No me puedes culpar, ¿verdad?

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―¡Buenos dias! ―dijo Christopher desde la puerta. Dulce se levantó de golpe sobre la cama y vio que él estaba ahí en el marco de la puerta vestido solo con el bóxer y llevando una bandeja con el desayuno.

―Chris ―dijo ella sollozando. Él al verla así, dejó la bandeja sobre un mueble y en tres zancadas llegó al lado de Dulce.

―Dul, ¿qué pasa? ¿ Por qué lloras?

―Por nada ―dijo ella secándose las lágrimas de sus mejillas y sintiendo que el alma le volvía al cuerpo. Él no se había marchado, él estaba ahí con ella y preparándole el desayuno.

―No me digas que por nada, ¿qué pasó? ― ella solo suspiraba

― Pensaste que me había marchado, ¿verdad? Él acercó su mano a la mejilla de Dulce y secó las lágrimas que ahí se posaban.

―Sé que estoy actuando como una tonta, pero no me puedes culpar, ¿verdad?

Christopher solo asintió, ella tenía razón. Cada vez que pasaba algo entre ellos, él huía como las ratas que abandonan el barco antes de que se hunda. Pero ahora él estaba ahí y no pensaba salir corriendo del lado de Dulce.

―Siento haberme comportado así contigo, siempre como un idiota asustado. Pero hoy estoy aquí y preparé desayuno para dos. Él le besó la punta de la nariz y fue a buscar la bandeja para desayunar con ella en la cama.

―¿Qué hora es?

―Son casi las nueve.

―¿Y no es hora de que vayas a tu trabajo? ―preguntó ella mientras le daba un sorbo a su taza de café.

―¿Vas tú hoy a trabajar? ―dijo él y ella negó con la cabeza― Entonces yo tampoco voy. Quiero quedarme aquí en tu cama haciéndote compañía ¿Qué te parece mi idea?

―Me fascina, pero...

―No se diga más, yo me quedo aquí en tu cama.

Ella sonrió feliz por lo que escuchaba. Estar todo un día con Christopher y en su cama era más que un sueño cumplido. Siguieron desayunando entre besos y caricias. En eso estaban cuando el móvil de Dulce comenzó a sonar, ella estiró la mano y sin ver quien llamaba lo contestó.

―Hola.

―Hola, Dulce, ¿cómo estás?

―Hola, Daniel. Estoy bien, ¿y tú?

Christopher frunció el ceño al escuchar que era Daniel Morris quien llamaba a Dulce y se acercó a su oído para susurrarle:

―No hables con ese cabrón. Corta la llamada.

―Shhh, deja que le hable ―dijo ella tapando el teléfono para que Daniel no escuchara.

―No, mándalo a freír espárragos ―él comenzó a besarle el cuello haciendo que ella se removiera ante ese contacto.

―¿Estás bien? ―preguntó Daniel a Dulce― Llamé a la naviera y tu secretaria me dijo que estabas muy enferma.

―Sí, estoy con gripe, pero ya estoy mucho mejor. ―Christopher seguía besando el cuello de Dulce y ella soltaba pequeños suspiros de placer.

―Corta, Dul. ―dijo Christopher y le dio un tirón a la sábana con que ella cubría su desnudez, para empezar ahora a besarle los senos, ella arqueó su espalda y un suave gemido salió de su boca.

―¿Segura que estás bien, Dulce? Te escucho un poco rara, ¿necesitas algo? ―Preguntó Daniel, al notar el cambio de voz de su amiga.

―Sí, segura, estoy bien, muy bien―Dulce miraba cómo Christopher comenzaba a bajar por su cuerpo y ahora le besaba el vientre de un lado a otro.

Tú eres para míWhere stories live. Discover now