8. El final del entrenamiento Prt.2

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Ninguno de los intentos por deshacerse de los cuatro jinetes oscuros surgió efecto, consciente de la necesidad de no aminorar el galope, animaba con fervor a su yegua a no detenerse. El ruido de los estribos indicaba la proximidad de sus enemigos, las espadas seccionaban el aire sobre el joven. Internarse en el bosque fue un movimiento inútil, pues no consiguió deshacerse de sus enemigos, la oscuridad de la noche dificultaba moverse entre los árboles, una noche iluminada por los mudos relámpagos. El pánico se apoderó de su corazón, el mal acechaba tras cada sombra, ni siquiera recordaba el motivo por el cual huía de aquellos soldados, una leve esperanza se abrió al tomar el camino de la izquierda ante la aparición de la bifurcación. Tras aquel camino el silenció asaltó el bosque oscuro. Cientos de ojos parecían observar cada uno de sus movimientos, debía huir. Las sonrisas en los rostros de los jinetes irritaban al joven caballero, el primer jinete atacó con decisión. El entrenamiento del joven mostró sus frutos, con un simple estoque desarmó al seguidor de las sombras, asestando un mandoble mortal que desintegró en cenizas a su rival. Pero entonces, un claro de luz iluminó el cuerpo sin vida del guardián del hielo.

¿Agoyh? ―se preguntó a la vez que avanzaba hacia el cuerpo sin vida del hechicero. No lograba recordar lo ocurrido. El dolor consiguió doblegar al joven ante la persona que le cuidó y protegió durante tantos años. El sonido de las lágrimas vertidas por Aruc al ver el cuerpo sin vida de su esposo contagió al joven Baren.

¿Qué haces ahí parado? ―intervino Dreid―. ¿Eso has aprendido durante todos estos años? No debes dejar que el miedo te domine. Haz frente a tu peor temor, solo así podrás hacerte con la victoria. Ya no eres un niño, ahora eres un verdadero caballero.

Baren tomó de nuevo su arma, volvió a controlar por completo su cuerpo; la respuesta ante lo ocurrido no podía ser la rendición ante la desesperación. Vencería a sus enemigos, derrotaría a los jinetes. Los derrotaría junto a su maestro, pero la oscuridad volvió a cubrirlo todo. Las sombras habían absorbido a su maestro junto a sus enemigos. En aquel lugar ya no existía nada.

―Mi joven amigo... ―La oscuridad desapareció dejando tras de sí al conocido como Hombre Sabio―. Lo que has presenciado no es más que tu mayor temor, un sueño. Pero deberás mostrar precaución ante tus visiones, pues nuestros sueños pueden ser capaces de mostrarnos el futuro.

―Intentas decirme que lo que ha sucedido aquí... ¿es el futuro?

―Complicado es de definir el futuro, lo transcurrido en este lugar solo te ha mostrado una de sus posibilidades. Sin embargo, no descansa sobre tu mano cambiar el futuro de tus amigos. Tenemos poco tiempo, joven Baren, la oscuridad nos acecha. Muy pronto el mundo de las sombras resurgirá. Ahora debo marchar, volveremos a vernos... ―Cuntos desapareció junto a Siman, su fiel halcón.

Baren despertó exaltado bajó el techo de uno de los aposentos del gran castillo de Idej. ¿Había hablado realmente con Cuntos o simplemente había sido un sueño? El joven necesitaba salir de aquella lujosa habitación. Deseaba que el guardián del hielo estuviera a salvo. Sumido en dudas y temores, sus pasos le llevaron hasta la cuadra en busca de Niebla Azul, la yegua descendiente de la misma Brisa, un regalo por parte de Agoyh y Aruc cuando decidió partir con Dreid. Baren se sorprendió al ver a una joven encargándose de los cuidados de Niebla.

―Un animal precioso, ¿verdad? ―preguntó la joven al percatarse de la presencia de Baren―. Parece que os ha reconocido, ¿es vuestra?

―Disculpadme, no imaginé que hubiera nadie durante la noche, solo deseaba comprobar que Niebla se encontraba bien, sin olvidarme de Hoja ―añadió tras lo que parecía ser una leve queja por parte del caballo de Dreid.

―Soy yo quien no debería estar aquí, he viajado desde muy lejos y deseaba agradecer a los caballos su esfuerzo por realizar tal trayecto, pero debo volver a mis aposentos. La guardia real no es fácil de sobornar, y pronto comprobarán que no me encuentro donde debería estar ―aquella explicación confundió al joven caballero―, no os había visto antes por el castillo. ¿Sois participante del torneo?

―Así es, mi señora. Mi nombre es Baren. Soy amigo de su majestad y junto a Dreid, mi maestro, se nos ha brindado la oportunidad de reposar en el interior del palacio.

―Pese a vuestra juventud, contáis con grandes amistades, caballero. ―Baren se ruborizó―. No es la primera vez que se pronuncia el nombre de Dreid bajo la protección de estos muros. Mis padres entablaron amistad con un semielfo con ese mismo nombre, pero... ―tras una pequeña pausa, la joven miró fijamente a Baren―, ¿Baren? No puede ser..., no, no puede ser...

La joven le abrazó de pronto y se presentó como la princesa. Tras unos instantes de incomodidad para un ruborizado Baren, ambos se sumieron en una noche de recuerdos, recuerdos de un tiempo donde lo más importante era determinar quién perseguía a quién. Así, se escuchó el replique de las campanas al tiempo que la noche cedió lugar a un nuevo día y con ello, la despedida, aunque ninguno quería poner fin a aquella interesante conversación. El murmullo de soldados hizo que la princesa corriera a sus aposentos antes de que alguien la echase en falta, mientras el joven Baren la miraba, como tantas otras veces había hecho de niño, desaparecer por los pasillos del castillo.

Con los primeros rayos, el pueblo de Idej no tardó en despertarse; todos sus habitantes deseaban dar comienzo al gran espectáculo. Las apuestas ilegales no se hicieron esperar, la mayoría daban la victoria de Lumal, el general de Iderio. Nadie se plantearía la idea de la aparición de un guerrero capaz de derrotar al héroe de la capital. Tras el general de los Osos Rojos, las apuestas daban la victoria al finalista de la última contienda: Morel, la general de escuadrón La Serpiente Azul, un escuadrón formado por un gran número de arqueros y de los caballeros más agiles. Sin apenas tiempo para descansar, Baren se dirigió al encuentro de su maestro en la plaza de la Contienda. A cada instante incrementaba el nerviosismo del joven, estaba a punto de comenzar el torneo de espadas.

―Por favor, maestro, ¿no podéis hacer nada? No paran de corear el nombre de ese viejo amigo vuestro.

―El único que puede eres tú ―comentó a la vez que colocaba las protecciones a su alumno―, derrótale y el nombre de Lumal desaparecerá. ―Sonrió―. No debes confiarte. Debes tener cuidado, Lumal utilizará toda su fuerza, no intentes un ataque frontal.

―No os preocupéis. ―Por un momento el joven dudó en contarle su encuentro con la joven―. Ayer conocí a Irim, la hija de sus majestades, al principio no la reconocí, pero...

―No hay tiempo para distracciones con mujeres ―le riñó Dreid―, concéntrate en el combate, derrota a tus enemigos. Debes alcanzar la final. He apostado todo nuestro dinero por ti, a decir verdad, soy el único que ha apostado por ti.

HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now