15: De bailes e intimidades

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Helen logró hacer que su dron descifrara la clave de una de las carpetas de archivos antiguos del proyecto futuro nuevo que solo poseían ellas en el Edén en una computadora muy vieja, la que había llamado su atención y que era de su interés, ya que llevaba el nombre de zonas. Había más, pero abrirlas requería de toda una noche, como le había pasado con esa, así que por el momento la revisaría y luego se encargaría de las otras.

Estudió los planos, los distintos ambientes, la posición de las cápsulas, y algo que la dejó sin aliento. Esa cápsula, justo esa, sí figuraba como ocupada.

Resopló recostándose contra el respaldo de su silla. Entonces todo indicaba que había un ochenta por ciento de probabilidades de que un hombre estuviera por ahí, pero ¿por qué no se había presentado, por qué nadie lo había visto? Un ser primitivo como ese no estaría tardando tanto en querer subordinar a alguna mujer descuidada.

Quizá simplemente eran errores y no había tal hombre. Eso le daba alivio a su mente angustiada y temerosa por su perfecta sociedad.

De todas formas accedió a los datos de esa cápsula y se le enfrió el cuerpo, encontrando solamente las iniciales del sujeto, edad, peso y demás datos generales. Una imagen censurada, que luego no fue puesta en la cápsula por fines de privacidad. De esta solo se distinguía que tenía cabello oscuro y la parte inferior del rostro, el mentón, los labios, detalle que observó más de la cuenta.


La sensación de tibieza de esos labios masculinos no se fue de la piel de la pelinegra toda la noche. Anduvo sonriente por el corredor del Edén, recordando, abrazando su abdomen, tratando de contener las mariposas que revoloteaban. Él la había hecho sentirse atractiva con sus miradas, sus palabras y sus acciones. La había hecho sentirse femenina, más mujer, los textos que leyó Kariba tenían razón.

—Alaysa, tenemos un encargo para ti.

Fue enviada a hacerle una visita de inspección a la mujer que había sido dueña del local del que confiscaron las cosas y los másculos. Aceptó sin problemas, cualquier cosa que le dijeran no la sacaría del estado de felicidad en el que estaba.

Quedó frente a la celda, el cristal que las separaba dejaba ver a la prisionera pero ella no podía ver quién estaba afuera. Estaba con ropa blanca, el cabello, que con la mejor iluminación, se veía entre rubio y gris, desordenado, mirando a la pared blanca de su costado. Chequeó signos vitales que aparecían en la superficie y trasladó con la punta del dedo esos datos a la pantalla pequeña que llevaba.

—¿Qué les hicieron a mis niños? —la escuchó cuestionar. Tragó saliva con dificultad, quiso hablar, pero terminó volviendo a lo que estaba haciendo, tal vez la observaban—. Sé que estás ahí.

Teresa se intrigó, en el cristal vio reflejado un leve movimiento y giró solo para ver cómo un pequeño dron ascendía veloz y bajaba, la había escaneado. Volvió a ver al frente, la mujer miraba en su dirección.

—Eh... Los durmieron —trató de decir en voz baja.

—Infelices —se lamentó ella regresando sus ojos a la pared vacía de su lado.

—No sé qué esperaba, si han atacado y son salvajes, no piensan...

—Digas lo que digas, no quitas el hecho de que también son humanos. Y sí piensan, sí llegan a hacerlo, pero aquí ustedes nunca les dieron la oportunidad. Tú no sabes, si solo eres una recién llegada, no conoces la naturaleza masculina.

Pero sí que la conocía. Bajó la vista, pensando sin querer en lo que podría ocurrir si encontraban a Adrián. ¿Entenderían que era un ser pensante? ¿Cómo reaccionarían? ¿Lo encerrarían? Apretó la pantalla que tenía entre sus brazos, no podía imaginar tal cosa, ni que la separaran de él, ni que lo durmieran hasta morir solo por usarlo...

Adán: el último hombreМесто, где живут истории. Откройте их для себя