Capítulo 1

218 30 29
                                    

Loreto

He pasado los últimos años de mi vida observando las etapas de enamoramiento, estudiando el comportamiento de las parejas en la calle, vigilando su lenguaje corporal. Las miradas brillantes y las sonrisas tontas de las chicas durante las primeras semanas de noviazgo y el desinterés cínico de ellos cuando la relación lleva algunos años; casi todo lo he visto en primera fila. Mi madre dice que es retorcido, que tiendo al acoso y que todo tiene que ver con la carrera sucia que elegí, aunque para ella todos mis problemas derivan de eso. A decir verdad, cualquier desequilibrio mental que pudiera existir en mi cerebro tiene más que ver con el hecho de crecer con una madre adicta al trabajo y por ende ausente, ir sola a casi cualquier evento desde preescolar hace que te aisles, te vuelves tímida y prefieres simplemente pasar de largo; causando que con el tiempo te vuelvas invisible para el resto del mundo.

La alumna que es víctima de mi acoso enfermo/proceso de estudio humano se acomoda en su solitario lugar en medio del jardín, su mirada pasa de la pantalla de su teléfono celular a estar perdida en la nada. Me veo a mí misma en Sofía Cabildo, en su manera de andar evitando la mirada de cualquier persona, en el sonrojar de sus mejillas cuando la llamas por su nombre en público y todos fijan su atención en ella. Un tanto más bajita y muchos kilos más menuda, Sofía representa casi todo lo que yo fui a su edad y aquello me entristece desesperadamente. Sigo la dirección de su mirada, varios metros por delante hay un grupo de chicos bromeando y riendo tan fuerte que puedo escucharlos desde mi posición. No es difícil adivinar al muchacho que se ha robado su atención, es delgado y alto, con el cabello negro y lacio, los ojos pequeños y un hoyuelo que me resulta bastante familiar: Jorge Nava. Mi propio estómago se retuerce. Sigo mi camino, repitiéndome que el enamoramiento adolescente de Sofía no es de mi incumbencia, no debo meter mis narices en asuntos que no son míos, ya bastante tengo con mis propios desequilibrios respecto al amor no correspondido. Sin embargo, cuando pasó junto a Sofía mi subconsciente ha ganado y ya tiene todo un plan listo para ponerse en marcha.

Salgo con cuidado en mi asqueroso lugar, cuidando que las ramas no dañen la puntura del auto y maldiciendo en voz alta al enano maldito que tenemos como director, si los Pitufos existieran, él sería la versión malvada y mezquina de Papá Pitufo. Dean Martín suena a través de las bocinas, piso el acelerador, al mismo tiempo que el primero la voz de Alexa responde mi llamada.

—¿Diga? —dice.

—Se me ha ocurrido una grandiosa idea —anuncio, chillando con emoción.

—¿Igual que la última?

—No, está vez funcionará. Nos vemos en dónde siempre.

—Loreto, “en dónde siempre” es tu casa —me recuerda—, deja de referirte a ella como si se tratara de nuestra guarida secreta.

—Deja de ser tan amargada y mueve tu trasero hasta donde siempre.

El Peugeot azul se detiene bruscamente frente a la pendiente que lleva al viejo convento de San Francisco, el hombre que conduce el transporte público que transitaba tras de mí, manda un lindo mensaje a mi madre con el claxon y solo sirve para ponerme todavía más nerviosa. Dean Martín y su Bombo italiano termina justo a tiempo que el oficial de tránsito aparca frente a mí, le veo descender, una pierna después de la otra, el uniforme azul ajustándose a su delgado cuerpo y el chaleco antibalas cubriendo su torso. Tiro de la vieja pañoleta negra de seda que protege mi cuello del frío, estoy sudando, meto la barriga bajo el volante e intento lucir tan normal como me es posible. Ya que claro, de todos los oficiales de tránsito que pueden existir en el jodido estado, tuve la mala fortuna de toparme con el hombre que derrite mi corazón como un bombón chamuscado —el mismo que causa tan patéticas comparaciones—. Su nombre: Renato Nava, el oficial cuya sonrisa resulta tan tierna que cae en lo absurdo.

Lecciones a CupidoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang