23: Veracidad.

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Creí que iba a morir, creí que no podría ser peor, pero en ese momento en el que casi moría, molida a golpes por una venganza sin sentido por parte de mis tres hermanos, llegaron tres personas más. No supe qué fue lo que pasó realmente, estaba demasiado desorientada, pero sí supe quiénes eran aquellas tres personas.

Branden, Amelia y Sean fueron quienes me salvaron verdaderamente de morir y ya no sé cómo agradecerles. Adam llegó en cuanto una de las gemelas le marcó, y eso solo me dijo lo verdaderamente inteligentes que eran aquellas dos niñas, y lo mucho que empezaron a importarme.

Amelia y Sean se encargaron de sacar a las gemelas del lugar en el que se encerraron mientras Samuel, Saint y Anabelle se iban del lugar, sin poder haber sido capturados por Branden. Adam se encargó de llevarme al hospital y ahora estoy adonde estoy.

Sentada en la cama, llena de agujas y hematomas, con una cicatriz en el pecho gracias a la operación de emergencia que tuvieron que hacer y mi aspecto no es lo único malo en mí, no es lo único terrible en el lugar. No sé nada de las personas a mi alrededor, no me han permitido ver a nadie por cuestiones de seguridad y me siento desesperada.

La comida del hospital es realmente espantosa, sin sal, húmeda y licuada, como si fuese vómito. No debería quejarme, es demasiado que se encarguen de mi salud, pero me es casi imposible saborearla y no imaginar un plato de espaguetis en mi boca.

Los dolores son casi insoportables, y solo consigo que me los quite una gran dosis de pastillas calmantes, ni siquiera el silencio o el ver televisión, y no puedo dejar de pensar en lo que pasa fuera del lugar en el que me encuentro aprisionada.

Me han tomado una declaración, pero ya sé cómo trabaja la policía. Investiga unos tres días y luego el caso se pierde, nadie sabrá más nada del caso y el «le mantendremos al tanto de cualquier cosa que encontremos» es una manera implícita de decir que nunca dirán nada. Las autoridades se relajan, mientras una devana sus sesos pensando en el peligro que se corre, en lo que puede venir o suceder si no se mantiene alerta. Las preguntas fueron básicas: ¿Qué hacía usted a esa hora? ¿Quiénes estaban con usted? ¿Sabe usted quiénes eran? ¿Está usted segura, señora Voinchet? Me creían loca. Pero tampoco hice mucho caso, respondí lo que era y eso es lo que no me mata. Sé lo que dije.

-Vamos, Amaia -Tasha, mi enfermera asignada llama mi atención-. Es tiempo de cambiar de habitación.

- ¿Ya podré ver a mi familia? -pregunto.

-Si tienes suerte, al llegar la tarde estarás con tu esposo y tus hijas -responde.

Nunca quise corregirle, no le he aclarado de que Nanette y Naiely no son mis hijas, porque me gusta que ella piense que esas dos preciosas niñas son mías, son tan inteligentes y hermosas que es casi imposible no sentirse orgulloso de solo vivir con ellas.

El pecho se me hincha de felicidad al pensar que esta vez, podré dormir con Adam, aunque me aplaste. Que mañana podré cocinar junto a Emeliette, limpiar la casa junto a Angie, que podre pelear con Víctor sobre alguna cosa, advertir a Antonio sobre el cuidarme demasiado, regar las plantas con ayuda de Geovano y jugar con las gemelas. Que estaré feliz en lo que es mi sitio.

En el cuarto nuevo, dejan que pase toda mi familia -la que se convirtió en mi familia-. Antonio me llena de bromas y advertencias, Víctor y yo discutimos unos minutos sobre el color de mis sábanas, Emeliette me regala un plato con cinco cangrejos de jamón y queso -que los amo-, Nanette y Naiely me llenan de globos y abrazos, y Adam me llena de besos por toda la cara.

-Te ves hermosa -me dice, pero soy consciente de que luzco espantosa-. Con todo y esa cara larga y de malas noches, te ves preciosa.

Hace que mi pecho se encoja, que mi corazón lata con fuerza y que me entren fuertes ganas de besarlo y abrazarlo. Angie me muestra un bonito conjunto de ropa y me dice que saldré preciosa del hospital, al cual le nombra como «terreno para vomitar».

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora