Capítulo 6

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Alexa

Escucho la llave de Javier entrar en el picaporte. Me siento en el sillón de cuero negro, con una copa de vino tinto en la mano y cruzo las piernas tratando de lucir sensual y relajada con el babydoll rojo que compré esa tarde. Él entra al departamento luciendo cansado, deja su portaplanos sobre la mesilla de la entrada y cuando me mira, su expresión cambia por completo. Abandona su semblante de moribundo y se quita la chamarra sin apartar sus ojos de mí.

—Que buen recibimiento —dice, con una sonrisa perversa en los labios.

—Buenas noches, arquitecto Silva —respondo, devolviendole la sonrisa.

Se dirige a mí, me agarra de la mano y haciéndome levantar, me toma entre sus brazos. Lo siento recorrer mi espalda suavemente con la yema de sus dedos y me dejo envolver por el cosquilleo que su caricia me provoca. Disfruto el calor y la fragancia de su cuerpo. Ese olor tan familiar que me encanta.

Coloco mis manos detrás de su cuello y me estiro un poco para poder besarlo. Su sabor me fascina, la forma en que corresponde a mis besos con tanta pasión. Podría no hacer el amor con él, podría tan solo dedicarme a besarlo por horas y sería igual de gratificante, y es que sus besos son tan adictivos como el café.

—No he podido dejar de pensar en ti en todo el día —susurra en mi oído luego de cortar nuestro beso y comienza a explorar ese punto tan sensible en mi clavícula con su lengua —. Es una maldita locura, Alexa —murmura contra mi piel —El no poder resistirme a ti me hace sentir un idiota.

No puedo evitar sonreír ante esa declaración. Lo beso nuevamente, atrayéndolo del cuello de la camisa hasta llegar al sillón,

—Permíteme consentirte esta noche —pido contra sus labios. Sonríe y trata de desabrocharme el sostén, pero se lo impido dándole un leve empujón —. No está permitido tocar, solo déjate hacer. Recuéstate aquí y yo me encargaré de todo.

—¿Hay un código para indicarte que sufro demasiado cuando me azotes? —pregunta divertido, tumbándose en el sofá —. Algo, como en cincuenta sombras de Grey.

—Javier, no seas ridículo. No pienso golpearte —Hago una pausa, como pensando algo —, a menos que tú quieras, soy accesible ante ciertas conductas sexuales raras, siempre y cuando vayan contra ti.

El último comentario arranca una carcajada de sus labios y me sorprende con una nalgada cuando me paro frente a él,

—Tratándose de azotes, prefiero darlos yo —informa, masajeando con su mano el lugar donde acaba de golpear.

Tuerzo los ojos y regreso a lo que estaba. Colocando un cojín en el suelo, me hinco frente a él y cuando alzo la mirada hacia su rostro, veo que su expresión ha cambiado de divertida a perversa.

—¿Tan pronto comenzaremos por la parte divertida? —pregunta con voz ronca.

—No tienes tanta suerte, guapo —contesto sonriente al adivinar a qué se refiere —. ¿Recuerdas el juego que vimos la otra vez? Voy a intentarlo.

Sin darle tiempo a responder, acerco mis labios hasta su camisa y comienzo a desabotonársela con los dientes. Él mete una mano entre mi cabello y lo sujeta como si le estuviera dando sexo oral. Siento cómo respira trabajosamente cuando desabrocho el último botón y comienzo a ascender hasta su cuello, dejando un rastro de besos por todo su abdomen. Lo miro a los ojos y después muerdo su labio inferior juguetonamente. Sé que le encanta cuando hago eso. Termino de quitarle la camisa con las manos y tomo el aceite que compré en la sexshop para comenzar a darle un masaje en los hombros y en la espalda, después de indicarle que se recueste boca abajo.

Lecciones a CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora