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¿Aló?

Pregunta por segunda vez y yo no consigo que las palabras salgan de mi boca. Los ojos ansiosos de Liv me alientan a hablar y juró que nunca había sentido tanto terror en mi vida.

—Hola.

—¿Sí? ¿Quién habla? —suena apurado, lo cual no me extraña en lo absoluto. Los recuerdos que tengo de él son pocos y tengo la sensación de que algunos se han ido perdiendo con el tiempo, pero jamás pensé que volver a oír su voz, así sea a kilómetros de distancia, me transportaría de regreso a mi desdichada infancia.

—Soy Nik —es lo primero que consigo decir y ruego no escuchar el pitido que indica que se ha cortado la llamada. Sin embargo, no oigo nada, ni siquiera su respiración, puede que mi respuesta lo haya dejado pasmado.

—¿Nik? —dice incrédulo. Es la primera vez que oigo mi nombre ser pronunciado de esa manera en su voz. Casi como un susurro, como una pregunta que teme ser respondida. Cuando tenía solo cuatro años no oía más que discusiones en mi casa, gritos, objetos romperse, hacerse añicos en medio de las peleas y mi nombre retumbar como un estruendo en su garganta, que hacía temblar los vidrios de toda la casa. Y en la voz suplicante de mi madre. Esta vez sonaba diferente—. ¿Eres tú?

—Sí —respondo como si también supusiera un castigo para mí aquella confesión.

—¿Cómo conseguiste mi número? —no tarda en recobrar la compostura en su voz y esta vez suena más confundido que impaciente.

—Simplemente lo conseguí.

—Lo siento, no tengo tiempo para hablar en este momento. Estoy por entrar a una reunión.

—¿No tienes tiempo? ¿Y cuándo crees que vas a tenerlo? Por qué me parece que no has tenido tiempo los últimos quince años ¿no es así?

—Supe lo de tu madre y quiero que sepas que de verdad lo siento mucho.

—No lo sientas —respondo cortante y me doy cuenta que las cosas no han cambiado en lo absoluto. Él sigue siendo el mismo patán de siempre y yo sigo siendo un estorbo.

—Tú madre nunca te lo dijo, ¿no?

—¿De qué hablas?

—Es mejor que hablemos de esto en persona Nik, supongo que te lo debo. Pero te agradecería que no vuelvas a comunicarte conmigo a este número, es de la oficina y no quiero tener problemas. Yo me encargaré de contactarte a mi regreso.

—No te molestes.

—Será mejor que conversemos cuando vuelva, con más calma.

—Si se trata de mi madre... —no tengo intención de volverme a comunicar con este tipo, así que será mejor que me diga lo que me quiere decir ahora.

—De acuerdo —suspira pesadamente—. Pero quiero que sepas que puedes buscarme cuando desees hablar o si necesitas saber algo más. Solo tienes que coordinar con mi secretaria y yo estaré complacido de recibirte. Ha pasado el tiempo... —se ríe como si aún no pudiera creerse que está hablando conmigo, con su hijo.

—Habla —lo presionó.

—Está bien —inhala—. Sé que llevas mi apellido Nik y lo que te voy a decir no justifica el hecho de que me haya ido como lo hice, pero no podía sostener esa situación por más tiempo. Tú madre no era feliz, tú no podías ser feliz y yo...

—Dilo.

—Soy estéril, no puedo tener hijos —de pronto dejo de escucharlo.

Él sigue hablando, Liv sigue de pie a mi lado con su perfecto rostro bañado por el sol, escrutándome. Y yo siento como si de pronto me vaciaran por completo. Mis recuerdos, mis sentimientos, mi vida, era todo una mentira. Acababa de decirme que él no era mi padre, que había vivido mi vida entera pensando que mi padre me había abandonado cuando no era así. Le había echado siempre la culpa de que mi madre hubiera enfermado, de que ahora estuviera muerta, y ella jamás había sido capaz de decirme la verdad.

—¿Nik? —No quería saber más, no necesitaba saber más.

Dejo caer mi celular contra el suelo asfaltado y lanzo la tarjeta al aire con violencia, antes de apretar mis puños con todas mis fuerzas deseando poder hacerla añicos. No pensaba volver a llamarlo y no tenía intenciones en buscarlo. No tenía un padre o, mejor dicho, él no era mi padre, así que no había motivos para hacerlo.

—¿Nik? —la voz de Liv, asustada por lo que acaba de ver, me saca de mi ensimismamiento.

—¿Qué te dijo? —tiene miedo de preguntar o de saber cómo voy a reaccionar ante de su pregunta, pero en este preciso momento ni siquiera yo podría predecir cómo voy a reaccionar. Niego con la cabeza.

—Vámonos, te llevo a tu escuela —recojo el celular del suelo, que por suerte sigue intacto y lo vuelvo a guardar en el bolsillo de mi pantalón. Ella solo me mira.

—¿Está todo bien?

—Sí —me limito a decir y le doy el casco para que no hago más preguntas.

Se sube detrás de mí y enrolla sus brazos en mi cintura. Su tacto me trasmite toda la tranquilidad que no soy capaz de sentir en este momento, pero tener su vida en mis manos, aunque sea por una breve fracción de tiempo, me obliga a reprimir cualquier impulso. No puedo cometer una locura —pienso, al menos no mientras ella esté ahí para presenciarla o pueda salir perjudicada. 

DesadaptadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora