Introducción

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Mariano Rodríguez, especialista en comunicaciones y redes informáticas, maldijo furioso mientras se quitaba con brusquedad los auriculares que hasta ese momento llevaba alrededor de sus orejas y los arrojaba a un lado con fuerza. Se encontraba, junto a otro agente, en el interior de una camioneta equipada tecnológicamente para tareas de inteligencia. Era una de las más difíciles misiones a las que se enfrentaba, pero no debido al peligro, ya que este era una constante en su trabajo, sino porque el agente infiltrado de su equipo, acababa de ser descubierto.

Estaban a una cuadra del Boliche perteneciente al hijo de un importante funcionario de una de las localidades del Conurbano Bonaerense, Provincia de Buenos Aires. El mismo estaba siendo investigado por Narcotráfico. Sabían que usaba la oficina de ese lugar para operar, pero aún no tenían las pruebas incriminatorias. Por otro lado, contaba con la protección que le otorgaba su padre por medio de sus influencias políticas y acuerdos con oficiales corruptos de la Policía Federal.

Esa noche, el agente infiltrado concretaría la compra de varios kilos de cocaína mientras grababa el intercambio con un micrófono, estratégicamente colocado en uno de los botones de su camisa. Sin embargo, todo se había ido al carajo de forma repentina.

Si tan solo se hubiese encargado Sebastián Olivera de esa misión, nada de esto habría pasado. Su mejor amigo, experto en Artes Marciales y hábil con las armas, era uno de los mejores agentes de campo con los que contaba la Agencia y se caracterizaba por su disciplina, agudeza mental y efectividad. No obstante, había sido asignado a otra misión mucho más comprometedora, y en su lugar enviaron a su competidor, un impulsivo agente que, a pesar de tener las mismas habilidades, su afán de reconocimiento le nublaba el juicio.

Ahora su vida estaba en juego, como también la de Mariano y el otro agente, si intervenían. Ambos estaban entrenados para pelear, pero ninguno tenía ni la mitad de las habilidades del que estaba allí dentro.

—Nano, tenés que escuchar lo que están diciendo —dijo de pronto su compañero.

La expresión en su rostro era de alarma y lo miraba con incertidumbre. Se apresuró a colocarse nuevamente los auriculares y escuchó con atención.

—Sabemos perfectamente quienes son, tanto vos como los que están escuchando en la camioneta —aseguró el matón que acompañaba a sol y sombra al sospechoso con tono divertido—. ¿Qué tenés para decir antes de que te vuele los sesos?

—¡Chupamelá!

El sonido de un disparo los aturdió forzándolos a quitarse los auriculares.

—¡Mierda! —exclamó Mariano mientras se deslizó rápidamente al asiento del conductor.

Giró la llave en el tambor para poner en marcha la camioneta mientras intentó comunicarse con la central para notificar que abortaban la misión. Por el rabillo del ojo vio cómo su compañero deslizaba la corredera de su Beretta posicionándose para disparar. A punto de pisar el acelerador, el sonido estrepitoso de balas chocando contra la carrocería lo hizo inclinarse para cubrirse. Los habían atrapado, y por la forma en que disparaban, supo que su intención era matarlos. Ya no había nada que pudiese hacer. Era demasiado tarde.

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