Capítulo 38 - Las memorias del pecado.

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Rusia, Siberia.
—Doce años atrás—

El accidente en la enfermería fue conocido por todos. Desde entonces había reos que buscaban desafiar a Dostoyevsky para hacerse reyes del penado, otros simplemente apartaban la mirada y lo respetaba, sin embargo, se había perdido el paradero de ese hombre. No porque hubiese huido, si no, porque esa misma semana se llevó a cabo su traslado a una celda de contención sellada donde le catalogaron como un usuario de habilidad realmente peligroso.

¿Y cómo no serlo? La vida desaparecía en cuanto él ponía un pie en el área. Era como si con solo pisar un bello jardín de rosas, estas terminarían por marchitarse conforme avanzara.

Sin embargo, aquello no le había librado de los de elite quienes le propinaron un buen castigo con una paliza por haber asesinado a reclusos y a un médico. No intentó defenderse en el aspecto de que hablara su versión, daba igual, de todas formas seguramente no le creerían.

Mientras le escoltaban le llevaban encadenado, con los ojos cubiertos por una tela negra para evitar que recordara el camino, solo podía sentir lo mucho que caminaba, los giros que daban, cosas así, pues no podía ver absolutamente nada, sin embargo en cierto punto el ruido de los abucheos de los reos cesó cuando escuchó como una puerta de pesado metal se abrió.

El sonido de los pasos resonó con eco, y aunque él no viese nada, había varias puertas completamente selladas, portaban una ventanilla la cual también podía sellarse, y ahí se decidía si sellar el cuerpo y mente de los usuarios o solo dejarles en una habitación completamente cerrada.

— El Director ha dicho que no se sellará tu mente al no estar de por vida aquí, pero no volverás a ver el exterior hasta que cumplas tu condena. —Explicó el guardia que parecía ser el líder guiando a la docena de hombres detrás de sí, los cuales portaban rifles de alto calibre apuntando al maltratado muchacho que no hacía más que cojear sobre su pierna derecha tras haber recibido el castigo por su conducta.

El azabache se limitó a no responder, no era como si no ser sellado le alegrara, de todas formas estaría encerrado en una habitación que no abandonaría hasta después de treinta años... Si es que su condición le permitía vivir, ya que no era que comiera y durmiera adecuadamente en ese lugar.

Incluso, tarde había comprendido que la razón por la que no sanaba era porque ese supuesto amable médico le estaba destruyendo con medicamento falso. Esperaba ahora poder recuperarse de verdad, al menos su consuelo sería decirle adiós a las palizas, y esa quizá era la última para ingresar a aquella habitación.

Escuchó un desliz, un par de pulsadas sobre dígitos de goma, reconocía los sonidos, y poco después como una viga de pesado metal se deslizó automáticamente quitando todos los seguros de la puerta. Después, le sujetaron con una correa con una varilla de sujetador como a un perro para empujarle dentro de la habitación.

— Esperemos aguantes y no te vuelvas un loco, Dostoyevsky. —Habló el guardia con tono firme al ver que el muchacho cayó indefenso al suelo sin poder meter las manos al tenerlas esposadas detrás de la espalda. — Las llaves para retirar solamente las esposas y cadenas están en la camilla, después de todo de aquí no podrás salir, ni mucho menos recibirás atención, así que trata tus heridas solo. —Agregó tirándole un botiquín que terminó por golpearlo en la cabeza, pero no se quejó, guardó silencio esperando que se marcharan.

Y así lo hicieron, minutos después tras inspeccionar el área sellaron aquella habitación y todas las vías de entrada cuando abandonaron por completo aquella área.

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