Capítulo 23

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Melina, aún con los ojos cerrados, giró hacia un costado en la cama extendiendo su brazo en busca de lo que sabía, no encontraría. Por alguna extraña razón que ni siquiera ella era capaz de entender, la noche anterior se había dormido con la esperanza de que esa mañana fuese diferente. Sin embargo, nada había cambiado. Al igual que las otras veces, despertaba sin él a su lado. Los besos, caricias, abrazos compartidos por las noches y el intenso fuego que los consumía cada vez que se tocaban, eran simplemente eso, algo de las noches.

¿Cómo podía ser que todo hubiese cambiado tanto en cuestión de días? Luego de la increíble semana que habían vivido en la cabaña, todo se había vuelto raro entre ellos. Estaba segura de que tenía que ver con aquel enfrentamiento en la noche en la que decidió llevarla a su departamento. No hacía falta que se lo confirmase —que no lo había hecho, por cierto—. Podía verlo en sus ojos. Sabía que se sentía responsable por algo que ni siquiera había llegado a ocurrir. Pero nada de lo que le decía parecía confortarlo. Lo único que lograba al hablar del tema era que se cerrase más a ella.

Durante el día, se volvía un completo extraño. La trataba con frialdad, incluso con impaciencia algunas veces y era más que notoria su intención de guardar las distancias. Solía dedicar su tiempo a revisar las carpetas y papeles que le enviaban sus compañeras acerca de la investigación que había estado llevando su hermano hasta el momento de su captura. El resto de las horas, se sentaba frente a la computadora buscando algún indicio que se le hubiese pasado por alto en los diversos informes.

Solo volvía a reconocerlo en la intimidad de la habitación, cuando la cercanía entre ambos le hacía imposible ignorarla y terminaba por buscarla, amarla y satisfacerla como solo él podía. Sabía que no debía permitírselo, que no tendría que dejarlo buscarla a su antojo, pero ella también lo deseaba. Anhelaba sentir sus caricias y la forma en la que se hundía en su interior. En esos momentos, no había barreras entre ellos, nada los separaba y eso la hacía creer que, a pesar de todo, las cosas resultarían bien para ambos.

Apartó las sábanas a un lado con brusquedad y se levantó para ir al cuarto de baño. Necesitaba tomar una ducha antes de enfrentar otro maldito día de su absurda indiferencia. Porque sabía que era eso lo que la esperaba, su distancia, su frialdad. Todo ese tiempo había intentado ser comprensiva y darle espacio, sin presionarlo. Pero ya no podía soportarlo más. No había podido evitar enamorarse de él y su ambigua actitud la estaba destruyendo. Ella no iba a ser una más para que la usara cada vez que le diera la gana. No se merecía que le hiciera eso, mucho menos él.

Con un nudo alojado en su garganta, se metió debajo de la ducha. Sentir el agua sobre su piel solía tener un efecto calmante en ella. Pero esta vez, no lograba serenarla. Se sentía una tonta por haber tenido la ilusión de que también la quería, tal y como le había dicho esa noche en la que fueron atacados. Sin embargo, era evidente que no había sido más que su miedo al verla en peligro lo que había hecho que se lo dijera.

Las lágrimas asomaron por sus ojos y ya no se detuvieron. Lloró por la desilusión que le generaba darse cuenta de que, después de todo, no era más que una ilusa incapaz de diferenciar fantasía de realidad. Lloró por la soledad que la embargaba y la impotencia de no poder alejarse de lo que la estaba lastimando. Lloró por él y la manera en la que lo extrañaba aun teniéndolo a su lado. Y lloró por su hermano y la necesidad imperiosa de verlo. Al día siguiente sería Navidad, la primera que pasaría sin él y la sola idea aumentaba considerablemente su tristeza, sus nervios, su angustia. Más que nunca necesitaba sentirse querida y segura en sus brazos.

Era consciente del peligro que aún los rodeaba, por lo que no iba a cometer la estupidez de volver a su casa, pero debía encontrar la forma de frenar toda esa locura o acabaría hecha pedazos. Hablaría con Sebastián y le exigiría una explicación. Le reclamaría por su conducta inmadura y le diría todo lo que venía guardando en su interior. Después de eso, se alejaría de él. No sabía cómo lo haría ya que, si llamaba a su hermano, él se daría cuenta de su dolor en cuanto la escuchase y no dudaría en exponerse a sí mismo con tal de ir a buscarla. No, jamás se perdonaría que le pasara algo por su culpa.

Tras su promesaWhere stories live. Discover now