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A pesar de que enfermedades o accidentes eran totalmente impredecibles, por alguna extraña razón Petra siempre percibía mayor concurrencia de pacientes los viernes, y aquel día no era la excepción.
El reloj marcaba la una y quince p.m. En un comienzo Petra consideró algo exagerada su decisión, sin embargo, en un intento de seguir los consejos de su querida ama de llaves, no quería nuevamente encontrar a Levi en la recepción ni en ningún otro lugar, por lo que solicitó a Grisha una secretaria personal para así poder permanecer en su oficina privada. En un caso común, este se hubiera negado a aquella petición, mas al tratarse de la hija de William Ral, no dudo en acceder a su solicitud. A fin de cuentas, debía resguardar los intereses del hospital, y desde que Petra trabajaba allí, el señor Ral solía realizar un cuantioso donativo cada año.
Hannah Diamant le entregó el archivo del siguiente pequeño que esperaba su atención. Se trataba de un bebé de solo 5 meses de edad, que necesitaba su control habitual. Petra se encargaba de llevar un registro del peso y crecimiento, además de otros datos para cuidar de su salud. Al terminar la revisión se entretuvo por un momento, haciendo caras y gestos mientras él reía y balbuceaba. Tan solo unos cuantos minutos después, se encontraba en los brazos de su madre, mientras ella recetaba un suplemento de vitaminas y una nueva fórmula de leche que prometía un aumento de peso. Se despidió afectuosamente de ambos hasta la siguiente visita. Tras cerrar la puerta, se sentó en el pequeño sofá junto a la ventana y hecho un vistazo al reloj sujeto a su delgada muñeca. Decidió que lo mejor sería ir por algo que comer, eso al escuchar como su estómago rugía levemente.

- Hannah, saldré al menos por una hora, puedes ir por tu almuerzo si deseas –mencionó sonriendo al tiempo que cogía su bolso de mano

- De acuerdo, doctora Ral –asintió la joven muchacha ofreciendo una amable sonrisa.

Luego del berrinche de Ilse aquella mañana, definitivamente no habría nadie con quien compartir aquel receso. Eso sin duda lograba abatir parte de su buen ánimo, sin embargo, le reconfortaba el hecho que solo faltaba un día para poder cenar junto a la persona más importante de su vida, su padre. Con su mente ocupada repasando la receta de un dulce de manzana que prepararía, sumado al ruido permanente de las actividades en aquel hospital, no lograba percibir el tono de llamada de su teléfono móvil, mientras guardaba algunas cosas en su casillero personal.

- ¿No contestarás?

Como de costumbre aquella voz la tomó por sorpresa, haciendo que se sobresaltara y su corazón comenzara a latir con fuerza. Sabía muy bien a quien pertenecía, mas solo continuó ordenando sus cosas, intentando mantener una expresión aparentemente despreocupada.

- Si, gracias por el aviso doctor Ackerman –mencionó con seguridad, sin siquiera voltear a verle.

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El timbre sonó, haciendo eco por toda la casa. Fue entonces cuando la señora Kirschtein dejó sus labores en la cocina, para atender a su nueva visita. Tras secar sus manos en el delantal, camino rápidamente a través del pasillo principal, con una gran sonrisa en su rostro. Le alegraba recibir invitados, ya que a pesar de que su hijo se encontraba en casa a aquella hora del día, permanecía encerrado en su habitación. Era su único hijo, pero no tenían una relación demasiado cercana, tan solo cruzaban algunas palabras durante la cena o el desayuno. Su cara de sorpresa tras abrir la puerta, no pasó desapercibida para los agentes de pie junto a esta.

- Buenas tardes, somos los oficiales Henning y Nanaba, ¿señora, Kirschtein?

- S-si –mencionó tartamudeando.

- Bien, necesitamos hablar con su hijo, ¿se encuentra en casa? –agregó Henning.

- Si, él está e-en su habitación –contestó apartándose un poco para que los policías pudiesen entrar- pueden esperar en la sala, por favor.

Entre las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora