Capítulo 20

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Loreto.

Cuando la culpa me alcanzó, ya me había hecho polvo. Quería quedarme a vivir en un lugar al que había aterrizado como turista, echar raíz en tierra ajena. Y lo habría hecho, me habría maniatado a su cuerpo con los dientes si la imagen de mi madre hecha trizas tras el abandono de mi padre no se hubiera materializado en mi cabeza. Alzo la vista a su rostro, Renato mantiene los ojos cerrados, luce relajado, incluso feliz. Odio no tener otro camino, no quiero convertirme en la mártir que antepone la felicidad de los demás sobre la suya, pero tampoco creo en la felicidad a costa del sufrimiento de otros. Me remuevo bajo su cuerpo, rompiendo el abrazo que me sujetaba.

—¿Loreto? —Murmura, sobando mi espalda—, ¿a dónde vas?

—Me hago a un lado —respondo, respirando con dificultad—, para que puedas levantarte e irte.

Renato se queda helado, su mano permanece inmóvil sobre mi columna.

—¿Me estás echando de tu casa? —increpa, notablemente dolido.

—No está bien, no puedes quedarte aquí.

—¿Es por ese imbécil grandulón? —reprocha, cogiendo sus pantalones del suelo.

Niego con la cabeza, alejándome al otro extremo del sofá.

—Tienes novia —le recuerdo, entre dientes.

El rostro de Renato se transforma, su gesto sombrío me causa escalofríos.

—No pareció importarte cuando comenzaste con esto —escupe, con ironía.

Abrazo mis piernas contra mi pecho para cubrir mi cuerpo desnudo, fijo la vista en las velas consumidas sobre la mesa de centro mientras Renato se viste. Me niego a voltear cuando le escucho abrir la puerta para no tener que despedirme de su espalda. Pero lo hago, no puedo quitarle la mirada de encima. Amo verle en uniforme, amo su valentía y la nobleza de su corazón, amo cada parte del hombre que está a punto de abandonarme. Podría darle diez razones para quedarse, pero es que no me las ha pedido. La puerta da un portazo a su espalda.



—¡Cómo pudo hacerlo! —exclamo, lanzándole un cojín al televisor.

—¡Te dije que elegiría ese! —Canturrea Elisa, a través del teléfono—. El vestido numero dos es mucho mejor que el tres.

—Parece que una parvada de pájaros se mudaron a la falda.

Elisa ríe a carcajadas, antes de recordarme mi nulo entendimiento sobre la moda actual. Desde lo ocurrido con Renato, Elisa se esfuerza sobremanera en hacerme reír, redujo sus horas de sueño cuando las mías comenzaron a extenderse. A pesar de mi insistencia sobre mi bienestar anímico, no ha dejado de buscarme para ver uno de nuestros programas favoritos.

—Tengo un estilo clásico —le recuerdo—, y la moda actual no justifica el horrible gusto de esa mujer.

—Todos aman tu estilo clásico, querida.

No respondo, pongo atención a los votos matrimoniales en el televisor. En contra de los consejos de Elías sobre superar rupturas con maratones de películas de zombies, mi vida continúa llena de romance. Me he convertido en partidaria del romance a distancia, el que no puede alcanzarme y sujetarse de mi corazón con los dientes, el que se vive solo en modo espectador, tras una reja de seguridad que te mantiene lejos de posibles accidentes mortales.

—¿No crees que es triste el hecho de ser fieles seguidoras de un programa sobre vestidos de novia?

—¡Qué blasfemia! —Exclama Elisa—. Say yes to the dress no es solo un programa, es un estilo de vida. Además es el único momento que pasamos juntas.

Lecciones a CupidoWhere stories live. Discover now