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El Dragón y el huérfano.

  «¿Cómo podía adivinar el destino que le esperaba? 
Si no era más que un niño mirando a los ojos de un dragón con aspecto de ángel.»

Un asesino. Fugitivo, acusado de varios crímenes. Entre ellos mutilar infantes menores de diez años.

Para Shibusawa aquello era indiferente, después de todo había conseguido trabajo hace un par de meses en un orfanato, no quedaban muchos niños. Cada día eran menos, desaparecían misteriosamente sin explicación, aunque claro, fácilmente se expandía la mentira de que estos habían encontrado hogar. En otro mundo...

La sangre salpicaba los azulejos, los grandes ventanales, coloridos al igual que una iglesia, dejando pasar apenas los rayos de luz de ese atardecer. En aquella habitación apartada, yacía tendido el cuerpo de un infante sin vida. Sus ojos bien abiertos, perdidos, observando el techo con horror, sin dudas, la peor mueca que se podría tener al morir... Era mejor no hablar de la condición en la que se encontraba.

En el jardín, un pequeño solitario se encontraba jugando en la arena teniendo frente a él un peluche desgastado de color negro sin forma alguna realmente y por ojos unos botones rojos. Una casita de arena era lo que sus pequeñas manos intentaban hacer mientras a sus espaldas el sol se ocultaba dejando un notorio naranja que abría paso a un azul oscuro nocturno, su inocencia no le hizo cuestionarse porque la Madre no se había percatado aun de su ausencia, ni mucho menos porque no habían salido a regañarlo aún para llevarlo adentro y castigarlo.

Pero ese día no sería así. No había rastro de la madre, ni las empleadas y empleados... Ya no poseían vida, todo estaba sumido en silencio. La silueta de un joven albino recorría los pasillos del orfanato, tenía la ropa salpicada de sangre, el rostro e incluso el cabello pero parecía no importarle, sólo quería calmar su hambre. Había decidido acabar con todos los niños ese día antes del anochecer, no quedaba ni uno más, ni siquiera los que habían corrido a esconderse entre los muebles o debajo de las camas, atrapó a todos y cada uno de ellos... O eso creía.

Shibusawa no tenía más de quince años, su condición ni siquiera era estable, buscaba una emoción, buscaba aquella chispa que encendiera algo en él, y en busca de eso y más, terminaba cometiendo atrocidades...

Al pasar por un ventanal y ver los restos de luz abandonando el pasillo, hundiéndolo en oscuridad, pudo ver como un pequeño se le había escapado... Quizá tenía un ángel guardián como hubiese dicho la madre del lugar.

Su mano cubierta de sangre se colocó sobre la ventana, sus uñas arañaron un poco el cristal como si buscaran atrapar ya a ese pequeño que seguía en la arena, que había escapado a escondidas de la Madre, si no, no encontraba otra razón para que estuviese jugando tranquilo. El albino, con la mirada perdida de un depredador, se alejó de aquel ventanal para buscar la salida e ir en busca de su última presa...

Su hambre no se saciaba, y no es que fuese un caníbal, no. Su cuerpo sentía la necesidad de algo, un hambre que ni siquiera él comprendía y se dejaba impulsar por lo primero que sentía, creyendo que de esa forma esa hambre desaparecería, pero al finalizar solo quedaba esa indiferencia, aquel aburrimiento que lo sumía en una monotonía que lo destrozaba cada noche, que si bien no era eso, era el no poder dormir ya que cualquier sonido le despertaba creyendo que se trataba del ruso que venía nuevamente a tomarle sin aviso, sólo porque sí.

Aquel pequeño infante de cabello color negro y revuelto, continuaba jugando. Sabía que pronto debía volver, lavarse las manos y meterse a su dormitorio a escondidas, sabía que ninguna de las empleadas querría darle de cenar a escondidas, pero esperaba que el muchacho de mandil con estampados bonitos, sí. Aunque siendo que ya casi anochecía le sorprendía que la Madre no hubiese salido ya a regañarlo y jalarle la manita para llevarlo adentro. Cerca de sus patillas, aquellos pequeños y cortos mechones mal cortados asomaban un poco de cabello blanco, por los que a veces recibía burlas de los más grandes diciéndole que era raro, por ello prefería jugar solo, apartado del resto.

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