solo eso; su respiración es calmada y su corazón late de manera normal. El problema es que él siempre ama aplastarme. Le gusta encerrarme entre sus brazos y no dejarme ir.

No quiero insistir en nada, así que lo dejo pasar. Le atribuyo todo a que últimamente ha pensado mucho en mí y está agotado, debe estar demasiado agotado.

En la mañana, despierto sola. A las cinco de la mañana y sola. Me doy una ducha corta y me visto con un short y una camisa negra, ya que se supone, debo estar de luto. Salgo y ayudo en lo que puedo a Emeliette.

A las once en punto, un policía se presenta en la mansión de improvisto. Adam y yo nos sentamos en la oficina de Adam y esperamos que diga a qué viene. Puedo ver los ojos de Adam oscurecerse, su verde esmeralda pasa de golpe a ser un verde musgo y luce algo nervioso. No lo culpo, el policial me pone los pelos de punta.

-Buenos días, familia Voinchet -dice-. Yo tan solo he venido a tomar su declaración de la noche en la que Samuel Foissard fue asesinado, sé que puede ser algo tedioso, pero si responden bien, con la verdad y bien, todo se resolverá pronto y les dejaremos en paz.

-Puede hacer sus preguntas, oficial -permite Adam.

El oficial saca una libreta y un plumón, además de una lista de nombres en los que identifico a Amelia y a Branden, también a Sean. No consigo ver nada más.

- ¿Durante ese día ustedes qué hicieron?

-Bueno... volví del hospital -digo yo-. Me mantuve en cama todo el día, en la tarde Adam estuvo conmigo hasta que me dormí y en la noche volvió a estar conmigo, como casi todos los días.

- ¿Y usted, señor Voinchet? -se dirige a Adam y los ojos de Adam han pasado a ser claros, pero duros-. ¿Qué hacía sin ella? Usted no salió con la señora Voinchet del hospital.

-Debía traer a mis hijas a sus clases -dice-. Cuando Amaia vino estuve resolviendo unas cuantas cosas en mi oficina y luego traté de cuidarla. Cuando ella se durmió jugué con mis gemelas y las dormí previamente, luego volví con Amaia, que no pudo dormir así que estuve tratando de dormirla también.

- ¿Qué cosas resolvía en su oficina?

-Una de mis mansiones ha sido asaltada -responde con molestia-. Y debo resolver eso cuanto antes.

- ¿Por qué trataba de dormir a la señorita?

Adam lo mira como si la cosa fuera obvia. No trataba de dormirme para violarme, o para matarme, no trataba de dormirme para irse. Además, estuvo conmigo toda la noche. Yo lo sé.

-Es obvio, señor oficial -responde él-. Quería que pronto se recuperara, además, es mi esposa, la razón obvia para querer que se recupere es que la quiero demasiado para verla mal.

El oficial no parece encontrar nada sospechoso entre ambos, así que tras desearnos una buena tarde y decirnos que seguiremos siendo investigados, se va. Adam besa mi frente y me dice que saldrá un momento, así sin más, y me deja sola en la oficina.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora