Capítulo 20

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El departamento de Sebastián no era muy grande. No obstante, al no estar sobrecargado con muchos muebles, lo volvía cómodo y espacioso. En el living, un ambiente de colores cálidos y luminosos, un largo sofá de cuero blanco ocupaba la mayor parte del mismo. Frente a él, se hallaba un enorme televisor de pantalla led amurado a la pared. En la cocina, visible desde el living gracias a una amplia abertura entre ambos ambientes, había una pequeña mesa con dos sillas, una a cada lado.

Hacia la izquierda, siguiendo por un corto pasillo, se accedía al baño y a la habitación. En su interior se alcanzaba a ver la puerta de un ropero empotrado en la pared y una cama de grandes proporciones. El cobertor era azul oscuro y sobre el mismo, dos almohadones de color gris claro, se encontraban encimados entre sí, justo sobre la cabecera.

Apenas entraron, Sebastián le hizo un breve recorrido para indicarle donde estaba todo y dejando el equipaje en la habitación, se dirigió a la cocina para preparar unos sándwiches. Al final, con todo lo sucedido, no habían comido nada. Melina aprovechó para ponerse ropa más cómoda y luego de unos minutos, volvió al living.

Comieron en silencio. Él mantenía el ceño fruncido concentrado en sus pensamientos. Por momentos, casi imperceptible, negaba con su cabeza. Ella se sentía agotada y con mucho sueño. No obstante, la preocupación por la actitud que estaba notando en Sebastián, la mantenía alerta. Después de la muestra de afecto que había tenido en el auto al tomarle la mano, no había vuelto a tocarla, ni siquiera a mirarla a los ojos y esa distancia repentina, comenzaba a ponerla nerviosa.

—¿Te pasa algo? —le preguntó una vez que terminaron de cenar.

—No, solo estoy cansado —le respondió sin alzar la vista mientras se incorporó para lavar los platos y vasos.

Melina comenzó a enojarse. Sabía que estaba cansado, ella también lo estaba, pero no por eso lo trataba con frialdad. Se incorporó y parándose al lado, insistió.

—¿Me vas a decir lo que en verdad te pasa o vas a seguir fingiendo que estás bien?

En ese momento, Sebastián exhaló, agobiado. Cerró la canilla y girando hacia ella, por primera vez desde que habían llegado al departamento, la miró a los ojos. Lo que Melina vio en ellos no le gustó. Su mirada no era la misma que la de hacía horas atrás. Era como si, de pronto, hubiese un muro entre los dos provocándole una horrible opresión en el pecho.

—Melina, estoy bien, no te preocupes. Solo necesito...

—¡No, no estás bien! —lo interrumpió, exasperada.

Sus ojos se volvieron vidriosos y el nudo que había empezado a formarse en su garganta le afectó la voz, volviéndola temblorosa. Sin pensarlo, se acercó a él y colocó una mano a cada lado de su rostro.

—Me doy cuenta de que te estás culpando por lo que pasó, pero por favor dejá de torturarte. ¡En todo caso culpame a mí! ¡Yo fui la que quiso comer esa estúpida pizza!

Él se quedó mirándola por unos segundos y cerrando con fuerza los ojos, apoyó sus manos sobre las de ella. Melina pensó que las tomaría para acercarla a él y besarla, tal como lo había hecho otras veces. Sin embargo, solo las apretó para luego bajarlas. Volvió a abrir los ojos y le acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja.

—Vos no tenés la culpa de nada.

Melina esperaba que la besara, la abrazara, ¡algo! Pero, una vez más, estuvo equivocada. En lugar de eso, sacó su celular y se lo entregó.

—Es hora de llamar a Mariano. A esta altura, debe estar volviéndose loco. Voy a poner un poco de orden en la habitación. Avisame cuando termines.

Tras su promesaWhere stories live. Discover now