21: Lago.

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Detiene el auto en un aparcamiento con muchos autos más, sin embargo, no consigo ver ningún lago cercano cuando decido rodear el lugar. Él me entrega una de las mochilas y me ayuda a ponérmela a los hombros antes de avisarme que debemos caminar bastante antes de llegar al lago. Y comprendo que en realidad, es un viaje turístico que ya había sido planeado.

Seguimos a un muchacho al que le calculo unos veinte años, o menos. Bajamos una gran colina llena de piedras y atravesamos un pequeño puente. Recorremos un bosque precioso y bastante húmedo, lleno de flores silvestres que él nos aconseja que es preferible de no tocarlas.

Durante todo el viaje, Adam hace bromas e incluso canta, y yo pienso. Pienso en lo mal que estuve al juzgarlo, al decidir por mí misma que él era un hombre serio, sin corazón, sin sentimientos... su físico brusco me hizo pensar que no tenía vida, o que no la vivía, y estuve mal. Estuve peor que mal.

Tras una hora de caminar, tropezar y ensuciarnos felizmente, llegamos a un campamento. Un lago repleto de personas se abre paso frente a nosotros y no puedo evitar sentir un peso menos al saber que hemos llegado; la mochila sobre mis hombros empieza a matarme y los pies me duelen, además, me duele el labio inferior bastante, y sé que estoy sangrando por él. Tampoco me importa mucho.

El muchacho nos asigna una "cabaña" y nos avisa que estará en la casa más grande, donde administran las cosas. Tras entregarnos las llaves de lo que en realidad no tiene aspecto de cabaña, nos desea un buen día y se va del lugar.

Adam abre la puerta y entramos. Dejamos las mochilas de lado y nos dedicamos a inspeccionar el lugar; son dos camas grandes perfectamente aliñadas, separadas por una mesita de noche que sostiene una lámpara, al lado, un baño, hay un televisor en una pequeña salita con tres sofás y una ventana que da vista al lago. Es precioso.

- ¿Te gusta? -pregunta emocionado.

-Me encanta -admito emocionada-. ¿Qué haremos ahora?

-Acostarnos, dormir y descansar -se deja caer sobre la cama y yo me cruzo de brazos.

-Ah, no, ni lo pienses -gruño-. Si a mí no me dejaste dormir, no te dejaré dormir ahora que estoy hiperactiva.

-Ven acá y duerme -se coloca de lado y yo me niego a hacerle caso.

Me dejo caer sobre su cuerpo, aplastándolo, pero él no hace ademán de despertar. Le doy vuelta y subo a horcadas a su cuerpo, apretándole las mejillas. Acerco mis labios a los suyos y entonces abre los ojos y estira la trompita. Me alejo.

- ¿Qué haces? -gruñe-. Bésame.

-Te besaré si hacemos algo divertido -replico-. Si me prometes que saldremos de este lugar a divertirnos un poco.

-No hay necesidad de salir de la cabaña para divertirnos -me guiña un ojo, pícaro, pero esta vez no pienso caer en su trampa.

-Por favor -le ruego-. Podríamos ir a escalar el cerro, podríamos caminar y buscar un lugar para comer, o podríamos ir a nadar un poco.

- ¿Y usarás traje de baño sexi?

-No seas inmaduro, por favor.

-Solo he preguntado si usarás algo sexi, Amaia.

-Me pondré short y sujetador del traje de baño que has metido -le digo-. Tómalo o déjalo.

-Lo tomo, vamos, vístete y vayamos a nadar.

Casi salto de la cama de alegría. Le doy ese beso que le prometí y me visto en el baño con emoción. Me pongo un short corto y me ato el cabello a una coleta despeinada. Él ya está listo cuando salgo, vestido solo con chancletas y un short playero. Toma con fuerza mi mano y salimos del lugar con una sonrisa en los labios.

Soy la primera en lanzarse al agua, él se tira unas tres veces de una cuerda que cuelga de un árbol grande y me salpica. Me hunde en el agua y me besa cuando le da la regalada gana, sin importarle mucho que haya niños por el lugar. Yo tampoco hago mucho esfuerzo por alejarlo y me divierto durante un largo rato.

A las doce, salimos del agua. Él compra nuestro almuerzo y nos sentamos en una gran piedra solos, a comer unos deliciosos cangrejos de queso y jamón, con un gran pedazo de lasaña y una botella de agua. Y soy feliz a su lado.

- ¿Te lo estás pasando bien? -pregunta.

-Sí, es increíble -respondo y beso su mano entrelazada a la mía-. ¿Alguna vez has venido con Nanette y Naiely a este lugar? Estoy segura de que les encantará.

-He dicho que nunca he venido con nadie -dice-. No creo que traería a este lugar a Nanette o Naiely, o ambas. Es algo que, a pesar de ser bello, no quiero compartir con las personas. Es mi infancia, y la quiero mantener así, feliz.

- ¿Y por qué me has traído a mí, entonces?

-Porque me haces feliz. Me haces muy feliz.

Besa mi nariz y se levanta de la roca con los platos desechables en la mano. Me ayuda a levantarme. Boto los platos y las botellas en un basurero cercano y lo sigo hasta la cabaña. Nos cambiamos y colgamos la ropa de la cortina del baño. Nos damos una ducha -él primero- y nos dedicamos a pasear de un lado a otro por el lugar.

Conocemos un pequeño zoológico, una reserva de plantas increíbles y preciosas y una colina llena de niños correteando. Quedo enamorada del lugar, y Adam en todo momento se porta tan atento conmigo que me es casi imposible no robarle besos de vez en cuando, cuando está distraído. Él me los devuelve, y yo me siento como una niña mimada. Me siento plena a su lado.

Volvemos a la cabaña a las ocho de la noche, luego de cenar con ensalada, postre y filete con aros de cebolla. Adam insiste en ir de paseo por la laguna, que es un lugar muy bonito de noche y yo le sigo el paso. Porque de verdad es hermosa. Llena de luces alrededor de los árboles, con el sonido de los grillos y las personas alejadas que hacen una fogata mientras asan malvaviscos.

Nos sentamos cerca de donde la laguna inicia. Adam peina mi cabello con sus dedos, suavemente y me susurra al oído cosas que nunca pude imaginar que alguien sabía de mí; que tengo un lunar tras la oreja, que todavía llevo las marcas de sus mordidas, que mis orejas se ponen rojas al mencionar que soy hermosa... que soy hermosa. Me besa, acaricia mis mejillas y me cuenta historias que le pasaban en el campamento cuando venía aquí.

Yo sabía que se podía estar bien con Adam, sabía que él en el fondo era buena persona, pero nunca tuve en cuenta cuán bien podía uno llevarse con él, cuán bueno era, cuán humano podía llegar a ser. Al pensar en todo eso, un extraño pensamiento pasa por mi mente.

¿Por qué Helena lo dejó? Lo tenía todo con Adam. Si él la trataba así como me trata a mí, o mejor -si es que eso era posible-, ¿por qué se fue con otro? Adam no es malo, Adam es guapo, Adam es fuerte y protector, Adam sabe querer y respetar, aunque puede llegar a ser un poco pervertido. No consigo encontrar algo malo en él, o tal vez, sí hay cosas malas en él, como en mí... pero fuera de lo normal, yo no encuentro nada raro en él.

Volvemos tarde a la cabaña. Decido que lo mejor para el calor que hace, es dormir en ropa interior y una camisa. Adam solo usa un bóxer y se tira a mi lado en la cama; no hemos querido dormir alejados.

-Mañana nos vamos -dice.

- ¿Y? -pregunto, observándolo de cerca.

-No quiero que nos vayamos -dice.

-Debemos pasar por Nanette y Naiely -replico-. Iremos de picnic y estaremos bien, Adam. No es como si...

-Es que estamos tan bien...

Yo beso sus labios, interrumpiéndole, y él no me aleja. Tras un rato, subo a horcadas sobre sus caderas y me inclino a besarlo. Él acuna mi trasero entre sus manos y asciende hasta mi espalda. Lentamente se deshace de mi camiseta y yo lo dejo avanzar. Se acomoda, sentado, y me ayuda a quitar el sostén de su lugar. Besa mis pechos, mis clavículas y mi cuello, aún masajeando mi trasero, pegándome a él.

- ¿Ahora sí estás lista? -me pregunta.

-No te dejaría tocarme si no -respondo y él sonríe.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora