30: Entrega

28.3K 2.9K 1.3K
                                    

El atardecer les alcanzaba, Olga decía que no faltaba mucho. Caminar no era el problema, era el frío que empezaba a hacer.

—Aprendan de mis niños, ellos saben lo que es ser eficiente —dijo al escuchar que Clara resoplaba.

Los másculos llevaban puestos ponchos que los protegían.

—No nos avisaste que estaba lejos, de haber sabido hubiera traído algo más —renegó Teresa.

—¿Es mucho el frío que sientes? —le preguntó Adrián con preocupación.

—No tanto —le restó importancia.

Corrió un fuerte viento y cerró los ojos abrazándose a sí misma. El joven sacó la maleta de su espalda y buscó, sacando un abrigo. Las miró a ambas y se rascó la nuca.

—Ojalá hubiera traído dos.

—Tranquilo —dijo Clara—, dáselo a mi hija.

—Pero, mamá...

—Aquí tengo —intervino Olga. Sacó de su maleta y le dio a la mujer—. No pueden aguantar un poco de viento —renegó volviendo al frente.

—¿Y tú? —le preguntó Teresa a Adrián mientras los demás retomaban el camino.

—Descuida, no está tan frío, puedo aguantar...

—Yo también, nos podemos turnar.

—De eso nada, ven —la rodeó con un brazo—, así me calientas, ¿recuerdas? —Guiñó un ojo.

Ella rio de forma leve, recordando ese día en la playa, cuando se besaron por primera vez. Se ruborizó al pensar en eso, lo miró de reojo, quería mucho más que besarlo por horas, pero le era difícil no sentirse avergonzada por tener esos deseos. Caía bajo el instinto animal que toda su vida en la escuela censuraron y tacharon de primitivo, por lo que simplemente no lo estudiaban siquiera.

Un ruido la dejó fría, el gruñido bajo y profundo de un animal grande. Adrián se ponía frente a ella, queriendo cuidarla de lo que se presentaba adelante. Olga movió despacio su mano al mango de su arma de choque eléctrico, ya que desde unos arbustos los observaba un león de montaña, agazapado y listo para brincar.

Helio empezó a chispear, aunque era pequeño, su dueña lo ayudó haciendo chispear también el cañón de su arma, cosa que hizo flanquear al enorme felino.

—Avancen hacia mi costado —avisó.

Los másculos fueron los primeros en moverse, pero se quedaron junto a ella, el animal no retrocedía, avanzó gruñendo.

—¿Por qué no le disparas? —cuestionó Clara.

—No está bien cargada.

Rita lanzó un lloriqueo y el animal se lanzó arrancándoles gritos. Rugió enfurecido al ser tocado por la punta electrificada del arma de Olga, quien retrocedía luego de haberle dado con ella, ya que el puma le quiso dar un zarpazo, y un golpe de esas enormes garras no podía tomarse a la ligera.

Al fin parecía intimidado por la corriente chispeante pero se negaba a retirarse. Adrián sacó esferitas de un bolsillo, Teresa las reconoció, eran las que brillaban. Las lanzó, pasaron por las chispas del arma y se encendieron con sus luces brillantes, cayéndole al puma, cosa que hizo que saliera corriendo al temer que lo electrocutaran como lo había hecho ese aparato.

—No sabía que resultaría —comentó.

Olga resopló con alivio. Sin embargo, más gruñidos se escucharon a lo lejos, perros salvajes.

—A ver si nos apuramos. ¡Corran, que ya estamos cerca!

Iniciaron la carrera. Tras un tramo, ya sentían el agotamiento, aunque el frío ayudara en ese aspecto, hasta que vieron una especie de entrada en una montaña que se alzaba junto a otras. Quedaron frente a ella, Olga digitó una clave en el material de la puerta y este se aclaró y deslizó a un lado. Entraron y la puerta volvió a cerrarse veloz y cambiar de color, camuflándose.

Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now