56

2.7K 150 8
                                    

«Pueden ir entrando de dos en dos».

Por supuesto, los padres de Adriano tenían que ir primero. Después la hermana y el mejor amigo. Y luego, quedaba yo. «Te espero para dejarte en tu escuela», me había dicho Max y los padres de Alexis le había agradecido de mi parte. Ellos probablemente se quedarían lo que resta de la noche.

—Hola —pronuncio en un hilo de voz tan pronto he cruzado el umbral de la habitación.

El chico de cabellera rojiza presenta tantas magulladuras que un escalofrío me recorre la columna vertebral cuando lo veo. Sin embargo, está despierto y su sonrisa es sincera en cuanto me ve asomarme por la puerta. Los hoyuelos están ahí.

—¿Cómo estás? —se encoje de hombros.

—Un poco golpeado —se ríe—. Tu amigo... él me ayudo, ¿no? —su expresión se torna seria.

—Sí.

—Dale las gracias de mi parte —yo solo atino a asentir.

—Perdón por haberte metido en esto —lo veo fruncir el ceño.

—Yo me metí solo en esto Liv... me dejé llevar —me sostiene la mirada—. Me dieron celos.

Exhalo. No sé qué responder a eso. ¿Por qué Adriano sentiría celos de Nik? Del chico que conocía hace tan solo tres meses y medio, y con el que no había mantenido una verdadera conversación desde hacía un mes. Del chico malo cubierto de tatuajes, cuya imagen había quedado grabada con tinta en mi retina desde el momento que su existencia se cruzó con la mía y nuestras almas colisionaron. Nuestro encuentro había sido fugaz, pero algo había cambiado: yo no volvería a ser la misma.

Vuelvo a visitar a Adriano los días siguientes, debía permanecer internado una semana. Por fortuna no había presentado ninguna complicación después del accidente. Las costillas fracturadas no habían perforado el pulmón, así que solo requería reposo absoluto para que estas pudieran volver a soldarse. Las costillas sanan y con suerte no dejan secuelas, yo no funcionaba igual.

—Siento que tengas que pasar tu único fin de semana libre aquí metida —me dice en mitad de una partida de naipes.

—No es que tuviera algo mejor que hacer encerrada en la escuela.

—Ah ¿entonces no estás aquí por mí? —sonríe.

—No, la verdad es que me gusta visitar hospitales como hobbie —Adriano suelta una carcajada que es interrumpida abruptamente por una punzada de dolor.

—¿Estás emocionada por viajar a Argentina? —suspiro.

—Debería estarlo.

—Pero...

—Supongo que solo estoy algo cansada —lo miro a los ojos.

—Estaba pensando que, en un mes ya estaré recuperado. Podríamos viajar con Lex para verte bailar —separo los labios, pero ninguna palabra sale de mi boca—. No soporto estar aquí —se queja—. No puedo creer que aún tengo que esperar hasta el viernes para que me den de alta —resopla.

—Adriano...

—Tranquila. Somos familia, ¿recuerdas? —sonríe—. ¡Gané! Otra vez.

Definitivamente las cartas no eran lo mío.

...

Mañana después de clase retomaría mis ensayos con Gerda. Necesitaba dormir, pero no dejaba de pensar. ¿Era posible que Adriano hubiera confundido mi preocupación por él? No puedo, simplemente no puedo cerrar mis ojos y apagar mi mente. Volver a ver a Nik aquel día en casa de Renny, volver a oír su voz en mi momento más vulnerable, volver a hablar con él así sea a través de un muro o a mil metros de distancia, había removido algo dentro de mí que pensé que ya no estaba. Pero dejar de pensar, no siempre significa olvidar. Y si hasta hace poco nos dividía una pared sólida de concreto, en este momento había una ciudad entera entre nosotros.

Llevo una hora dando vueltas sobre mi colchón cuando la pantalla de mi celular se enciende sobre mi mesa de noche.

¿Podemos hablar?

Mi estómago se remueve con esas palabras como si un conejo hubiera escapado de su madriguera para causar estragos en mi interior. Quiero verlo.

Ahora trato de dormir.

¿Y cómo te va con eso?

No muy bien.

Tal vez deberías darte una vuelta por el auditorio. Dicen que caminar ayuda...

El auditorio estaba cerrado a esta hora. Aún así me paro de mi cama y salgo de mi habitación con el celular en la mano.

¿Qué hay ahí?

Pregunto tontamente mientras camino descalza sobre el suelo helado y bajo las escaleras en puntillas para no hacer ruido.

Un idiota que trata de disculparse.

¿Y esta vez por qué?

Las puertas del auditorio están ligeramente entreabiertas e inhalo profundamente antes de empujarlas. Está todo oscuro e intento agudizar mi oído para encontrarlo, para percibir algún movimiento o sentir su respiración en algún lado.

Por perder a la única persona en este mundo que me importa de verdad.

Mi corazón da un vuelco. Camino a paso lento por el largo pasadizo entre las butacas que conducen al escenario, pero no veo ni escucho nada.

—¿Nik?

No hay respuesta.

Alumbro vagamente con mi celular a mí alrededor. Todo está vacío. Aparentemente. Dos reflectores se encienden sobre el escenario y la canción de Amy Winehouse 'Back to black' empieza a sonar. Se me eriza la piel de todo el cuerpo, como si la sola melodía fuera capaz de transportarme. El telón está completamente abierto y hay colocado un fondo que simula una noche estrellada. Los recuerdos vuelan a mi mente atraídos por la música: el bar, aquel escenario diez veces más pequeño que este, las luces intermitentes, mi cuerpo semi desnudo contra el gélido tuvo de metal y los ojos inyectados en sangre que me devoran con cada movimiento. Todo se siente ahora tan distante, como el recuerdo de una vida pasada o de un sueño borrado con el paso del tiempo.

—Aquí arriba —me giro en dirección a su voz, de espaldas al escenario.

—¿Cómo entraste ahí?

—Soy bueno con las manos ¿recuerdas? —me habla desde la cabina de control de luces y audio—. Ya bajo.

Subo uno a uno los escalones que conducen al escenario. Hay una especie de mantel estirado sobre el suelo de tablones de madera. Un hormigueo ataca mis entrañas hasta retorcerlas y se reproduce por todo mi cuerpo. Normalmente me pongo nerviosa cuando piso un escenario por primera vez, este lo he pisado tantas veces que no podría contarlas y, sin embargo, nunca había estado tan nerviosa.

Siento como si mi estómago se encendiera en llamas y comenzara a emitir vibraciones cuando lo veo atravesar el interminable pasadizo entre las butacas vacías y subir la pequeña escalinata. No vacila al dar un solo paso y conforme la distancia se acorta, el aire en mis pulmones se vuelve insuficiente. Nik extiende su mano ante mí y yo dudo antes de tomarla. Tira de mi brazo con suavidad para acercarme a su cuerpo y me sujeta por la cintura hasta eliminar el espacio entre nosotros. Sumerge su rostro en mi cuello y empieza a balancearse de manera casi imperceptible.

—¿Qué haces?

—Bailo.

Se aparta para sostenerme la mirada sin que su expresión se vea alterada en lo absoluto, no entiendo como luce tan tranquilo. Yo me estoy muriendo por dentro. Y, sin previo aviso, toma de mi mano para hacerme a girar sobre el sitio. Tres giros a toda velocidad antes de dejarme caer en un cambré profundo sobre su brazo. Me carcajeo con la cabeza tirada hacia atrás y cuando me recupero caigo en la cuenta de que el espacio que nos separa podría desaparecer fácilmente con una ligera inclinación de su rostro sobre el mío. Mis labios se abren de manera instintiva, pero me esfuerzo por continuar respirando con normalidad. El baja la mirada hacía mi boca, puedo notarlo. Entonces, soy capaz de anticipar lo que viene a continuación.

DesadaptadosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora