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Llevo cerca de veinte minutos estacionado en la vereda cruzando la calle, justo en frente de la bendita escuela de ballet. Desde aquí puedo ver la moderna cámara de seguridad que vigila la entrada y debo hacer uso de mi autocontrol para no tentar al peligro. Juro que jamás había esperado tanto tiempo ni en la cola del supermercado y aún no termino de entender por qué sigo aquí de pie como un idiota. Fui claro cuando le dije que pasaba en quince minutos. Quince. No veinte ni treinta. En ese preciso instante una de las puertas de vidrio se abre y veo aparecer a la preciosa chica de largo pelo oscuro, el cual lleva atado en una coleta alta que se balancea de lado a lado mientras avanza con aire inseguro en mi dirección. Ella me mira y me regala una tímida sonrisa.

—Perdón por hacerte esperar, no esperaba tu llamada —se excusa.

—No importa ¿Nos vamos? —claro que importa ¿Eso es todo lo que le voy a decir por haberme hecho esperar veinte malditos minutos? Debe ser una puta broma.

—Sí —se apresura en contestar.

Me monto en mi motocicleta y ella se sube detrás de mí con algo más de práctica, va mejorando cada vez. La siento deslizar sus brazos por mi cintura y rodear mi cuerpo aún con cierta desconfianza. Vuelvo la vista al monumental edificio y veo asomarse por uno de los ventanales del segundo piso a una mujer delgada y de edad avanzada, incluso en la distancia puedo advertir su postura exageradamente erguida y su cabellera color ceniza perfectamente atada en un moño, tanto así que podría apostar que no tiene un solo pelo fuera de lugar. La mujer hace contacto visual conmigo por una milésima de segundo antes de que yo desvíe la mirada impertérrito.

—Si no te sujetas fuerte daré media vuelta para obligarte a hacerlo, eso si no te caes antes —la amenazo antes de ponernos en marcha y ella por fin ejerce algo de presión a mi alrededor, lo cual me otorga el permiso para acelerar. Tal vez esto empieza a gustarme.

La casa de mi tío se encuentra en una zona un poco más apartada y es bastante grande para solo dos personas. Me mude ahí con mi madre hace muchos años y vendimos la nuestra para que él pudiera cuidarla y así costear su tratamiento. Luego, como era lógico, me quede a vivir con él. Nunca se casó ni tuvo hijos, así que yo también soy su única compañía. Siempre dijo que no era lo suyo, quizás en eso nos parecemos.

Mi tío es un tipo de poco más de cuarenta años, metódico, serio, trabajador, nunca se llevó bien con mi estilo de vida liberal. Conocí a mis amigos del barrio, la mayoría de ellos mayores que yo, cuando nos mudamos con él y comencé a andar de juerga desde muy chico. A los nueve empecé a fumar y a tomar para seguirles el ritmo, quería sentirme mayor, parte del grupo. Antes de los catorce ya había probado la marihuana y había caído en un burdel barato con una mujer que me doblaba la edad. Pero nunca fui un chico voluble, me vi obligado a formar mi carácter antes de la adolescencia y ya había incurrido en todos esos "malos hábitos" antes de si quiera tener edad para haber empezado. A los doce años, después de perder a mi madre, mi etapa con el tabaquismo ya estaba superada. En lugar de eso, decidí experimentar con nuevos vicios como el alcohol y las mujeres.

No pretendo ser una carga para nadie, así que procuro estar siempre en mis cinco sentidos. Aunque esa misma necesidad de ser autosuficiente me ha llevado a involucrarme en asuntos aún peores.

—Mi tío puede ser algo extraño a veces, así que no pienses que se trata de ti —le advierto a Liv al tiempo que la ayudo a bajar de la motocicleta—. Perteneció al ejército cuando era joven, pero resultó herido en un operativo que lo dejó inhabilitado y desde entonces solo se dedica a su taller.

—¿Qué clase de operativo?

—Un mal salto en paracaídas, tuvieron que operarlo de la columna y a veces le aparece una ligera cojera por el dolor.

DesadaptadosWhere stories live. Discover now