Capítulo 9

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Se dispuso a llamarla de nuevo, pero otra vez atendió el maldito buzón de voz. Todo su cuerpo se tensó ante la idea de que hubiesen llegado a ella antes de que él pudiese ponerla a resguardo, o al menos, advertirle. Intentó tranquilizarse para poder pensar con claridad. Quizás estaba en algún lugar con poca cobertura o bien, se había quedado sin batería.

Decidió intentar contactarla al teléfono fijo asegurándose de marcar la combinación de teclas que evitaba se mostrase el número de procedencia de la llamada. Esperó impaciente durante varios tonos, pero Melina no se encontraba en la casa, de lo contrario, ya hubiese atendido. Por un instante, pensó en llamar a Carmen, la vieja chismosa del barrio. La señora, de unos setenta años, vivía justo frente a ellos y siempre andaba pendiente de todo lo que hacían los vecinos. Si había sucedido algo extraño, de seguro Carmen lo sabría. Sin embargo, no quería ponerla en peligro también a ella.

La cabeza comenzó a dolerle. Se negaba a pensar que era demasiado tarde. Necesitaba ubicar a su hermana, pero no sabía cómo hacerlo sin arriesgar la vida de otros o incluso la propia. Esto último no le importaba demasiado si con ello lograba protegerla, pero en el estado en el que estaba, era consciente de que no llegaría demasiado lejos. Si tan solo Sebastián no se encontrase en la loma del culo infiltrado en aquella otra misión, podría llamarlo y pedirle que fuese por ella. Era la única persona en la que confiaba ciegamente y sabía que no se negaría ante su pedido.

De inmediato, recordó a su jefe. Debía reportarse con él, avisarle que estaba vivo y coordinar un encuentro para entregarle la evidencia obtenida a través de la grabación. Bien podría pedirle también que enviara a alguien a su casa. Todavía le provocaba risa que esos imbéciles pensaran que se habían deshecho de las pruebas al destruir los equipos. Ignoraban, por completo, que mientras estos grababan la última conversación con Chapa en la que incluso había quedado registrada su muerte, se enviaba en simultáneo el archivo de audio a un servidor alojado en la nube al cual solo él tenía acceso.

Debía ser cuidadoso. Si el traidor se encontraba dentro de la agencia, había una gran posibilidad de que los teléfonos de todos, principalmente el de Roberto, estuviesen intervenidos. Tenía que contactarlo desde una línea segura o, al menos, que no tuviese relación alguna ni con él, ni con Victoria. Jamás se arriesgaría a exponerla a ella o a su pequeño hijo.

"¡La computadora!", pensó, de repente. Ya sabía cómo hacer para contactar a su jefe sin ser rastreado. Se metería en la "Deep web" —en castellano conocida como "Red Profunda o Invisible", que es la parte de Internet donde se puede acceder a información privada, secreta y mayormente prohibida—, y a través de ella, accedería al IP de otra computadora para así puentear la comunicación.

Con ese pensamiento en mente, se puso de pie y se dirigió al pasillo que daba a las habitaciones. No había logrado avanzar demasiado cuando sufrió un fuerte mareo que lo obligó a detenerse. Los oídos le pitaron y la visión se le volvió borrosa. En ese momento, Victoria regresaba para avisarle que el baño ya estaba listo.

—¡Mariano! —exclamó, alarmada, mientras corrió hacia él.

—La PC, necesito la... —llegó a decir antes de desvanecerse.

La mujer, que había llegado justo a tiempo para evitar que se golpeara la cabeza contra el piso, se apresuró a recostarlo sobre su espalda y colocarle un almohadón debajo del cuello. Luego, le alzó ambas piernas acomodándolas sobre una silla para ayudar así a que la sangre regresase más rápido a la cabeza y finalmente, con sus dedos índice y mayor, le tomó el pulso. Lo sintió débil y acelerado; el extremo agotamiento y la deshidratación habían provocado ese marcado descenso en su presión arterial.

Lo llamó por su nombre varias veces con el fin de hacerlo reaccionar mientras lo apantallaba con una revista. Poco a poco, su rostro fue perdiendo esa repentina palidez y recuperando su color natural.

Tras su promesaWhere stories live. Discover now