34: A la trampa

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Contempló a su Tesa dormida contra su pecho, sus labios rojos, sus pecas, su cabello negro esparcido sobre su fina espalda que se perdía debajo de la manta que los cubría. La acarició, los suaves rayos de la luz del día le permitían observarla como a una bella ninfa que había llegado a su vida para atraparlo para siempre. Había deseado antes pero nunca como a ella, si alguien le llegaba a gustar sabía cómo alejarse y olvidarles por cosas que consideraba más importantes. Pero la pelinegra se metió a su cabeza y ya no la pudo sacar.

Aunque en este caso, él había aparecido en su vida, así sin más. Por un momento se puso a pensar en aquella idea en la que nunca creyó, que las cosas pasaban por alguna razón, si había un motivo.

No. Cosas como la muerte injusta de su hermana era una de esas que le hacían desechar toda teoría, pero el estar ahora en otro tiempo, con personas que jamás hubiera conocido... Él mismo creía que si Dios estaba, era energía, la misma que movía los planetas, y la misma que movía las moléculas. Podía manifestarse a nivel macro, tanto como a nivel micro.

La existencia de esa chica podía ser pequeña para el universo, pero era inmensamente grande para él. Entonces volvía al inicio, a todas las cosas que lo llevaron a la muerte de su hermana y a «Futuro nuevo».

No entendía al universo, y más que nunca quería hacerlo, porque quería saber qué hacer para que nadie más pagara por causa suya. Si quizá la razón por la que estaba ahí era entregarse a que le hicieran lo que tuvieran que hacerle, o si quizá era mantenerse al lado de Teresa, cuidarla, y con suerte, seguir así.

Entonces, mientras deslizaba su dedo sobre sus bonitos y dulces labios, pensó que tal vez el propósito no lo dictaba el universo o Dios, tal vez se lo dictaba uno mismo. Lo que había que hacer era luchar por ello, aunque las cosas pasaran porque pasaban, siendo también consecuencias de actos anteriores.

Sus actos y decisiones lo llevaron a Teresa, y no hubiera habido problema con eso, sino fuera porque era el causante de sus malos momentos. Que la encerraran, que destruyeran a su dron, que tuvieran que moverse de su vivienda, hasta comer animales, algo que a ella no le agradaba, incluso ese detalle le hacía sentir culpable.

Si algo más le pasaba por causa suya, ¿qué haría? Claro que eso debió planteárselo antes de que llegara a tan lejos, si hubiera pensado con tiempo, si hubiera analizado bien la situación, de haber sabido cómo era...

Frunció el ceño, otra vez esa maldita palabra: hubiera. Hubiera, hubiera, ¡hubiera!

Entristeció, le brindó nuevas caricias a su pelinegra, buscó la hora y la vio en la cocina, eran casi las diez de la mañana. La sintió despertar, la chica parpadeó un par de veces y sonrió acurrucándose más contra él y acariciando su piel.

Su ego se enaltecía de forma infantil al saber que ella había disfrutado de su noche con él, al haberla hecho decir su nombre entre gemidos, al haber visto su sonrisa de satisfacción, sus labios entreabiertos, jadeantes, llena de gozo.

—Buenos días —murmuró Teresa somnolienta.

Se deslizó acomodándose sobre él mientras le respondía el saludo y besó sus labios con suavidad. Lo observó con una leve sonrisa inocente, le acarició las cejas, deslizó el dedo índice por su nariz, bajó a sus labios, acariciándolos también. Contempló cada detalle en esa boca masculina que la había hecho volar de distintas maneras, que le provocaba lamer y morder además.

Le dio un corto y rápido beso en el labio inferior, pudo ver su traviesa sonrisa de lado con ese hoyuelo marcándose.

—¿Me examinas?

Ella asintió rápido, como niña emocionada. Había querido hacerlo prácticamente desde que lo vio.

—¿A qué hora dijo Olga que venía? —preguntó volteando a ver el reloj.

Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now