31: Investigaciones

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Contempló al joven durmiendo a su lado, con su cuerpo todavía latiendo por él, con los recuerdos, sintiéndose todavía invadida de esa forma tan intensa. Poco a poco su mente alargaba la lista de las cosas que había vivido en la noche. La había tocado tanto, ¡por todos los mares, la tocó tanto y de tantas formas!

Su pulso se aceleraba. La había visto desnuda, y un nuevo sentimiento de pudor se le instalaba. «Qué atrevida resultaste», le recriminó su consciencia. Él había pedido perdón porque ella no llegó al clímax, cosa que desconocía, y no le importó, ya que lo que había sentido le había bastado y sobrado. Había sido hermoso, dejando de lado que lo calificaran como algo primitivo y animal, entregarse a él había sido hermoso en muchas formas.

Quedaron en descansar y seguir para que ella lograra llegar a su máximo, sin embargo la cama desplegó su manta sobre ellos, las luces bajaron y terminaron dormidos. Seguía sin importarle, seguía sintiéndose satisfecha, inmensamente feliz.

Pero nuevamente el pudor ahí recalcándole que se habían visto desnudos, y seguía impactada por lo que hicieron, por cómo se besaron y tocaron. Ahora le parecía irreal, y hasta lo hubiera dudado, si su cuerpo no siguiera sintiendo los reflejos de sus caricias y besos, ni su invasión. Todo latía con fuerza en ella.

Repasó cada detalle de su rostro semienterrado en la almohada, sus cejas oscuras que todavía en su memoria estaban fruncidas, así como a sus labios los recordaba jadeantes. Él abrió sus celestes ojos y el rubor volvió a su rostro de golpe.

Sonrió y llevó su mano a acariciar el rostro pecoso de su chica, cuyos labios estaban bien rojos. Despejó un mechón de su cabello negro y se acercó a darle un beso. La vio sonreír llena de felicidad y la rodeó en brazos para luego recorrerla con las manos, haciéndola reír en silencio.

—Qué haces —preguntó sonriente.

—Te doy mis buenos días.

—Ya se han de haber despertado y estarán tomando desayudo...

—Mmm —giró con ella todavía en brazos, posicionándola sobre su cuerpo—, yo quiero quedarme.

—Adrián... —Sintió su palma en su trasero y dio un respingo—. Oye —reclamó riendo de nuevo.

La besó. Ella pensó durante un fugaz segundo que ahora tenía más libertad, de hecho, toda la libertad de tocarla, alguna especie de barrera se había roto entre ambos y ya eran como uno solo, lo más cercano que podían estar dos personas.

Se apartó ruborizada, disculpándose con la sonrisa, pues el pudor seguía en cierta forma ahí, a pesar de que ese hombre ya era tan suyo que no tenía que avergonzarse, estaba sobre él, sintiendo todo su cuerpo, y obviamente él el de ella.

El pudor tomó fuerza. Seguían desnudos. Se dispuso a recostarse a su lado, llevando parte de la manta consigo para cubrirse los senos.

—¿Estás bien? —quiso saber al notarla así.

—S-sí...

—Dime —insistió rodeándola en brazos de nuevo—, por favor.

Ella se dejó acariciar, ahora se culpaba por preocuparlo, en vez de seguir con el momento feliz. ¿Tenía que ser todo tan complicado?

—Solo... sentí vergüenza.

—¿Por qué?

—Es que me has visto... Ahora ya nos conocemos así... Imagino que me pensarás así...

—¿Eh?

—Perdón, estoy arruinando todo.

—No, no. —Le dio un beso en la frente afianzando su abrazo—. Hey, no sientas vergüenza conmigo, soy yo, solo yo, y soy tuyo. Eres preciosa, no tienes que ocultarte, además también me viste, y recuerda que yo soy el raro aquí.

Adán: el último hombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora