Capítulo 26

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Había pasado más de una semana desde nochebuena. Desde entonces, Melina apenas se había levantado de la cama y su estado de ánimo no hacía más que empeorar. Ni siquiera la celebración de año nuevo la había animado. Antes de que dieran las doce y sin haber siquiera tocado la comida, se había retirado a su habitación. Solo en los pocos momentos en los que Facundo le pedía de jugar, se notaba su esfuerzo por complacerlo. No obstante, no tardaba en claudicar encontrando pronto una excusa para volver a encerrarse en sí misma.

Mariano estaba realmente preocupado y ya no sabía qué más hacer para ayudarla. Desde que su madre los había abandonado, siempre había sido capaz de consolarla, animarla, siendo un importante sostén para ella. Habían superado juntos muchas adversidades, inclusive aquellas desilusiones amorosas durante la etapa de la adolescencia. Sin embargo, en ninguna de ellas la había visto tan afectada. Comenzaba a considerar la opción de sacar turno con un psiquiatra para que la evaluara y en caso de que fuese necesario, que también la medicara.

Aunque Victoria solía llevarle todos los días la comida a la habitación en un intento de que comiera —y a veces lo lograba—, rara vez se terminaba la porción. Eso había hecho que adelgazara considerablemente en los últimos días. Por otra parte, ya no había vuelto a sonreír, sus ojos se habían tornado apagados, sin brillo y solo hablaba cuando era indispensable.

Muchas veces, desesperado por verla así, había pensado en llamar a Sebastián para que recapacitara y volviera a hablar con Melina. Estaba convencido de que, al menos, debía decirle lo mismo que le había dicho a él la noche en la que la había dejado y permitirle, de ese modo, elegir también a ella. Porque no se trataba solo de él, también estaban en juego los sentimientos de su hermana. Sin embargo, Victoria le había rogado que no interviniera y en parte se lo agradecía. Como ella le había dicho, esas cosas no podían forzarse, debían nacer de la persona para que tuviesen verdadero valor. ¿De qué serviría que hablara con ella si no estaba listo para abrirse y ser completamente sincero?

Lo que más bronca le daba era el modo en el que él mismo se boicoteaba y permitía que sus miedos y traumas del pasado ejercieran control sobre el presente impidiéndole ser feliz. Se daba cuenta de lo mucho que la quería y lo devastado que había estado al momento de irse. En parte lo entendía; él también había sufrido a causa de sus temores y aunque finalmente había podido luchar contra sus fantasmas y ahora era feliz, lo había pagado caro. Se había perdido seis años de la vida de su hijo y de compartir maravillosos momentos junto a la persona que amaba. No quería que a su amigo le pasara lo mismo y mucho menos, que Melina sufriera a causa de eso.

Hacía unos minutos que habían terminado de almorzar. Facundo se había ido a jugar a la casa de un amigo y mientras él terminaba de lavar los platos, esperaba que Victoria regresara de la habitación de Melina. Sabía lo mucho que le gustaban las milanesas con papas fritas que preparaba su cuñada y tenía la esperanza de que, aunque fuese esa vez, hubiera querido comer.

Estaba pasando un trapo limpio sobre la mesa cuando vio a su mujer regresar con expresión resignada. Frunció el ceño al ver que el plato de su hermana estaba prácticamente intacto. Comenzaba a asustarse de verdad. Si las cosas seguían así iba a tener que internar a Melina y no era algo que deseara hacer. Era consciente de que se encontraba en medio de un duelo. Sabía que la tristeza que estaba sintiendo hacía que no tuviera apetito, pero de ahí a que no comiese absolutamente nada durante días, no era normal. Privar a su cuerpo del alimento que necesitaba no haría desaparecer su dolor y no estaba dispuesto a permitir que enfermase a causa de ello.

—¿Hoy tampoco quiso comer? —preguntó, exasperado.

—Un poco comió —respondió Victoria con calma intentando, como siempre, apaciguarlo.

Tras su promesaWhere stories live. Discover now