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Eran cerca de las 3:30 a. m. cuando el aparatoso ruido del vidrio impactando contra el suelo y fragmentándose en miles de pedazos me hizo abrir los ojos de golpe.

—Ups —la risa tonta de mi mejor amiga puso en evidencia su avanzado estado de ebriedad.

Alexis avanza dando tumbos el corto tramo desde la puerta hasta su cama y se deja caer sobre el colchón. Es la primera vez que bebe hasta no poder mantener en equilibrio sobre sus tacones de quince centímetros.

—Te compraré otro —vuelve a reírse.

Puedo ver los restos del envase de mi perfume favorito reflejando desde el suelo la escasa luz que se filtra a través de las cortinas de la habitación. Ya estaba por terminarse, así que realmente no me importa. Al menos ahora tengo dinero suficiente para comprarme otro: mi dinero.

—Los pies me están matando —balbucea.

—¿Cuánto tomaste? —le pregunto en un susurro mientras veo su larga y espigada figura luchando por deshacerse de los incómodos zapatos.

—Casi nada —se ríe.

—Mañana por fin sabrás lo que es la resaca, bienvenida a la adultez.

—Mmm... No me grites —dice cubriéndose los oídos con ambas manos y frunce el rostro con los ojos apretados. Se ha metido a la cama con el vestido aún puesto y la falda remangada casi hasta la cadera—. ¿Por qué te fuiste? Estuvo divertido. Luisiana se chapo al chico de la barra y... —no puede terminar de hablar sin que sus palabras se ahoguen en carcajadas.

—Es mejor que te duermas o no podrás levantarte mañana cuando tú papás lleguen a recogerte.

—No intentes cambiar el tema Liv, se lo que has estado haciendo —me señala con un dedo juguetona y se ríe de su fracasado intento de sonar amenazante.

—¿De qué hablas?

—¿Creías que no me iba a dar cuenta que te has estado escapando por las noches? —mi corazón se detiene por un segundo cuando la oigo pronunciar esas palabras y puedo sentir el frío subir por mi espina dorsal.

—Estás borracha Lex, mejor duérmete —me cubro nuevamente con la frazada para conseguir que se calle y con suerte habrá olvidado todo para mañana.

—Ya te he dicho que no debes ensayar tanto Liv, aún ni siquiera han anunciado los cupos para el concurso y tú ya estas escapándote en las madrugadas para ensayar —el alivio me recorre de pies a cabeza y no puedo evitar suspirar ante su ignorancia. Nunca antes he tenido que mentirle, así que prefiero permanecer callada.

—Buenas noches —le digo, pese a que ya puedo oír el leve ronquido que escapa de sus labios y al cual he tenido que acostumbrarme con los años.

La noche del sábado decido salir más temprano de lo habitual, los fines de semana resulta aún más fácil escaparme, ya que todas estamos autorizadas a dejar la escuela y esta queda casi vacía. Solo necesito idear una buena excusa para no levantar sospechas, lo cual no resulta nada difícil.

—¿Tienes una cita, Liv? —me pregunta Sonia, la asistente de Gerda, cuando me ve aparecer por el pasillo. Su voz nasal resulta inconfundible, aunque ella siempre culpa a la sinusitis y su alergia al cambio de clima. Sonia debe tener algo más de treinta años, pero es de esas mujeres que siempre se reduce la edad. Es soltera y lleva trabajando su vida entera en la escuela, o al menos más tiempo del que yo llevo aquí.

—Eh... sí —miento, ya se me está haciendo costumbre mentir.

—¿De quién se trata? ¡Cuéntame! —pregunta entusiasmada con la noticia. Sonia es una de las personas más chismosas que conozco, por eso hace tan bien su trabajo: mantener al tanto a Gerda de todo lo que pasa en la escuela.

DesadaptadosWhere stories live. Discover now