Parte 3: Las propuestas

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Lincoln Loud ya había pasado unas semanas difíciles, pero ya estaba totalmente recuperado. Sus piernas, aunque cansadas, ya podían soportar su peso. Su recuperación había sido atendida por casi toda su familia y aunque Lily no podía hacer mucho, le alegraba el día a su hermano. Sin embargo, fue la comediante quien se llevaba casi todo el crédito: ella había hecho lo indecible para que Lincoln se recuperara. Pero no lo hacía por culpa, lo hacía por el enorme cariño que le profesaba a su hermano. A pesar de todo lo que le había hecho, él la perdonó.

Desde entonces, Luan no hacía ninguna broma que pusiera en peligro la vida de las demás personas. Aún así, no era tan malo tener que soportar unos cuantos chistes de vez en cuando. Lincoln había vuelto a la normalidad de la escuela, donde su amigo Clyde lo esperaba. Si no fuera por Clyde, Lincoln habría pasado un infierno en la escuela, ya que su movimiento había estado limitado por la silla de ruedas, por lo que todo parecía ser mucho más fácil que de costumbre.

Además, su estado lo hizo mucho más querido por los demás, sobre todo entre las chicas. Desde el comienzo todos se ofrecieron a ayudarlo, y como precisaba de la compañía de los demás, la cantidad de gente con la que hablaba el albino aumentó bastante. Las chicas encontraban divertido hablar con ese chico peliblanco que siempre tenía algo que contar. Como antes se pasaba más tiempo con sus amigos o hermanas no le ponían mucha atención, pero ahora lo adoraban.

Era simpático, divertido, amable, caballeroso, pero también seguro de sí mismo, atento y siempre tenía algo nuevo que contar, sobre todo cosas que había pasado con su familia.

Para la gran mayoría de ellas, simplemente lo veían como alguien interesante; pero habían algunas chicas que les encantaba su personalidad, su forma de ser y su flamante cabello blanco. Ninguna estaba muy segura de lo que sentían por él, pero desde que su herida había surgido, eso las hecho que casi todos pasaron pasar tiempo con el peliblanco. Lincoln ya era más notorio. En cuanto a los chicos, solamente les caía mejor que antes, al ver lo divertido que era.

Pero lo que más hacía que Lincoln llamara la atención era que sabía escuchar. No importaba qué tan rara o aburrida sea una historia, Lincoln escuchaba y daba consejos. Tal vez el tener diez hermanas que querían su atención y ayuda hubiera contribuido a ello. El caso es que como los chicos jugaban o comían más de lo que hablaban, eran las chicas las que apreciaban más a Lincoln. Sabía guardar secretos, daba sugerencias, en una ocasión incluso salvó a una compañera de caer en la depresión. Eso le dio una reputación de chico casi perfecto.

Claro, Lincoln era distraído y no tenía ni la más remota idea de lo que los demás pensaban de él, ni él ni ninguno de sus amigos. Sin embargo, su atractivo dirigido a las niñas de su escuela crecía día a día, sin que éste se enterara de nada. El respondía a los saludos, los gestos, las bromas, las sonrisas, los sonrojos y toda esa compañía con total naturalidad. Irónicamente, eso lo hacía aún mejor.

El punto aclarado, Lincoln llegaba un día como cualquier otro a la escuela, emocionado por el hecho de que Clyde lo había invitado a su casa después de la escuela. No había nada en ese día que anunciara algo fuera de lo normal hasta que fue consciente de la cantidad de adornos color rosa esparcidos por toda la escuela. Entonces se acordó: era Día de San Valentín. Para casi todos los chicos era una tortura ver a los pocos que tenían novia felices, mientras ellos eran rechazados año tras año.

Al albino no le importaba mucho, pero aun así se sintió algo apartado de los demás, ya que sus amigos más cercanos la estaban pasando bien con sus parejas. Fue hacia su casillero y lo abrió, decidido a no observar nada de eso. Fue en ese momento cuando decenas de cartas cayeron de él. Todas parecían tener el distintivo color rosado. Desconcertado, tomó una. Y leyó:

La broma del amorWhere stories live. Discover now