5. Nueva familia, viejas historias Prt.1

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Algo había cambiado en su interior desde su última visita a la posada El Pato Cojo, ¿podría tratarse de remordimientos? «Quizá», pensó. La incertidumbre sobre su actuación durante la Gran Recolecta le provocaba ciertas dudas al guardián del fuego. Había actuado de manera impulsiva al ver aquella barbarie. Era la imagen de los ojos rojos de aquel muchacho y aquella joven la que perturbaban su mente una vez más; ¿había destruido la única oportunidad de aquel chico? «No», se dijo a sí mismo a la vez que bebió el último suspiro de agua dulce del desierto. Sin embargo, aquellas dudas podían dejarse ver en su rostro, un hecho que siempre trató de evitar. A ojos de los demás debía mantenerse frío, dejando a un lado sus emociones; lejos de la percepción de cualquier persona, pues no debía mostrarse débil ante nadie. «Lo siento...», aquellas palabras que había pronunciado lo sacaron de sus propios temores.

La joven de rojizo cabello no lograba fijar la vista más allá de las sucias baldosas de aquella mugrienta posada, sus hermosos ojos verdes albergaban pena y tristeza ante la pérdida de su hermano menor años atrás. Sagras era incapaz de consolar a la joven, desconocía cómo reaccionar ante el dolor humano. El guardián del fuego se dirigió a Dotras, el posadero, para cerrar la deuda por los alimentos servidos, alimentos que ninguno de los dos comensales fue capaz de probar. Sagras miró una vez más a la joven que no lograba detener el camino de lágrimas por sus mejillas, aquella chica tenía un extraño poder sobre él.

El hechicero se dirigió a la puerta, sin ni siquiera despedirse de su acompañante. Al pasar por detrás de la joven dejó caer una pequeña bolsa de monedas de oro al grueso forro utilizado por Lua para atravesar el desierto de la Desesperación. «Esperadme fuera, volveré», susurró el hechicero del fuego. Aquella fue la última vez que se vio a Sagras en El Pato Cojo.

Sin saber el motivo, la joven se sentía muy arropada ante la sola presencia del que consideraba culpable de haber perdido su última esperanza de recuperar a su familia. Lua confesó al hechicero cómo le fue arrebatada la vida a su hermano, de tan solo cuatro años, a manos de unos bandidos que habían entrado a robar a la modesta herrería propiedad de sus padres. Aquella pérdida hizo añicos su familia, incapaz de recuperarse. Las peleas y el odio se apoderaron del espíritu de su hogar, fue entonces cuando ante la negativa de los dioses de otorgarle otro hermano, le hablaron de la Gran Recolecta. Pese a que la joven odiaba ese tipo de actos, vio en aquel mercado su única esperanza para traer la luz de nuevo a su familia. Tras conseguir ahorrar algunas monedas de plata y bronce, atravesó todo el desierto de la Desesperación para traer consigo a un nuevo hermano.

La ninfa del sueño hizo presencia en casa del Viejo Lobo y no fue otro que Baren el primero en sucumbir a sus encantos, el semielfo fue el encargado de acomodarlo en la habitación de Aruc, dejando a Sekil encargado de su vigilancia. El rostro del chico traía consigo cientos de recuerdos vividos por Dreid, junto a los miembros del escuadrón Marfil del ejército de Iderio, durante la guerra de las Nuevas Alianzas. Tiempos oscuros de guerra, odio, miedo y espadas manchadas de sangre, y pese a todo, tiempos de esperanza hacia un futuro mejor. Al semielfo se le hacía difícil pensar que aquel joven se tratase del hijo de Adenak e Irim. Entristecido por la muerte de ambos, se prometió en ese mismo instante que protegería con su vida aquel muchacho, sería él quién lo convirtiera en un caballero. Dreid abandonó el calor del hogar en busca de Lennan, quien estaba absorto mirando las primeras estrellas del firmamento.

HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now