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Un hombre de tez bronceada aparcó el automóvil junto a la estación. Cada tanto miraba a través del retrovisor, los distraídos ojos de su jefe sin atreverse a pronunciar palabra. Aquel nuevo trabajo era de lo más aburrido para él. Ni siquiera tenía permitido escuchar música a gusto, durante el largo trayecto desde la residencia Ackerman.

- Llamaré si necesito de tus servicios Gunther -indicó Levi cogiendo su portafolio, a juego con su traje negro.

- Entendido, señor -asintió.

Tras descender el coche, Levi emprendió su caminar rumbo a la entrada principal. En el interior de aquel enorme edificio, todo el mundo parecía atareado, caminando de un lugar a otro, con pilas de papeles en sus manos, contestando llamados de emergencia, junto el incesable sonido de las teclas de los ordenadores. Se mantuvo inmóvil por un momento, simplemente apreciando el caótico y ruidoso ambiente. Entonces, de forma precipitada, fue abordado por una mujer de cabello castaño, sujeto en una despeinada coleta. Pudo ver sus expresivos ojos enmarcados en grandes gafas junto a una extraña sonrisa en su rostro.

- ¡Hey! Tú debes ser Levi Ackerman -exclamó enérgica.

Sin esperar una respuesta, cogió su mano estrechándola y agitándola entre las suyas.

- Mi nombre es Hanji Zoë, es un placer conocerte -indicó.

Levi solo reaccionó liberando su aprisionada mano y dando un paso hacia atrás.

- Debes estar buscando a Erwin, te guiaré hasta su oficina.

- Conozco el camino -mencionó sin más.

Hanji lo observó por unos cuantos segundos, sorprendida, hasta que nuevamente una torcida sonrisa se formó en sus labios. Pronto volteó, guiando sus pasos hacia su lugar favorito, su laboratorio.

- Presiento que seremos grandes amigos... -mencionó mostrando esta vez una gran sonrisa en su rostro, antes de desaparecer a través de la puerta al final de aquel largo pasillo.

- Tch...

Tras aquella primera impresión, Levi esperaba no encontrarse con aquella mujer muy a menudo.

Fuera de la oficina de Erwin, recargado en la pared contraria a esta, comenzó a revisar su móvil. Deslizando la lista de sus contactos, se detuvo al ver el nombre de Petra.

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Petra se encontraba sentada junto a su padre, en el espacioso estudio de la mansión Ral. Entre sus manos sujetaba una envejecida edición de la famosa obra de Shakespeare, "Romeo y Julieta". Rodando sus ambarinos ojos a través de las líneas, imaginaba el entorno de la época y los dos amantes luchando encarecidamente por estar juntos para siempre, a pesar de las contrariedades del destino. El señor Ral acariciaba suavemente el rojizo cabello de su hija, observándola en silencio y disfrutando de la música en su viejo tocadiscos.

- Cariño... -mencionó llamando su atención- He pensado en, tomar juntos unas merecidas vacaciones.

- ¿Hablas enserio, Padre? -preguntó soltando el cuadernillo enseguida y con una radiante sonrisa en su rostro.

- Por supuesto -contestó con seguridad- ya que has decidido no dejarme ni por un momento, quiero demostrarte lo divertido que puedo ser.

- Papá... -murmuró con pequeñas lágrimas brotando en sus ojos- Por supuesto que me encantaría.

Después de un largo y afectuoso abrazo, ambos pudieron escuchar el sonido del móvil que vibraba sobre la pequeña mesa de centro.

Entre las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora