37

3K 160 4
                                    

Aquella noche acompaño a Alexis a la cafetería, temo que esté empezando a sospechar al ya no verme nunca por ahí, pese a que siempre le aseguro que procuro cenar algo ligero como una fruta o algo de yogurt con cornflakes. Aquella noche decido tomarme solo una sopa, mientras mi amiga se pide el menú completo.

—No sé cómo tienes tanta fuerza de voluntad.

—Ya me acostumbré —le digo, mientras doy sorbos pequeños a mi plato.

—Esta semana he quedado en ir a almorzar con Renny, vamos a la pizzería que está cerca al bar. ¿Vienes?

—No —me apresuro en responder—, no me gusta la pizza.

—¡Vamos, Liv! Seguro tienen vegetariana.

—No insistas, después del atracón que nos dimos ese día no quiero volver a ver una pizza en mi vida —a mi amiga le causa gracia.

Cuando volvemos al cuarto encuentro un mensaje de Nik en mi celular, lo había dejado cargando antes de salir.

Siento haberte puesto en peligro hoy.

¿De qué hablas?

Respondo.

No debí correr tanto contigo en la moto, pudo haberte pasado algo. Fui un idiota.

Ya no importa. ¿Cómo estás tú?

He estado mejor. Gracias por hoy.

Envía acompañado de un emoticón sonriente y yo le respondo con la misma carita feliz antes de meterme entre mis sábanas y tratar de dormir un poco. Hoy no tengo ganas de ensayar.

...

Tomo una pastilla del frasco que tengo escondido en mi mesa de noche antes de ir a clase y me doy cuenta que está por terminarse. Necesitaba buscar a Luisiana cuanto antes y pedirle que me consiguiera más pastillas, sabía que así ensayara todo el día, no iba a poder controlar mi apetito sin ellas. Ya estaba por alcanzar mi meta y no podía permitirme volver a subir un solo gramo si dejaba de tomarlas ahora. Había estado tomando más de la dosis que me había indicado Luisiana últimamente, ya que había comenzado a sentir como las pastillas perdían su efecto. Seguía sin sentir hambre ni sueño, pero también empezaba a sentirme cansada. Quería volver a sentir como la energía me desbordaba, sentirla brotar por mis poros como gotas de sudor y esa necesidad de seguir ensayando hasta agotarla. Pero poco a poco mi motivación dejaba de ser esa, dejaba de intentar perfeccionarme para impresionar a los jurados con mi destreza y solo pensaba en quemar las calorías de cada pequeña cosa que ingería en el día para verme más delgada. Necesitaba alcanzar mi peso ideal para ese día y aún no lo lograba.

Después de la clase me acerco a Luisiana en los cambiadores, procurando no llamar la atención de las demás chicas.

—Veo que has perdido peso —sonríe soberbia cuando me ve llegar.

—Las pastillas que me diste... —susurro.

—¿Necesitas más?

—¿Puedes conseguirme más?

—Claro que puedo, mi papá es médico.

—Solo necesito pedirte algo —Luisiana me sostiene la mirada esperando a que hable—. No le digas de esto nadie.

—No te preocupes, será nuestro secreto.

—Gracias. No te lo había dicho, pero enserio te lo agradezco. Me han ayudado un montón, creo que no habría podido si ellas. Sin ti.

—Me vas a hacer llorar —afloja el labio inferior.

Tomo mi toalla y me sumerjo en las duchas que parecen casi un sauna por la enorme cantidad de vapor que nos rodea. Dejo que el agua caliente caiga sobre mí hasta conseguir que me relaje y soy la última en dejar los cambiadores cuando he terminado.

DesadaptadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora