Capítulo 3

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Melina se sentó en el sillón ubicado frente a él. No se atrevía a mirarlo; no solo por lo incómodo de la situación en la que la había encontrado, sino por aquellas emociones contradictorias que volvían a invadirla como hacía tanto tiempo atrás.

Aún recordaba el fuerte enamoramiento que había sufrido al conocerlo y que con el tiempo había logrado dejar a un lado, gracias también a su evidente desinterés. No sabía si se debía a la diferencia de edad o bien a que era la hermana de su mejor amigo, pero Sebastián jamás le había demostrado ningún tipo de correspondencia a sus sentimientos; al menos no hasta esa noche hacía ya diez años.

Ella había ido a bailar con sus amigos para celebrar el cumpleaños de uno de ellos y con el correr de las horas, el alcohol ingerido había comenzado a surtir efecto. Totalmente desinhibida a causa del mismo, comenzó a bailar de forma muy provocativa con el cumpleañero, quien se mostró claramente fascinado con la atención recibida.

Cuando Sebastián, que de casualidad había ido al mismo lugar, la vio en ese estado, fue tal su irritación que la sujetó del brazo sin la más mínima delicadeza y acercándola a él, apartó al muchacho de un empujón. Por supuesto no encontró resistencia ya que con su metro noventa e imponente físico, producto del arduo entrenamiento, resultaba realmente intimidante.

Ante esa repentina actitud dominante y posesiva, Melina se había sentido tan confundida que, convencida de que estaba celoso, intentó besarlo. Qué vergüenza sintió cuando, frente a todas sus amigas, él había girado su rostro para evitarlo. Peor aun cuando a continuación, la había alzado de repente y cargado sobre su hombro para llevarla de regreso a su casa. Melina jamás se había sentido tan humillada en su vida y todo lo bonito que alguna vez sintió hacia él, se convirtió rápidamente en resentimiento y malestar. A partir de esa noche todo cambió y comenzó a tratarlo con indiferencia y antipatía demostrándole una y otra vez lo poco que le agradaba su presencia.

En ese momento, luego de haber sido sorprendida en esa situación, todas las emociones contradictorias volvían a apoderarse de ella, confundiéndola nuevamente. Por un lado, le molestó que la hubiese visto en un momento tan íntimo y por el otro, le hubiese gustado que se metiera en la bañadera con ella. Inspiró profundo para apartar esos últimos pensamientos de su mente y alzó la vista hacia él.

Sebastián mantenía la cabeza gacha y sus manos apoyadas sobre sus rodillas. Parecía realmente cansado y preocupado, un tanto extraño en él. Algo le estaba pasando y seguramente había ido a su casa buscando a su hermano para desahogarse o tal vez pedirle ayuda. Estaba a punto de decirle que hacía varios días que no lo veía, cuando advirtió, justo a un lado de sus pies, un pequeño bolso negro a medio abrir. De repente, sus palabras pronunciadas minutos antes, resonaron en su cabeza: "Quería asegurarme de que estuvieses bien". ¿Acaso había ido a buscarla a ella?

—Seba, ¿qué pasa? —preguntó, de pronto, nerviosa.

El aludido alzó la vista en cuanto escuchó su diminutivo y fijó sus ojos azules en los marrones de ella. Jamás la había oído llamarlo así y de pronto su nombre, pronunciado apenas en un susurro, le provocó un hormigueo en todo su cuerpo. Le gustó oírlo de sus labios con aquella suave voz tan característica en ella y frunció el ceño ante ese descubrimiento. Necesitaba con urgencia concentrarse en la tarea que tenía por delante.

—Siento haber entrado así —dijo intentando no mirarla. Fue en vano; en cuanto lo dijo, sus ojos fueron directo a los de ella. La vio ruborizarse y sin poder evitarlo, esbozó una pequeña sonrisa.

Melina sintió sus mejillas arder ante esa frase; más aún cuando sus ojos, del color del zafiro, parecieron resplandecer al posarse sobre los de ella. Pronto sintió que el calor se expandía por todo su cuerpo y un tanto afectada, apartó la mirada.

Tras su promesaKde žijí příběhy. Začni objevovat