16: Inquietud

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Teresa regresó de su fiesta temprano, pero así lo había querido. Al ingreso todo había sido fotografías y hasta la del noticiero que se dedicaba a seguir cada fiesta que había, ya que todas querían ser reconocidas, se hablaba de las más populares, las mejor arregladas, etc. cosas que a ella no le importaban.

No pasó por alto el hecho de que bailar con su amiga se le hizo raro, a pesar de que antes era algo familiar para ella, se extrañó al darse cuenta de que sin querer, se acostumbró al toque de firmeza de los suaves movimientos de Adrián cuando había bailado con él, por eso casi no le dolió ver cómo Kariba terminaba abandonándola por su nueva amistad repentina con Paula.

Entró en silencio, el salón no se iluminó por completo y sonaba una muy suave y lenta canción. Una mujer cantaba con melancolía en la voz, le cantaba a un hombre y al amor. Así que en esas épocas se les cantaba también a ellos...

«Yo no sé lo que haré

Si mañana es sin ti...

¿Dónde irás tú sin mí ?... no sé.»

Eso le hizo pensar en él y en las palabras de su mamá. La música siguió acompañándola con el sentimiento que de pronto le había contagiado. Se aproximó al sofá hecho cama y vio al joven dormido boca abajo. Sonrió. Sus hombros descubiertos que la manta dejaba ver indicaban que estaba sin camiseta, vaya gusto de andar así.

«Cuídame y te querré, cariño...»

De cierta forma envidió su libertad, ya que no tenía nada ahí adelante, y aunque habían muchas mujeres que se mostraban como si nada, muchas otras no seguían eso por simple costumbre, y quizá vergüenza.

«Quiéreme mucho para no olvidarte

Quiéreme siempre, que yo te amaré»

Suspiró a causa de la letra, no podía estarse enamorando de él, era un hombre, no podía ser, le gustaba, pero ahí quedaba, le gustaban muchas cosas, aunque era consciente de que él encabezaba esa lista. Otra frase la sacó de sus pensamientos.

«Bésame toda que sonreiré»

Así que sí besaban. Recordó el beso que le dio y su estómago sufrió el ataque de las mariposas. Ese fugaz beso lo deseó prolongado y no en su mejilla. Sacudió la cabeza. Se inclinó para observarlo mejor cuando tras un tirón todo dio vueltas y terminó debajo de él luego rodar y soltar un gritillo de sorpresa.

—¿Espiando, pecosita?

—Claro que no —reclamó riendo en silencio, consciente de la cercanía de esa sonrisa coqueta y traviesa—, se suponía que dormías —agregó queriendo apartarlo y al mismo tiempo aprovechando en tocarle el pecho desnudo.

Quedaron viéndose a los ojos mientras ella deslizaba sus manos por su piel. De pronto lo sintió suyo, dispuesto a lo que quisiera, por un corto y eterno segundo.

«No me voy a quedar mirándote

Así no más...

Tú sin mí no te irás

yo quiero vivir...

Contigo...»

Estaba apoyando su peso en los antebrazos, ya que el peso que sintió cuando rodaron había sido mayor. Era una caliente prisión bien recibida en ese momento.

—Dormir —susurró—. No es fácil —se alejó y dejó caer a su costado—, no podía.

—¿Pasó algo?

—Solo pensaba. —Miraba al techo con seriedad que ella notó a pesar de que quedaban rezagos de diversión—. ¿Cómo te fue en tu fiesta?

—Nada fuera de lo normal.

Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now