2. La primera amenaza Pt.3

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Algo sobresaltó al joven hechicero obligándolo a detener la marcha y mirar hacia atrás. Agoyh percibió como el espíritu del caballero dejaba este mundo. Ante aquella situación no supo qué decirle a aquel pequeño niño que galopaba junto a él, continuó su camino pensando en todo lo ocurrido aquella noche y con el deseo de alcanzar pronto su hogar para poder reposar y comprender las dimensiones de lo sucedido. En ese mismo instante en su interior creció una sensación que no había advertido desde hacía mucho tiempo.

El guardián del hielo alzó la vista y sobre la copa de uno de los árboles observó una silueta humana oculta bajo la oscuridad. La sombra saltó del árbol y se quedó flotando en el aire. Una de las nubes que bañaba aquella noche desapareció dejando paso a la luz de la luna, que mostró la identidad de ese ser. Los ojos del niño reflejaban su incredulidad al ver una persona caminar por el aire con la misma naturalidad con que un granjero siembra los alimentos. Sin hacer caso a las advertencias de Agoyh, Baren desmontó del caballo para ser testigo de cualquier movimiento que aquel hombre pudiera realizar. Unas llamas rojas como la sangre envolvieron la silueta de aquel hombre aterrizando suavemente en el suelo. Cuando las llamas desaparecieron, una ráfaga de fuego atacó directamente a Baren, incapaz de realizar movimiento alguno. «Naunet, diosa del hielo. Yo, vuestro humilde servidor, suplico vuestra ayuda». En ese momento una barrera de hielo logró detener la ofensiva de fuego.

―Me alegra comprobar cómo la paz no ha mermado tus poderes.

―Este no es el momento..., Sagras... ―El representante del clan del hielo conocía perfectamente la identidad de aquel hechicero―. El tiempo del cual disponemos es escaso, no podemos demorarnos más en este lugar.

―Jamás has aceptado mis desafíos, guardián del hielo. Quizá debería solicitarlo formalmente al Consejo de Magia, deseo conocer hasta donde llega realmente tu poder.

―Si el Consejo lo decide así lo haré, pero debes saber que calibrar nuestros poderes es una lucha inútil y el Consejo nunca lo aceptará, ya sabes las normas ―le recordó―. No tengo ninguna intención de enfrentarme a ti.

―No será la primera vez que infringimos las normas, ¿has olvidado lo que sucedió hace tres años en Zanobi?

Sagras caminó lentamente hasta encontrarse con su rival. Agoyh estaba en tensión por si Sagras intentaba algún movimiento que pusiera sus vidas en peligro. Conocía muy bien al guardián del fuego, jamás atacaría a un inocente, pero era un hechicero impredecible. Había estado en varias ocasiones a punto de ser exiliado a Parchar, fortaleza construida para controlar a los hechiceros con aspiraciones oscuras como consecuencia de su carácter. Sin embargo, el Consejo temía su poder y prefirieron tenerlo como aliado.

Los dos hechiceros se miraron fijamente a los ojos, aunque Sagras desvió su mirada hacia el chico, que estaba junto a Agoyh. El silencio cubrió por completo aquel lugar.

―¿Quién es ese muchacho? ―Agoyh no sabía qué responder, pues apenas conocía al chico―. ¿No piensas decirme nada?

―Debemos marcharnos de este lugar, los soldados oscuros se acercan y no es de extrañar que entre sus filas pueda existir alguien que domine la magia oscura, pero es diferente a lo ocurrido en Zanobi. Puede que se trate de seguidores del mismo Agnam, dios de la muerte. ―Sagras parecía sorprendido ante aquellas palabras, el Consejo de hechiceros siempre había temido que eso sucediera―. ¿Recuerdas la orden del último consejo? Nos ordenaron ir a los diferentes reinos en busca de la Siseneg, la espada divina, e informar de los nuevos movimientos de la oscuridad. ―Sagras pareció más sorprendido ante esta nueva revelación.

―Jamás recibí tal orden, el Consejo no se reúne desde nuestro pequeño incidente, yo debo dirigirme a Odol, en el reino de Sarba.

―Eso es imposible, el maestro del hielo... ―Agoyh se vio obligado a detener la conversación al percibir cómo los soldados se acercaban―. Se nos agota el tiempo, Sagras.

―Podías haber acabado con esos soldados, no son muy discretos que digamos. Eres suficientemente poderoso para acabar con ellos.

―Si me enfrento a ellos podría poner en peligro al muchacho, esta noche ha sido muy dura para él, ha perdido a su padre a causa de la espada divina. ―La fortaleza del rostro del hechicero del fuego mostró signos de inseguridad―. Las fuerzas oscuras han empezado a moverse, buscan esta espada. ―Señaló el bulto colgado del lomo del caballo manchado. Sagras suspiró y cerró los ojos por un momento, meditando sus palabras.

―Marchaos de aquí antes de que me arrepienta. ―Miró amenazante al guardián del hielo.

Volvieron a cabalgar, Agoyh agradeció el gesto de su rival, aunque Sagras ignoró aquellas palabras. La verdad es que en su interior se alegraba de poder ayudar a su rival. Agoyh estaba sorprendido por cómo el muchacho parecía adaptarse a todo lo que estaba sucediendo, el pequeño lloraba en silencio, intentando con gran esfuerzo que no se le escaparan las lágrimas. Baren trataba de ocultarlas al recordar la figura de su padre hablándole un día a orillas del lago Andol al norte de Mestor junto a la frontera con el reino de Sarba. Aquel día, Baren tenía miedo del agua por un pequeño incidente que ocurrió en uno de los pozos del castillo. El muchacho había caído en aquel pozo oscuro al romperse la madera que lo protegía, ya que las lluvias habían azotado el reino durante tres meses. Al ver de nuevo aquella agua, Baren recordó aquel instante, su padre se había acercado a él: «Ante ti se abre el futuro, hijo mío, si el pasado no te gusta, debes dejarlo marchar y si es bello, llévalo contigo siempre». El joven intentó hacer caso del consejo de su padre, pero las lágrimas se hicieron más intensas por la pérdida, su corazón sufría. ¿Cómo no iba a hacerlo? Ahora debía hacer frente a la vida en solitario, un mundo en el que la gente se mataba entre sí, en el que existían hechizos y hechiceros. ¿Qué podía hacer él, un simple niño, frente a lo desconocido?

―Perdona ―habló Agoyh al percibir el sufrimiento de su nuevo compañero―, creo que no hemos tenido la ocasión de presentarnos. Mi nombre es Agoyh. ―El hechicero se acercó e hizo el gesto de dar la mano al niño con una sonrisa reconfortante―. Encantado de conocerte, eres muy valiente, ¿lo sabes...?

―Mi nombre es... Baren ―dijo el pequeño mientras se enjugaba los restos de lágrimas que rodaban por su cara.

―Tu padre era..., es un gran hombre. Nos ha ayudado mucho y te ha protegido con su vida. Ahora vivirás conmigo, si esa es tu elección, pues por tus ropajes se puede intuir que tu origen no es otro que el castillo de la capital de Iderio. Dime, jovencito, ¿deseas regresar allí? ―Baren permaneció en silencio―. Puedes estar tranquilo, yo te protegeré hasta el final. La noche es oscura, pero mañana saldrá el sol, siempre lo hace. ―Agoyh le sonrió y le secó una lágrima perdida―. Todo irá bien.

―¿Vos también podéis andar sobre el aire? ―Baren hizo referencia a su encuentro con Sagras. Jamás había visto algo similar en el castillo y en los viajes que había realizado junto a su padre y a los reyes. Agoyh Sonrió ante aquella pregunta.

―Sagras es realmente poderoso, pero... ¿no creerás que es más fuerte que yo? ―dijo sonriendo como si estuviera ofendido―. Yo también soy capaz de levitar; un día te lo mostraré. ―Agoyh vio en ese instante que la cara del niño empezaba a tener un aire de tranquilidad y de curiosidad―. Para poder realizar ese conjuro se necesita un gran poder mágico. La mayoría de hechiceros no realizamos ese conjuro porque nuestro cuerpo queda muy debilitado. En un combate real, tu enemigo puede aprovechar ese instante para acabar contigo. Pero algún día mejoraré y podré volar todo lo que quiera. ―Agoyh se quedó pensando―. Sin embargo, Sagras no parecía debilitado...

―¿Sois enemigos vos y el señor... Sagras? ―interrumpió Baren.

―Sagras intenta ocultar sus sentimientos, pero jamás haría daño a un inocente. Antes solo quiso asustarte, espero que no lo consiguiera. Sagras no es nuestro enemigo, pero no desea ser amigo de nadie.

El guardián del hielo volvió a sonreír. Una sonrisa que obtuvo otra como respuesta. La expresión de Baren ya no mostraba aquella ansiedad, aunque no culpaba al chico. Agoyh calculaba que el niño tendría unos siete años, montó de nuevo al caballo y se dirigieron hacia el interior del bosque.

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HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now