Capítulo 9

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Javier. 

Una vez le pregunté a mi madre cómo saber que se está enamorado. Su respuesta fue simple, me dijo que todas aquellas canciones de amor comienzan a cobrar sentido, dejan de ser una sencilla melodía y adquieren un rostro, un nombre y un profundo sentimiento, dejan de ser un algo para convertirse en alguien. La canción que me acompaña en mi noche solitaria, no es otra sino la que tiene tatuado el rostro de Alexa. La voz de Juan Luis Guerra, entonando "Cuando te beso", trae a mi mente las incontables noches que pasé en su lecho haciéndole el amor. Porque eso fue para mí, no me enredé entre sus piernas por simple placer, la satisfacción sexual sólo es un plus de estar con ella, pues su simple presencia me llena de algo más, de algo indescriptible y maravilloso. Y es que no puedo ocultarlo más, amo a Alexa Ponce. Creo que la he amado desde el momento en que la conocí, pero esa obstinación suya por no complicar las cosas, me ha llevado a callar lo innegable. Me parece absurdo que después de tanto tiempo, después de lo que ocurrió hoy, no se haya dado cuenta ya de la realidad de mis sentimientos, del poder que tiene para destruirme con una sola palabra.

Los recuerdos que acompaño con whiskey se ven interrumpidos por el insistente sonido del timbre. No me hace falta abrir la puerta para saber de quién se trata, Alexa tiene la costumbre de tocar el timbre al ritmo de la marcha fúnebre para hacerse anunciar. Me levanto del sofá para abrir la puerta, y sin tener tiempo de nada, siento los labios de Alexa sobre los míos, reclamándome en un beso posesivo que me toma por sorpresa, pero que recibo con apremio como todo lo que me da.

—Necesitamos hablar —informa en cuanto se separa de mí.

—¿Está todo bien? —pregunto realmente preocupado al ver sus ojos vidriosos a causa del llanto que se esfuerza en ocultar.

—No, Javier —Me abraza con fuerza —, fui una idiota en casa de mis padres, no debí decir lo que dije. ¡Maldita sea! —Se separa bruscamente y me mira —¿por qué lo haces todo tan difícil y no me perdonas de una buena vez?

Sonrió de lado al ver lo mucho que le cuesta hacer este tipo de cosas.

—¿Eso es una especie de disculpa? —pregunto serio para fastidiarla.

—¿Qué no es obvio? —La noto exasperada.

—Tenía la ligera sospecha, pero no estaba del todo seguro, en realidad no suena como una disculpa —La dejo a mitad del umbral y me siento en el sofá nuevamente a seguir bebiendo mi copa.

—Pues lo es —asegura molesta, dando un portazo y su imagen ocupa todo mi campo de visión cuando se para decidida frente a mí —. Te advierto que no pienso volver a mi departamento hasta que no me perdones. No puedo dormir por la culpa y no pienso dejar que tú necedad me cause ojeras.

—Creí que después de tantos años habías adquirido la habilidad de lidiar sin problema con esta clase de cosas —respondo tranquilamente y casi la puedo ver echar humo por las orejas.

Su zapato resuena constante en el suelo a causa de su enfado y se cruza de brazos.

—Dime de una maldita vez qué puedo hacer para que me perdones —ordena.

—Ven a dormir conmigo —pido tranquilamente, mientras me levanto del sofá para ir a mi habitación.

Le doy un beso en la mejilla y tomo su mano para que camine a mi lado.

—¡Dormir! —Bufa, poniendo su carita de niña obstinada — Yo quería coger.

—Que no se diga que no soy flexible ante sus deseos, señorita —respondo como todo un caballero, intentando reprimir una carcajada.

Lecciones a CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora