23: Juicio

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«—Tu padre no es más que un cobarde que creyó que no me daría cuenta —murmuró una voz femenina en su oído, un recuerdo de tantos de ese fatídico día.

Solo hice lo que me encargó —había respondido él con expresión neutra.

—Se me hacía extraño que un chico tan brillante y correcto como tú viniera a querer conquistar a una mimada como yo, y además ocho años mayor —reprochó ofendida—. Se aprovecharon de que mi gusto por ti era obvio...

A pesar de que la mujer no era buena del todo, no se sentía bien haberla engañado, pero su padre le había dado el ultimátum. A él no le importaba lo que les pasara, total eran hijos de otro hombre. Si tanto iba a detestarlos, ¿por qué el maldito se encaprichó con su mamá? Una madre a la que tampoco le importaban sus hijos. Ahora pagaba las consecuencias de eso.

—Si no le hacía caso... No pagaría lo de mi hermana...

La rubia refinada sacó un arma de su cajón. Elegante, digna de ella, dada por su padre, uno de los hombres más influyentes, además de ser un peligroso contrabandista. El firme competidor del gran Manuel Fuentes.

—Te metiste en la boca del lobo. —Tragó saliva con dificultad al verla acercarse, era más alto que ella pero conocía su carácter, lo caprichosa que podía ser, y peor si llevaba un arma en las manos, todo lo que quería lo obtenía—. Él nunca pagará nada, también has sido engañado, lo sé porque mi papá habló con él más temprano, y estuve escuchando. Apuesto a que no sabías eso.

—No...

Sentía la cólera correr por sus venas. Su hermana era todo para él y estaba dispuesto a hacer lo que fuera, no era necesario que su falso padre le amenazara con manchar su nombre como para que no tuviera trabajo nunca o no pagar lo de la niña, lo había hecho, sí, pero no hubiera sido necesario.

El muy desgraciado había ido a delatarlo al parecer, para no cumplir con su parte. La niña tenía los días contados, y él había sido lo suficientemente ingenuo como para caer en el cuento, bien decía el hombre cada vez que se lo repetía: solo era un mocoso de dieciséis, tonto.

—Te propongo algo. —La mujer le deslizó el cañón del arma sobre los labios, sintió el frío y duro material, el tenue y característico olor, un aparato hecho para matar—. Yo pagaré lo de tu hermana, solo si te vuelves mío de verdad en vez de darme migajas. Quiero que me des todo el placer que quiera, chiquillo de ojos bonitos —agregó presionando el cañón bajo su mentón, sin embargo no le retiraba la mirada retadora—, no pongas esa cara, sabes que mejor opción no tienes...


...Vas a pertenecerme quieras o no


Adrián contemplaba el techo blanco luego de haber estado toda la mañana andando de un lado para otro en ese cuadrado en el que lo tenían encerrado, hambriento, sin haber dormido siquiera. Torturado por las memorias de ese día, el último de su vida, y la preocupación por no saber qué le habían hecho a su chica.

Un sector del muro de cristal se deslizó dejando entrar a Carla.

—Muy bien, ¿ya cambiaste de opinión?

Regresó su vista al techo.

—¿En dónde tienen a Teresa?

La líder bufó.

—No entiendo por qué te molestas en fingir que te importa una mujer, tremenda criatura inconsciente que eres. —Un dron vino trayendo una bandeja magnética en cuya superficie estaba un arma, ella la tomó—. ¿Qué es esto? —Adrián la miró con sorpresa—. ¿Crees que no lo reconozco? Sé muy bien cómo eran las armas que ustedes, bestias, inventaron.

Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now