Capítulo 2

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En el cielo de uno de los pacíficos y pintorescos barrios de la zona norte del Gran Buenos Aires, un frente de tormenta se precipitaba desde el río convirtiendo el día en noche. Los árboles, apasionados danzarines, se sacudían con vehemencia al ritmo del intenso y sibilante viento. De tanto en tanto, enceguecedores y fugaces relámpagos iluminaban el cielo para dar lugar de inmediato, a fuertes y estremecedores truenos.

En un modesto chalet sobre una calle poco transitada alejada de la avenida principal, Melina Rodríguez se encontraba en su habitación. Reclinada sobre su cama por encima del cobertor, tipeaba a gran velocidad en el teclado de su notebook. Tenía treinta y dos años, trabajaba como correctora literaria en una pequeña editorial y aunque no era escritora profesional, desde hacía unos meses, estaba escribiendo su propia novela. En un principio, la misma iba a tratarse de una historia de amor, pero con el correr de los capítulos, se fue convirtiendo en una especie de thriller con una mezcla de suspenso y drama. Quizás, su poco éxito en el ámbito sentimental había tenido algo que ver.

Acababa de terminar de escribir una escena en la cual la protagonista asesinaba brutalmente al que hasta ese momento había sido su novio al descubrir que le había sido infiel. Suspiró con fuerza tras presionar la última tecla y se llevó una mano a la frente. No podía creer que le hubiese llevado tan solo media hora escribir un capítulo entero de casi diez hojas; pero estaba tan enojada y dolida, que las palabras simplemente fluyeron a través de sus dedos.

Habían sido seis meses de su vida perdidos, malgastados, en un hombre que ni siquiera merecía ser considerado como tal. Y no se lo había contado nadie, sino que lo había visto con sus propios ojos justo el día anterior, en el lugar menos pensado. Como una de sus dos mejores amigas había tenido familia recientemente y aun le debía el regalo, decidió comprarle ropa para el recién nacido.

Mientras buscaba entre las perchas de un local para chicos, había visto a Javier entrando de la mano de una hermosa mujer, notoriamente embarazada. En ese momento, la ira y la frustración se apoderaron de ella, desbordándola de tal modo que, si no hubiese sido porque sabía que terminaría presa, lo habría matado de la misma manera en la que acababa de hacerlo la protagonista de su libro. No obstante, sabía que no sería capaz. Por otro lado, tampoco le pareció correcto hacer una escena delante de su esposa. Después de todo, ella no tenía la culpa de que su marido fuera un completo imbécil. Además, se sentiría culpable si por el disgusto, se le desencadenaba el parto allí mismo a la pobre mujer.

Con una calma que no sentía realmente y una sonrisa forzada en su rostro, había avanzado decidida hacia ellos. La expresión de terror percibida en el rostro de ese bastardo en cuanto la vio acercarse, había logrado aligerar un poco el dolor de su traición. No le gustó reconocerlo, pero en ese momento, incluso, sintió un poco de satisfacción al verlo enredarse con sus propias palabras a causa de los nervios. Por supuesto, la había presentado simplemente como una compañera de trabajo y como tal, Melina se dedicó a elogiar a la flamante esposa —porque sí, ambos llevaban alianzas de oro en el dedo corazón—, y los felicitó por su futura paternidad deseándoles toda la felicidad del mundo.

Lo peor de todo era que por defenderlo, había tenido una fuerte discusión con su hermano, tres días atrás. Mariano tenía un don natural, algo así como una poderosa intuición que le permitía distinguir la esencia de las personas. Era muy observador y según él, los gestos y posturas, es decir, el lenguaje corporal, le permitían saber si el otro era sincero o escondía algo. Y para él, Javier nunca había sido de fiar.

Un poco más aplacada luego de haberse desahogado escribiendo, recordó que no había vuelto a ver a su hermano desde aquella pelea. A pesar de tener treinta y nueve años, nunca se había casado y, por consiguiente, aún vivía con ella. Mejor dicho, la dejaba a ella vivir con él ya que jamás le había permitido pagar nada. Como todo hermano mayor, siempre había sido, y lo seguía siendo, bastante sobreprotector; pero no fue hasta la muerte de su padre y la posterior internación de su madre a causa de una profunda depresión, que se volvió su figura paterna.

Tras su promesaWhere stories live. Discover now