9. Algo que empieza Prt.3

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―Pronto ocuparé el lugar del traidor de Velker ―fanfarroneaba―, cuando recupere la espada, el amo me recompensará.

―Fui yo quien lanzó al traidor al río, yo ocuparé su lugar ―protestó―, yo lo vencí, ¡la distinción será para mí!

―¡Cállate! ―tras la advertencia, golpeó a su compañero que no dudó en devolverle el ataque con un fuerte mordisco en el brazo―, si no hubieras tirado la espada ya estaríamos de camino al reino de Rawil, el rey de Iderio no dudará en responder a la llamada de su aliado; el reino quedará desprotegido. ―Sonrió―. Su reino caerá..., el amo se proclamará soberano de todo.

Algo llamó la atención de las criaturas, el brillo de los cristales de akil resplandecía ante la oscuridad de las inertes tierras que rodeaban al pantano. Los soldados de Ukog se sorprendieron al ver la espada, pues en su memoria debía descansar en el fondo del pantano.

―Por un momento temí no encontrar el arma. ―Respiró aliviado―. Ukog estará orgulloso. Ahora podrá vengarse del clan del hielo.

―Sííí. ―Por un momento se imaginaron cargados de oro sentados en el trono del rey Feron―. Seremos los...

La criatura no logró finalizar su discurso, Velker propinó un certero golpe en su débil cuello, acabando con su vida. Recuperó su arma, el primer movimiento consiguió desprender la cabeza del cuerpo de su rival, que jamás supo qué acabó con su vida. Ahora debía abandonar aquel lugar. El destino jugó a su favor, pronto reconoció el relincho de su caballo, Claro de Luna. «Cabalgaremos juntos de nuevo». Velker era conocedor de todas las dificultades que debería sortear hasta conseguir dejar atrás el continente vacío sin ser reconocido. Debía hacerse pasar por una de aquellas criaturas; el antiguo sirviente de la oscuridad se sirvió de los ropajes de sus rivales y ocultó su pálida piel con lodo del pantano.

Los años parecían haber hecho mella en el maestro del hielo, su rostro parecía siempre cansado, quizá debido al desgaste espiritual que le suponía conservar la espada bajo la protección del templo de Ve-Gor. Las canas habían cubierto por completo su cabello, dejando relucir el transcurso de la vida. Sekil aún aguardaba a su lado, siempre vigilando su hogar. Lennan regresó de reforzar el hechizo de protección sobre la espada divina cuando el golpeo de la puerta le obligó a abandonar su descanso. Ante su sorpresa se trataba del guardián del viento. Tras presentar sus respetos fue invitado a sentarse junto al maestro. El rostro de Riv vislumbraba preocupación, por desgracia, no era portador de buenas nuevas. Como era costumbre Lennan invitó a una infusión de hierbas.

―Tu visita debe poseer gran transcendencia ―habló Lennan―, no es costumbre recibir la visita de un guardián no perteneciente a la propia orden. ¿Los administradores están al corriente? ―Riv negó la afirmación realizada por Lennan.

―Mis disculpas ante tal intromisión, maestro Miro, ni siquiera mi maestro puede ser portador de mi confianza.

―Comprendo ―se resignó, pues conocía el sentimiento del guardián hacia el Consejo―. Ahora siéntete libre para hablar―. La puerta sonó de nuevo para dar paso al guardián del hielo―. Sé bienvenido Agoyh.

―Maestro. ―Agoyh hizo una leve reverencia y después se dirigió a Riv―: Querido amigo, me alegro de verte.

―El sentimiento es recíproco, pero desearía que fuera en diferentes circunstancias.

―Prosigue con el relato, guardián del viento ―intervino el maestro.

―Los hechiceros han abandonado sus puestos ―tal revelación desconcertó al propio maestro del hielo―. Tal y como imaginaba, habéis sido mantenido al margen de tal decisión. Los hechiceros de las zonas situadas al sur de Branya, lugar que me fue asignado por los administradores, han abandonado sus puestos y avanzan hacia el norte. Las tierras del sur están libres de hechiceros, el viento susurra temor ante los tiempos venideros.

HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now