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Aun cuando las calles de la ciudad adquirían un aspecto solitario, durante los últimos rayos de luz que ofrecía el ocaso, la oficial Anka Rheinberger había tomado la decisión de caminar hasta su modesto apartamento, ubicado a tan solo unas manzanas de la estación. Portando un pequeño bolso que permanecía sujeto a su hombro, transitaba a través del estrecho sendero del parque que se interponía en su trayecto. El ambiente era tranquilo, parejas paseando de la mano, algunas mascotas y sus dueños disfrutando de la brisa de verano, y el sonido de las aves al emitir su delicado canto. Pronto se encontraba frente al edificio recientemente inaugurado. Como era habitual saludó alegremente al viejo conserje quien leía una revista de chismes, a la vez que bebía café. Buscaba las llaves en su bolso de mano, mas se detuvo por unos cuantos segundos al observar su arma de servicio. Como el resto de los agentes, era un decreto obligatorio cargar siempre con esta, y a pesar de que nunca le había gustado del todo, le otorgaba cierta sensación de seguridad. Entonces recordó que su serie preferida aguardaba, por lo que sin perder más tiempo, abrió la puerta provocando que la luz del pasillo se filtrara en la oscura habitación, reflejando su propia sombra. Enseguida encendió las luces, depositó las llaves sobre el arrimo de madera y cerró la puerta a su espalda, empujándola con el pie. Dejó escapar un suspiro, agotada tras su larga jornada en la oficina.

- Bienvenida, agente Rheinberger.

Sin darle tiempo siquiera a reaccionar, aquella fue la última frase que Anka pudo escuchar, antes de sentir una fuerte punción en el cuello, y posteriormente unos brazos que evitarían que se desmoronara sobre el suelo laminado.

Dudando de cuánto tiempo había transcurrido exactamente, la joven oficial quedamente abrió los ojos, pestañeando una y otra vez. Su cuerpo se sentía adormecido, su perspectiva algo borrosa no le permitía distinguir donde se encontraba, tan solo podía escuchar lejanamente una suave melodía. Parecía encontrarse en un extraño trance, mas no tardó demasiado en notar que sus manos permanecían atadas, y fue entonces cuando reaccionó bruscamente. El sonido de sus gritos era reemplazado por gimoteos ahogados, debido al trozo de cinta adhesiva que cubría su boca, mientras se movía agitada sobre la silla en la que se encontraba.

- Finalmente despierta, oficial.

Sin otras posibilidades, Anka continuaba gritando opresivamente e intentando forzar las gruesas cuerdas que aprisionaban sus brazos. Su corazón latía con fuerza, al mismo tiempo que su confusa mente no podía entender que, aquel renombrado médico que había estado en las oficinas de la estación, ahora se encontrase frente a ella. Por su lado, Levi tan solo permanecía concentrado en el cuchillo entre sus manos, sin voltear a verle.

- ¿Qué le ha parecido la melodía agente Rheinberger? –preguntó entonces, provocando que Anka se detuviese por un momento, sorprendida por su indiferencia frente a la situación en la que se encontraban- Fryderyk Chopin, corresponde a uno de sus célebres composiciones de nocturnos para piano.

Levi clavó con fuerza el arma sobre la rústica mesilla de madera junto a él y se puso de pie. Miraba fijamente a Anka, y como esta se removía en su asiento, guiada por el terror, intentando absurdamente apartarse de él.

- Fluye lánguidamente, extasía, pero con la angustia subyacente propia del romanticismo musical más puro –agregó a la vez que caminaba alrededor de la muchacha.

Anka mantenía su vista fija en un punto cualquiera, mientras miles de pensamientos revoloteaban en su cabeza. "¿Acaso todo acabaría para ella en aquel mohoso sótano? ¿qué sucedería con su familia entonces? ¿quién de sus compañeros en la estación se encargaría de llevar la placa conmemorativa a casa de sus padres?". Tenía suficiente experiencia en casos como aquellos para conocer su inevitable destino. Una vez más se detuvo frente a ella y violentamente arrancó el trozo de cinta de su boca. Con la respiración agitada, involuntariamente lagrimas se deslizaron por su rostro, mas permaneció en silencio, aterrada por aquellos azulados ojos que la contemplaban indolentes.

Entre las sombrasWhere stories live. Discover now