15: Suficiente.

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-Por eso... ¿Por eso actuaste mal cuando leía el libro? -cuestiono-. ¿Te recordó a ella?

-Me recordó el dolor que Helena me hizo sentir -sonríe-. Y ese es el problema. Tú me haces sentir muy bien...

-Yo no soy Helena -le recuerdo-. Mi nombre es Amaia, Adam, y aunque quisiera, no puedo huir de ti.

-Es realmente irónico que no puedas hacerlo -dice y ríe-. Lo lamento, sé que todo esto es...

-Está bien. Estoy bien -le aclaro-. Al menos, no me has encerrado en una mazmorra, sin comida, sin agua, ni nada. Es más de lo que puedo pedir.

-Sé que esto sonará un poco cruel, pero... la verdad es que no me arrepiento de haber hecho el trato con Foissard.

-Y yo tampoco me arrepiento de haber suplantado a Anabelle -sonrío.

Él se acerca a mí con cautela. Coloca una de sus manos sobre mi pierna y se acomoda sobre mí. Podría ser una posición demasiado comprometedora, y si Antonio, Víctor, Angie o Emeliette llegasen, esto pasaría de ser algo que empieza a gustarme, a algo que se tornaría en muy incómodo.

Sus labios besan la comisura de los míos y su mano se cierra alrededor de mi cintura. Nuevamente aparecen los caballos, los elefantes y la brillantina, y parece que es doble ración. Besa suavemente mis labios y me atrae hacia él. Mis labios no le niegan el deseo que sienten por los suyos y bajo con cuidado una de mis piernas para permitir que se acerque más a mí. Mi mano se posa sobre su nuca y mi espalda se arquea.

Estoy desesperada por este beso, porque mis labios de verdad se muevan y sientan los suyos moverse, pero no lo hace. Me mira a los ojos con fuerza y separa nuestros labios.

-Me haces sentir demasiado bien -repite-. Demasiado, Amaia.

-Yo no soy Helena, Adam.

-Ya lo sé -hunde la cabeza en mi cuello y siento que sonríe-. Y me gusta. No eres ella y está bien. Maldita sea, eres lo mejor que me ha pasado en cinco años, Amaia.

Quiero decirle algo, pero no puedo. No sé cómo expresar mis sentimientos. Nunca antes he sentido nada por nadie, siempre he visto lo fácil que es para las personas el decirse las cosas, he leído libros en los que no les cuesta decir que se aman y ahora no sé cómo decirle a Adam que él ha sido una de las mejores cosas que me han pasado. No en años, no en semanas, no en horas. Es una de las mejores cosas que me ha pasado y punto.

-Dime que no me odias por haberte traído a este lugar contra tu voluntad -susurra suplicante.

-No te odio, Adam. No te odio -lo abrazo con fuerza.

-Dime que no tienes miedo de lo que puede pasar con nosotros.

-No tengo miedo de qué puede pasar con nosotros -respondo, aunque muy en el fondo, sí tengo miedo.

-Dime que... que estoy bien. Dime que soy suficientemente bueno para ti -pide-. Que a ti sí podré hacerte feliz, que estarás bien conmigo.

-Estás bien, Adam. Eres más que suficiente -lo separo un poco de mí y lo veo a los ojos-. Ya me haces feliz, ya estoy bien contigo.

Entonces me besa. Sus labios se abren sobre los míos y me besa con cuidado, con pasión y verdadero sentimiento. Mis labios tratan de seguir sus labios y lo abrazo con más fuerza, porque no quiero dejarlo irse. Sin embargo, un ruido extraño nos hace separarnos como si fuésemos agua y aceite. Miro hacia la entrada al ático y veo a Emeliette y Angie con unas grandes sonrisas en sus caras.

-La cena está servida -dice Emeliette-. Pueden... pasar.

Miro con inocencia a Adam y me levanto de mi lugar. Guardo el libro en su lugar y dejo que se quede ahí sentado, viendo a la ventana, mientras yo sigo a Emeliette y Angie, quienes no paran de parlotear entre ellas sobre la felicidad, Nanette y Naiely, y una apuesta que hicieron con Víctor y Antonio. Estoy demasiado extasiada para poder prestarles demasiada atención.

Adam y yo cenamos juntos, hablando con cuidado sobre lo rica que está la comida. Es incómodo hablar sobre la comida, que es lo mismo que almorzamos, y no hablar sobre lo que ocurrió en el ático, más que nada porque sabemos que nos están escuchando.

Al finalizar, él me acompaña a mi cuarto y decidimos encerrarnos para poder hablar sin sentirnos realmente incómodos. Me acuesto a su lado y él me aprieta contra su pecho firme.

-No sé cómo se hace esto -admite-. No quiero equivocarme y hacer que me odies. Es imposible no sentirme atemorizado por esto.

-Yo tampoco sé -me encojo de hombros-. Pero no te preocupes. No te voy a abandonar, Adam. No puedo hacerlo, no quiero y no lo haré, ¿de acuerdo?

- ¿Me lo prometes?

-Te lo prometo.

Besa mi sien, y me acurruca a su lado. Angie es quien llega a apagar la luz a media noche, cuando se da cuenta de que "hemos" quedado dormidos. Le agradezco en voz baja y le pido el favor de echarnos la manta encima, porque Adam no parece tener intención de soltarme. Ella lo hace con mucho gusto y nos desea buenas noches, aunque Adam ya está dormido. También le deseo buenas noches, y le pido que no diga nada sobre nosotros. Ella lo capta.

Por la mañana, despierto sola. Angie no se acerca al cuarto, la cama está vacía y desordenada, y el reloj marca las nueve de la mañana menos cuarto. Casi me da un infarto al saber que me he quedado dormida más tiempo del que debería y de golpe salgo de la cama. La arreglo con mucho cuidado y me doy una ducha corta. Me visto con jeans negros, una camisa de tirantes y tan solo me pongo un par de calcetines.

Cuando llego a la cocina, Adam está hablando por teléfono, sentado en una de las sillas del desayunador, comiendo del postre que sobró de ayer. Yo me acerco a Emeliette y le deseo buenos días antes que a Adam, sólo porque no quiero irrumpir su llamada. Tomo un vaso de leche y tres galletas y me siento al comedor para desayunar con eso.

-Buenos días, Amaia -susurra a mi oído.

Miro sus ojos y sonrío antes de besar la punta de su nariz.

-Buenos días, Adam.

- ¿Estás lista? -pregunta.

- ¿Íbamos a salir? -cuestiono extrañada-. No lo escuché.

-No te lo dije -se encoje de hombros-. Quiero que me acompañes a comprar pinturas, y algunas cosas para mi cuarto.

- ¿Quieres...?

-Necesito limpiarlo -explica-. Nadie excepto tú tiene permiso de entrar, así que quiero que tú me ayudes. Quiero iniciar de cero contigo.

No puedo evitar sonreír encantada. Está borrando los recuerdos que tiene con Helena por mí, nuevamente está haciendo cosas por mí que yo no puedo pagarle y me hace sentir extraña. Me hace sentir bien, especial y querida, pero también me hace sentir que no doy todo lo que soy. Beso sus labios suavemente y le pido que me espere un momento para desayunar y ponerme zapatos. Él no me apresura y me dice que estará haciendo unas cuantas cosas en su oficina mientras tanto.

Apenas termino, lavo los trastos y voy a la habitación. Guardo el pantalón en un cajón y me pongo un short azulado para estar más cómoda. Me ato el pelo a una coleta alta y paso a su oficina.

- ¿Lista?

-Sí, podemos irnos.

Al pasar frente a su escritorio, acomoda bien una fotografía y noto que es mi fotografía favorita de todas las fotografías que tomaron el día de la boda. El pecho se me hincha de felicidad y no puedo evitar sonreír, como siempre que estoy a su lado. Toma mi mano y me guía hasta la entrada. Subimos al auto y emprendemos camino al centro del pueblo. Y está bien, me gusta.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora