20: Atrapada

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Teresa entró sola a casa y se encontró con Diana, vestida de forma casual, en altos tacones, cabello suelto, su blusa roja de manga cero era lo que más saltaba a la vista. La castaña jugueteaba con Rita, volteó y sonrió.

—No me imaginaba que me visitarías —comentó Teresa.

—Pero si somos amigas —dijo con entusiasmo—, me interesa saber más de ti, de ese deporte que prácticas, así que decidí salir contigo.

—Otro día será, estoy cansada.

—Ay pero qué, si hemos salido ya hace más de dos horas del Edén. —La miró de arriba abajo—. Sigues con el uniforme.

—Tuve algo que hacer, que claro, son cosas mías.

—¿Has ido a alguna competencia? —preguntó con emoción—. Porque estás levemente roja en las mejillas.

La chica se palpó el rostro. El calor causado por la felicidad de saber a Adrián suyo, más sus labios latiendo por ese beso tan único e intenso, sensación que parecía querer permanecer ahí por muchísimas horas, todavía la tenían entre una nube rosa y el mundo real.

—Oooh yo creo que acabas de ver a tu novia —canturreó la castaña.

—Eh, no. No....

—Si es obvio, tus labios también están rojos.

—Siempre lo son...

—Pero esto es rojo por un largo beso, ¿crees que no lo reconozco? —Arqueó las cejas con picardía.

Teresa rodó los ojos.

—Bueno, como gustes.

—¡Ajá! —exclamó dando un par de brincos—. Bueno, no te molesto más por ahora, pero me verás más seguido, quiero ser tu amiga en verdad.

—Bue...

—Y ya me contarás de tu novia, ha de ser una chica muy dulce. —La pelinegra rio en silencio—. Uf, en fin. Te veo entonces.

—Bien —se despidió con su leve sonrisa.

La vio salir y fue a asomarse apenas por una de las ventanas, la castaña subió a su vehículo magnético y se fue. Teresa suspiró. Le era raro socializar, quizá debía empezar a hacerlo pero tenía a un hombre en casa, entonces era complicado.

Pasó a la casa de su mamá y subió a su habitación, la puerta se abrió y se encontró con DOPy de vigilante y a Adrián detrás, que los había hecho entrar por la rampa secreta del jardín posterior. Se abrazaron. Rodear su torso le encantaba, seguía comparándolo con un tronco firme pero blando.

DOPy se acercó y empezó a brillar de colores intrigando al joven y haciendo que Teresa se ruborizara.

—No, DOPy...

—¡Felicidades por tu nueva novia! —Soltó florecitas virtuales en el ambiente mientras sonaba un arpa.

Adrián rio de forma leve.

—Ay qué vergüenza —se quejó la chica con un hilo de voz.

—¿Que no somos novios? —preguntó él con diversión.

—No lo hemos acordado.

—¿Un beso y una declaración no son suficientes? —murmuró inclinándose.

—Bu-bueno... —Fue silenciada con otro beso.

Nuevamente esa sensación de pertenencia mutua la envolvía, más su aroma y el sabor de su piel, el grosor de esos labios. Tenía una respuesta más, los hombres también besaban, y él lo hacía delicioso. Sonrió poniendo su mano contra su pecho, se dio cuenta así de que si ella no lo detenía no sabía si él pararía.

Adán: el último hombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora