Capitulo 4° Opuestos rumbos buscaban

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    Y Mujiquita salió de la Jefatura convencido de que, por muchos «tiros» que le hubiera cogido el general para estar
bien con Dios y con el diablo, a él lo iban a enterrar con urna blanca.
    –¡El pobre Santos Luzardo! De esos veinte mil pesos que iba a coger por sus plumas, como que no va a ver ni un
real. ¡Y tener yo que decirle que se vaya tranquilo!
    Pero cuando llegó a la posada, ya Santos estaba con el pie en el estribo.
    –¿Esa prisa chico? Deja ese viaje para mañana. Tengo muchas cosas que decirte.
    –Me las dirás cuando volvamos a vernos –le respondió Santos ya a caballo–. Que será cuando pueda venir con un
machete en la mano, y poniéndolo sobre tu escritorio decirte: «Bachiller Mujica, quien tiene la razón es fulano.
Sentencie ahora mismo en favor suyo.»
    Como si por primera vez oyera cosa semejante, Mujiquita preguntó:
    –¿Qué quieres decirme con eso, Santos Luzardo?
    –Que el atropello me lanza a la violencia y que acepto el camino. Hasta la vista, Mujiquita. Puede que pronto
volvamos a vernos.
    Y partió, levantando una polvareda bajo las patas de su caballo.
    Uno de aquellos mensajeros que le llevaron a Santos Luzardo la noticia del suceso de El Totumo había recibido de
Ño Pernalete esta consigna privada:
    –De paso, acérquense a las casas de El Miedo, con un pretexto cualquiera, y en conversación como cosa suya,
échele el cuento a doña Bárbara. Es bueno que ella también lo sepa. Pero a ella sola, ¿sabe?
    Lo primero que le ocurrió a doña Bárbara al recibir la noticia fue alegrarse del daño que con aquello había sufrido
Luzardo.
    Horas después lleváronle la noticia de que Marisela había regresado con su padre al rancho del palmar de La
Chusmita, y al recibirla acudieron a su mente las cabalísticas palabras del «Socio», pero con una interpretación
esperanzada; Marisela, la rival que le quitaba el amor de Santos Luzardo, regresando al rancho del palmar, eran las
cosas que debían volver al lugar de donde salieron. Vio en esto un signo de que aún no se había apagado su buena
estrella y se dijo:
    –Dios tenía que seguir ayudándome.
    Y ya se disponía a trazarse el plan adecuado a las nuevas circunstancias, cuando se le acercó Balbino Paiba,
diciéndole:
    –¿Sabe la noticia?
    Rápida como la centella fue la ocurrencia de interrumpirlo:
    –Que en el chaparral de El Totumo asesinaron a Carmelito López.
    Balbino hizo un extraño gesto y en seguida exclamó, lisonjero:
    –¡Caramba! A usted no hay manera de venderle noticias frescas. ¿Cómo lo supo?
    –Anoche me lo dijeron –respondió, dejando entender con el impersonal empleado y con el tono misterioso que había
sido «el Socio» quien se lo comunicara.
    –Pero la informaron mal –repuso Balbino, al cabo de una breve pausa–, porque, según parece, Carmelito no murió
asesinado, sino de muerte natural.
    –¿Y una puñalada por la espalda, o un tiro por mampuesto, en un lugar como el chaparral de El Totumo, no es
también una manera natural de morirse un cristiano?

    Fue tal el desconcierto de Balbino al oír estas palabras, acompañadas de una sonrisa socarrona, que, pareciéndole
única manera de salir del apuro hacer como si creyera que ella le daba a entender que el crimen había sido obra suya,
cometió la torpeza de decir:
    –No hay cuestión; a usted la ayudan cosas que pueden más que los hombres.
    Brusco y amenazante fue el juntarse y separarse de las cejas de doña Bárbara al oír aquella alusión a sus poderes de
bruja; pero ya Balbino había comenzado y tenía que concluir:
    –El doctor Luzardo se propone acabar con el cachilapeo a sabana abierta, y en el chaparral de El Totumo se muere
Carmelito, y el viento se lleva las plumas que iban a producir la plata necesaria para la cerca de Altamira.
    –Así es –repuso ella, asumiendo de nuevo la actitud socarrona–. En esas sabanas de El Totumo siempre sopla mucho
viento.
    –Y como las plumas son livianitas –agregó Paiba, en el mismo tono sarcástico.
    –Me parece –concluyó ella.
    Se lo quedó mirando un rato, sonriendo, y luego soltó una carcajada. Balbino se dejó traicionar por el característico
ademán involuntario de la manotada a los bigotes, y como esto hiciera reír a doña Bárbara con mayores ganas, acabó de
perder los estribos y preguntó amoscado:
    –¿De qué se ríe?
    –De lo bellaco que eres. Vienes a contarme lo del chaparral, que ya debías saber que no era noticia fresca para mí,
pero tienes buen cuidado de no mentar tus fechorías. ¿Por qué no me cuentas lo que has hecho durante estos días que
has estado sin dejarte ver la cara por acá?
    Dijo esto entre pausas y sin perder de vista los cambios de color y los movimientos irreprimibles que pasaban por el
rostro de Balbino, y cuando ya éste se disponía a dar la explicación del empleo de su tiempo que tenía preparada para
justificar su ausencia del hato, ella concluyó apresuradamente:
    –Ya me dijeron también que tienes una rochelita con una de las muchachas de Paso Real. Sé que has estado allí
poniendo joropos y empatando las noches con las noches en una sola parranda. ¿Por qué no me hablas de eso,
grandísimo bribón, en vez de venir a darme noticias que no me interesan?
    A Balbino le volvió el alma al cuerpo; pero al recuperar la serenidad, no hizo sino volverse más obtuso de lo que
ordinariamente era, pues creyó que, en realidad, lo que le interesaba a la barragana era sus devaneos con la muchacha de
Paso Real.
    –Eso es una calumnia inventada por mis enemigos. Seguramente por Melquíades, que ya me he fijado en que anda
espiándome los pasos. Yo sí estuve dos días en un joropo en Paso Real, pero ni lo puse yo ni es verdad que ande
enamorado de ninguna de las muchachas de allá. Lo que pasa es que como uno no podía acercársele en estos días sin
llevarse un boche, lo mejor que podía hacer yo era no dejarme ver contigo.
    Se interrumpió un momento para explorar el efecto que le causaba el tú que se había aventurado a darle, tratamiento
que sólo en raptos de amor solía tolerar ella, y como no la viese manifestar disgusto, se animó más.
    –Tan es así, que ya estaba pensando irme de por todo esto, porque no ha sido muy bonito el papel que me has hecho
representar desde que ha venido el doctor Luzardo.
    Impenetrable el designio y con un perfecto arte de simulación, doña Bárbara asumió una actitud de enamorada
celosa y replicó:
    –Pretextos. Bien sabes tú qué es lo que me propongo con el doctor Luzardo. Pero están muy equivocados, tú y la
muchacha de Paso Real, si creen que se van a burlar de mí. Ya le mandé a decir a ella que si sigue haciéndote
carantoñas, la voy a alumbrar.
    –Te aseguro que eso es una calumnia –protestó Balbino.

DOÑA BARBARAWhere stories live. Discover now