Capítulo 37 - El castigo del crimen.

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Rusia, Siberia.—Doce años atrás—

Los días en ocasiones le duraban tanto, había momentos en los que perdía la noción del tiempo por completo, y tras cada paliza, caía exhausto, después de todo su cuerpo intentaba dar lo mejor de sí para recuperarse, pero no era suficiente, pues una nueva paliza le esperaría cuando vieran la oportunidad de acorralarlo.

No quería salir de su celda, incluso cuando los guardias les dejaban salir, prefería no ir a comer. Hubo un recluso que terminó por escupirle en la comida, en otra ocasión uno le tiró la comida a propósito, era así de una y mil maneras que aquellos hombres encontraban formas de molestarlo o humillarlo.

Por suerte aquel día se salvaría de una paliza.

Su anemia le había hecho colapsar en medio del comedor al no haberse estado alimentando adecuadamente, y aunque los reos hubiesen querido hacer de las suyas, un par de guardias se apresuraron a sujetarlo con correas para arrastrarlo hasta la enfermería, pues se les había dicho que a ese hombre no se le podía tocar a causa de una peligrosa habilidad, se estaba trabajando incluso la idea de colocarlo en una celda de máxima seguridad, pero eso no sería hasta dentro de una semana para tomar las medidas de seguridad más extremas posibles.

En aquella ocasión agradeció a su salud por haberlo salvado, aunque de manera demasiado débil se removió en aquella camilla sintiendo un horrible dolor recorrerle la columna a causa de los golpes con palos que le habían dado un par de reclusos rebeldes.

— Agua... —Susurró con voz ronca llamando la atención del joven médico a su lado, aquel muchacho de cabellos claros.

— Debes estar sediento. —Murmuró el joven cerrando el libro que leía para tomar la jarra y servirle un vaso de agua al ruso, pero este no lo tomó, solo apartó la mirada.

No comprendía a ese muchacho, y aunque siempre se hablara tan bien de los médicos que les atendían, él no quería confiarse del todo, pensaba que aquel muchacho en cualquier momento le haría algo para dejarle a merced de los reclusos.

— Nunca dejas que me acerque, ¿Por qué? —Preguntó el médico intentando tocar la frente del azabache, pero este le miró desaprobatoriamente, así que detuvo su mano y la alejó. — Demasiado desconfiado, eh...

Fyodor no respondió, por más sed que tuviera no bebería de esa agua, había estado inconsciente, no sabía si había aprovechado ese hombre para ponerle algo, así de desconfiado era, porque conocía el mundo, y sabía lo que él había hecho en su libertad.

— Les diré que te dejen aquí unos días antes de que te cambien de celda, Mikha. —Habló nuevamente el de cabellos claros logrando que el ruso solo le diera la espalda, frunciendo el ceño mientras veía aquella ventana que le mostraba el blanco de aquella libertad. — Mientras estés aquí puedo darte buena comida y tratamiento, además es bueno para que ellos no te golpeen tan seguido, necesitas descansar de todo eso. Déjamelo a mí, escribiré una hoja para que te dejen quedarte. Siéntete en confianza. —Agregó antes de levantarse y marcharse a atender otros pacientes con sus compañeros.

El azabache apenas y giró el rostro mirándole de reojo, notando como a dos camillas más había un recluso un poco más joven tomando té tranquilamente. Aquello le hizo volver la mirada con cierta decepción... Shibusawa ya le hubiese dado su té y estaría a su lado platicando de cosas sin sentido o contando la cantidad de gemas por colores que tenía sobre la cama, pero no, no debía pensar en él.

Sabía que Shibusawa estaba muerto, y con él, debían morir todos esos recuerdos, ese remordimiento, esos sentimientos que florecieron inconscientemente.

Flowers Of Love.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora