Capítulo 11:

90 22 19
                                    

ALEXA
La pantalla de mi celular se enciende aproximadamente veinte minutos antes de las once de la noche. Se trata de un mensaje de Javier pidiendo una disculpa por la demora.

«Lo siento. Ésto va para largo, tu director no deja de hablar y hablar. ¿Crees que podamos dejarlo para mañana temprano?»

Hace algunas hora le envié un mensaje diciendo que no hiciera planes pues nos iríamos de viaje. ¿Y qué hizo? ¡Planes! Al Pitufo Infernal se le ocurrió la grandiosa idea de renovar la oficina de la psicóloga. Claro, la tal Edith no puede ver algo sin que le dé envidia, o como diría mi abuela, "ve burro y se le antoja viaje".

No respondo nada, en su lugar tecleo el número telefónico de Loreto, al mismo tiempo que tomo mi bolso para salir del departamento. Siento la furia recorrer mis entrañas. La furia y una especie de decepción que jamás había sentido, me encuentro frustrada a causa de la maldita culpa de ese Pitufo Malvado.

—Loreto —hablo en cuanto ella toma mi llamada —¿Estás en casa?

—Estoy en casa —suspira, no parece de mejor humor que yo, lo que resulta extraño en ella —. Y jodida.

Una risilla breve sale de mi boca.

—Ya somos dos —aseguro —. Voy para allá. Necesito estar con alguien o seguro cometo un asesinato.

Ella acepta sin mucho ánimo. Cuelgo la llamada y bajo por el ascensor hasta el estacionamiento. El encargado del edificio en horario nocturno va llegando para tomar su turno, y me saluda con  su habitual sonrisa. Quitó la alarma al Tiida que me ha acompañado desde mis años en la universidad. Resoplo frustrada, sintiendo como mis planes se vienen abajo. Me cuesta admitirlo pero viajar con Javier el fin de semana a La Malinche me llenaba de emoción, al punto de sentirme como una adolescente enamoradiza con su primer novio.

¿Quién lo diría? Yo, Alexa Ponce, emocionada por pasar un fin de semana completo con un tipo que ni mi novio es. Y digo, no resulta difícil darse cuenta que disfruto con la compañía de Javier. Pero la decepción que siento al saber que nuestro fin de semana se ha arruinado a causa de ese cabrón no es normal, ni que estuviera enamorada de él o algo así. Es solo que me había generado ciertas expectativas que se vinieron abajo en cuanto recibí el mensaje. Si se deja pasar un día después de lo estipulado, la renta de la cabaña se va al carajo, por lo tanto, en definitiva no podemos dejarlo para mañana temprano.

La ciudad tiene ese olor característico, ese que anuncia las fiestas decembrinas, pólvora de los fuegos artificiales y ponche de  frutas. Y qué decir sobre los colores que tiñen los hogares, una fiesta de tonalidades brillantes gracias a las lucecitas, renos y Santa Claus de diferentes materiales. Estaciono el auto donde normalmente Loreto aparca el suyo, y bajo de este con un humor de perros. Me acerco a la puerta de mi amiga, donde un Santa Claus eléctrico canta y baila una estúpida canción, Loreto me recibe, vestida con una pijama de tela polar que en su gorra tiene orejas de conejito, muy tierna para su edad.

—Es un maldito infeliz —suelto sin más —. Te juro que si no fuera ilegal, ya le habría retorcido el cuello hasta asfixiarlo.

—Hola a ti también —dice, haciéndome notar mi falta de amabilidad —. Entiendo que te desesperan un poco las canciones navideñas, pero ahorcar a mi Papá Noel no soluciona nada.

—No me refiero a esta cosa —digo, mirando el aparatejo tocarse la barriga para reír.

—Entonces, ¿Qué te hizo tu papá ahora? —pregunta, dando un portazo tras de sí.

—¿Qué? —La miro confundida, tumbándome en el sofá — No toda mi vida gira alrededor de mi papá, por Dios —ruedo los ojos —, estoy hablando del Pitufo Diabólico que gobierna la cárcel donde trabajamos.

Lecciones a CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora