33: Los temores que envenenan

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—Han tenido un muy buen desempeño —le comentaba Olga a Clara.

Le habían llevado medio pescado para guardarlo y comer luego. Estaban agotados, ambos jóvenes dormían abrazados en el sofá cama, habían caído rendidos ahí, ella le estaba dejando mantas especiales a la mamá de la pelinegra, cuando Helio se acercó.

Hay una transmisión que ha sido lanzada y que es para ti —avisó.

—Muéstrala —pidió saliendo de la habitación y yendo a la suya.

Entraron y el aparato se posicionó sobre un escritorio. Carla apareció y sonrió al ver que su llamado había sido captado.

—Sabía que atenderías, aunque lo estás haciendo bien, no encuentro tu ubicación.

—¿Qué es lo que quieres ahora? No tienes por qué seguir molestando si ya no eres líder.

La mujer suspiró.

—Solo pido que me entreguen al hombre, eso es todo, de todos modos, cuando haya una nueva al mando, va a seguir buscándole. ¿Por qué aplazarlo? Dénmelo a mí y lo mantendré a salvo.

—Ya veo qué pasa, la verdad es que me extrañas, por eso te inventas estas excusas.

Carla frunció el ceño.

—Solo quiero llevar las cosas a buenos términos.

—Contigo es aparte, pero con M.P., no. Eliminaron muchas cosas, entre esas a los hombres.

—No sé de qué hablas, eso iba a pasar tarde o temprano, la naturaleza se encargó. M.P siempre vio por la paz.

—La paz, pero manchándose de sangre. Sé que eliminaron a personas que consideraban un problema para la sociedad, hasta el colmo de acabar con mujeres con ideales políticos.

—La política solo era otro mal creado por el macho opresor. Más bien, preocúpate por no ser una de esas personas problemáticas.

—¿Cómo cambiaste tanto?

Al parecer no sabía sobre la competencia a la que iría Teresa, pero tampoco iba a preguntar. Mientras tanto, ya tenía seguro que no podría hacer nada si no era líder.

—¿Qué tan importante es para ti ese hombre como para que estés ocupando tu tiempo en ocultarlo? —continuó Carla sin responder a su pregunta—. Sé que te ha ganado la curiosidad, por eso lo mantienes ahí, apuesto a que solo lo quieres una noche, sin embargo no se te da, porque él está encaprichado con esa chica. ¿No es así? —Olga guardó silencio—. Te conozco bien. Ahora sabes que en realidad no es tan importante, total no va a suceder lo que quieres. Tráiganmelo, o tarde o temprano alguien los va a encontrar, no van a estar ocultos toda la vida.

—Si no vas a hacer otra cosa que pedirlo, me despido, quiero descansar.

—Crees que no es de tu interés, pero lo es. Dame al hombre y haré que te devuelvan a los demás másculos que te faltan.

Olga juntó las cejas.

—Están vivos...

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Adrián miraba al techo sin poder dormir, se había despertado a causa de un mal sueño, uno en el que la culpa lo atormentaba, como de costumbre. Dirigió los ojos al reloj cuyos números se iluminaban de forma tenue, eran casi las dos de la madrugada. No le agradaba la idea de saber que Teresa se expondría, pero solo podía ir con ella y cuidarla, ya que era terca a veces. Afianzó su agarre alrededor de la chica y respiró hondo.

Una baja luz le hizo dirigir la vista hacia otro costado, Olga al parecer trabajaba en su escritorio-computadora en una pequeña oficina. La mujer también lo miró de reojo, así que al no sentirse cómodo siendo observado, decidió salir de la cama despacio, la rodeó y quedó frente a Teresa, que todavía dormía.

Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now