Capítulo 35

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Madison

De vuelta a casa todo fue normal pero tenía una sensación extraña.

Me dirigí a la cocina para prepararme algo para comer. Chad fue dejando la compra en su sitio pero de vez en cuando me miraba con los ojos achinados. Al preguntarle unas cuantas veces, su respuesta fue la misma, si es que puedo decir que es una respuesta: se encogió de hombros.

Al acabar, lave los platos y fui a mi cuarto. Hacía bastante frío por haber dejando la ventana abierta desde esta mañana. Me acerqué a ella para cerrarla y en eso, Chad me acorralo con sus manos poniéndolas a cada lado de mi cabeza quedando de cara a la ventana. Ni le escuché entrar a la habitación. Se me acerca al oído y me susurra.

— Los tratos están para cumplirse —su voz me estremeció la piel.

— ¿De qué hablas? —le pregunté.

— Ya te acordaras...

Baja su mano izquierda y acaricia mi brazo desde el hombro hasta las puntas de mis dedos. Tomó mi mano y me llevó a su cuarto. Cerró la puerta y se paró delante mía.

— ¿Qué vas a hacer? —le pregunté.

— ¿Sigues sin recordar? —negué con la cabeza— Tal vez esto te ayude.

Me toma por la cintura y me pega a él. Se para unos segundo a mirarme fijamente a los ojos y luego me besa. Dichoso sea el día en el que hice aquel trato con él. No pensé que hablaba enserio y menos que me haría feliz. Se separa de mi. Me toma el rostro con sus manos. Podría jurar que, por alguna razón desconocida, mi cara estaba en llamas. Vuelve a besarme mientras me acaricia. Mete sus manos bajo mi camiseta y la levanta un poco. Se me puso al instante la piel de gallina. Uno no puede entender su cuerpo, todos sus puntos y sus juegos. Lo que te provoca daca cosa por muy poco distintas que sean. Mi pulso se aceleró tanto como si hubiese dado unas cuantas vueltas a la manzana.

— Deja de pensar y rindete ante el placer —me susurra mientras me quita del todo la camiseta.

Escapatoria no tendría pero algo de mi tampoco lamentaría esto. Me rendí ante él, me dejé llevar por su juego.

Con caricias, pasión y mucho placer se mantuvo la cosa. ¿Quién se imaginaria que Chad era así en la cama? No mentía cuando dijo que complacía a las personas. Tan cuidadoso y atento en cada momento. Llamar sexo a esto sería un gran insulto. Habíamos hecho el amor, el mejor amor de mi vida.

Tumbados uno al lado de otro, queriendo mirar hacia otro lado pero la curiosidad pudo conmigo. Miré su cuerpo desnudo pero cubierto por muchas cicatrices. Pensativos y callados los dos. Dos diferentes con algunos parecidos.

— ¿Por qué lo has hecho? ¿Sólo por el trato? —le pregunté.

— Para demostrarte que me tenías ganas —se pone de lado y sostiene su cabeza con la mano.

— Mas parecía que tú me tenías ganas —fruncí el ceño.

— Calla y no estropees el momento —se acerca para besarme pero me levanté de la cama.

— Voy a ducharme.

Fui a mi baño y encendí el agua. La ropa ya no hacía falta quitarme, estaba en algún lugar de su habitación. Me metí bajo el agua caliente que recorría las caricias que él me fue dando. De un momento a otro, Chad estaba detrás mía. Me abrazo mientras me besaba el cuello.

— ¿Qué ha pasado? —me pregunta.

— Juro que no te entiendo —dije un poco bajo.

— Ni deberías y tampoco debería de importarte el entenderme.

— ¡Claro qué debería importarme! —me di la vuelta y le empuje— Tengo que saber de que lado estás y tener la certeza de que cuando me de la vuelta no me claves un cuchillo en la espalda.

— ¿Tanto desconfías de mi?

— Después de darme un motivo para confiar, llegas con otros tres que me hacen dudar totalmente. Estoy cansada de que juegues al despiste conmigo. ¡Dime lo que quieres de una vez! —sale de la ducha— ¿No vas a decir nada? Tal como era de esperar —grité.

— ¿Qué quieres que te diga? —se da la vuelta.

— La verdad.

— ¿Cuál verdad Madison? ¿La verdad en la que todos están muertos o en la que somos nosotros los siguientes en morir? —dice enojado haciendo señas con las manos— ¡Haz algo útil! Investiga, ayúdame o mueve tu culo a algún lado.

Salí del corro de agua con el puño firme para estrellarlo en su cara. Su enojo aumentó pero no más que mi cabreo.

— ¿¡Cómo quieres que te ayude si no me dices nada!? ¿Sabes qué? Vete de esta casa —le señalé la puerta.

— ¿Qué tal si te vas tu? Porque esta casa la conseguí yo.

— ¡Perfecto! —le quité la toalla de la mano y salí del baño.

— ¡A ver cuanto duras sin mi! Seguro que pones un pie fuera de esta casa y ya te han metido un tiro.

— Te meteré yo el tiro por el culo como no te calles.

¡Ups! Un día másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora