Capítulo 30

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En el interior de la Provincia de Santa Fe, habían preparado todo para comenzar con el operativo en el prostíbulo. Durante las semanas previas, Sebastián había logrado identificar a los máximos responsables del negocio y con la ayuda de Natalia que se había sumado al poco tiempo, confirmado también los días y horarios en los que se reunían para cerrar tratos y concretar nuevas operaciones. 

Como sucedía en la mayoría de los casos, el comisario de una de las seccionales más alejadas estaba involucrado, como así también el vice Gobernador. Con el consentimiento del juez a cargo de la investigación, consiguieron el aval para llevar a cabo el allanamiento esa misma noche. Sería una tarea en conjunto entre un grupo de las fuerzas especiales, la Policía Federal y Provincial, y la Agencia de Inteligencia del Estado.

Habían cercado el lugar y estaban listos para llevar a cabo el allanamiento. Sebastián se encontraba afuera junto a Natalia y otros oficiales, a la espera de que dieran la orden para entrar. Se sentía asqueado, en realidad, lo estaba ya desde el minuto uno en el que había puesto un pie en ese asqueroso lugar. Siempre le había resultado duro participar en este tipo de misiones. No obstante, eran las que más le asignaban.

A muy temprana edad, había tenido la mala suerte de conocer de cerca las horribles acciones de mafiosos. Matones que, sin el menor atisbo de piedad, destruían todo a su paso con absoluta impunidad, seguros de que siempre contarían con el apoyo de quienes en realidad debían velar por la seguridad de la gente. ¡Cómo odiaba la corrupción, en cualquiera de sus formas! Eso, sin duda, lo había llevado a convertirse en el implacable agente que era.

Un movimiento del otro lado llamó su atención indicándole que había llegado el momento de irrumpir en el lugar. A partir de ahí, todo sucedió muy rápido. Un grupo de elite, altamente especializado en asalto, ingresó desde todos los accesos posibles a la propiedad provocando que los disparos no tardaran en hacerse oír. Detrás de los mismos, entraron ellos, junto con los oficiales de la policía, para dar apoyo, pero centrándose exclusivamente en el rescate de las mujeres que encontrasen dentro.

Sebastián y Natalia se cubrían mutuamente mientras subían las escaleras que conducían al piso donde se hallaban las habitaciones. Los dos avanzaban en silencio, concentrados por completo en su entorno. En cuanto llegaron al pasillo principal, una inminente e inesperada balacera se desató sobre ellos. Pensaron que todos habían bajado para refrenar el ataque. Sin embargo, había quedado uno vigilando el acceso a las chicas y por la forma desenfrenada en la que les estaba disparando, no parecía estar dispuesto a permitirles acercarse demasiado.

—¡La puta madre! —exclamó Natalia sujetándose con fuerza su brazo izquierdo al sentir el impacto de un proyectil.

—Dejame ver —insistió Sebastián apartándole la mano para examinar la herida que ya había comenzado a sangrar.

—¡Estoy bien! —respondió, luego de unos segundos—. Vamos, no hay tiempo que perder.

Sebastián resopló ante su arisca respuesta. Así como era de efusiva, lo era de orgullosa y no le gustaba, en absoluto, sentirse vulnerable. Igualmente, había podido comprobar que solo se trataba de un roce profundo, pero no demasiado grave, lo cual lo dejaba más tranquilo. De todos modos, era consciente de lo mucho que debía estar doliéndole. Por esa razón, iría primero él y así evitaría que empeorara.

—Cubrime que...

—¡No! De este hijo de puta me encargo yo —dijo con furia comenzando a correr hacia el enemigo.

Maldiciendo, fue tras ella disparando a mansalva para que no la hiriera aún más. Natalia lo desarmó con una fuerte y certera patada y luego, se tiró sobre él provocando que ambos cayeran al piso. Si bien Sebastián podía ver que lo tenía dominado, no dejó de avanzar hacia ellos. Justo en el momento en el que llegaba, advirtió como él llevaba una mano a su cintura para sacar el cuchillo que tenía sujeto en su cinturón. Sin dudarlo, apuntó con su arma dispuesto a ponerle fin a ese absurdo y arriesgado enfrentamiento. Pero Natalia, que también se había dado cuenta de eso, lo detuvo de un grito.

Tras su promesaWhere stories live. Discover now